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Después de aquel día, la conexión entre Fang y Edgar se fortaleció aún más

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Después de aquel día, la conexión entre Fang y Edgar se fortaleció aún más. Era como si cada momento compartido los acercara inexorablemente, formando un vínculo difícil de describir.

El peliazul pedaleaba su bicicleta mientras escuchaba música en sus auriculares, dejándose llevar por el ritmo que resonaba desde la grabadora que el pelinegro le había dado. A medida que avanzaba por el frío aire invernal, su mente vagaba de regreso a una conversación reciente con él.

...

Días atrás, Fang había acompañado a Edgar a su casa. Justo antes de entrar, el pelinegro le había entregado una grabadora, lo que sorprendió un poco al peliazul. Sin embargo, la aceptó, intrigado.

-Quiero conocerte mejor, Fang, y también quiero que sepas más de mí -dijo, con una emoción evidente en su voz-. Aquí he grabado algunas de mis canciones favoritas y también algunas notas de voz.

Fang observó cómo los ojos de Edgar se iluminaban al hablar.

-Así que, si tienes algo que quieras decirme, también grábalo aquí.

El peliazul sonrió, conmovido por el gesto.

-Lo haré -respondió con sinceridad.

Ese día, ambos jóvenes se despidieron con una sonrisa que reflejaba una comprensión mutua, algo que no necesitaba palabras.

...

Mientras Fang rememoraba ese momento, una sonrisa similar se formó en su rostro. Desde que recibió la grabadora, había comenzado a dejar notas de voz para Edgar, revelando pequeños detalles de su vida, añadiendo algunas de sus canciones favoritas. Era un intercambio silencioso, pero profundo, donde ambos se esforzaban por conocerse más allá de las palabras. Cada pocos días, intercambiaban la grabadora para escuchar lo que el otro había compartido, y Fang encontraba una ternura indescriptible en esos detalles. No eran solo preguntas y respuestas; eran fragmentos de sus vidas, entregados con cariño.

Además, Fang había comenzado a visitar a Edgar con más frecuencia en su trabajo, y siempre se ofrecía a acompañarlo de regreso a casa. Parecía haberse convertido en una rutina que ambos esperaban con ansias.

Esa noche, como tantas otras, Fang pedaleaba bajo el frío perpetuo que caracterizaba la ciudad, deteniéndose frente a la casa de Edgar. Ayudó al pelinegro a bajar de la bicicleta, notando cómo el viento helado le hacía temblar las manos. Con un gesto instintivo, Fang frotó sus propias manos para calentarlas y luego las colocó suavemente sobre las mejillas de Edgar, transmitiéndole calor.

-Ve adentro, o te vas a resfriar -dijo Fang con ternura.

Edgar sonrió ante el gesto.

-De acuerdo. Saluda a Lola y Gus de mi parte.

-Como usted ordene -respondió Fang, imitando un tono formal que hizo reír a Edgar.

El peliazul lo observó entrar a su casa, sintiendo una calidez en su pecho a pesar del frío. Pero antes de que pudiera marcharse, una figura apareció frente a él: una chica de cabello blanco, la hermana menor de Edgar, cuya seriedad lo intimidó un poco.

El Ángel De Los Ojos Perdidos |  FANGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora