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—¿Eres estúpido? —preguntó con un tono cargado de ira—

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—¿Eres estúpido? —preguntó con un tono cargado de ira—. ¿Qué demonios te pasa?

Virgo respiró hondo, intentando mantener la compostura, aunque sentía que la paciencia se le escapaba entre los dedos.

—No entiendo cómo puedes soportarlo —continuó Piscis, pateando una piedra con frustración—. ¿Sabes lo que hacen en su casa? ¿Lo que realmente son?

Virgo suspiró, agotado de la misma charla repetitiva con su amigo.

—Todos sabemos lo que hacen en su casa, pero él no es así. Solo su madre y lo que gobierna… —se detuvo a mitad de camino.

Piscis, al ver la seriedad en los ojos de Virgo, comprendió la gravedad del asunto. Sabía que Tauro no era culpable, que quizás en el pasado había seguido los pasos de su madre, pero ya no era así.

—Quiero entenderlo, Vir, de verdad —dijo Piscis, con un tono más suave—, pero eso no borra lo que hizo en su pasado.

Piscis siguió avanzando, su mente llena de pensamientos conflictivos, y alzó la voz hacia su amigo mientras se alejaba.

—¡Nos vemos!

Suspiró con más fuerza. Piscis era un caso sin remedio. Virgo aún no entendía cómo podían ser amigos siendo tan distintos, pero sabía que sin ellos la vida no se sentiría igual. Trataba de entender los sentimientos de sus amigos, aunque a veces le resultaba difícil.

Después de todo, él estaría igual si no fuera porque en una de sus búsquedas medicinales se encontró con Tauro y lo conoció. Si no fuera así, quizás tendría el mismo odio hacia el que antes.

Pasó las palmas de sus manos sudorosas por su ropa, un gesto que siempre lo acompañaba cuando los nervios lo asaltaban.

“Necesito conseguir pulfex, se me está acabando,” pensó, haciendo una nota mental sobre las cosas que le faltaban en su alacena. El pulfex era esencial para sus rituales de sanación, y no podía permitirse quedarse sin él.

Desde pequeño, Virgo había sentido una conexión inquebrantable con los árboles del bosque. Le gustaba ayudarlos, cuidarlos, y asegurarse de que crecieran fuertes y saludables. Recordaba cómo, de niño, pasaba horas cortando las ramas que se volvían demasiado pesadas, aliviando así el peso que los árboles soportaban.

Virgo sabía que hacía un excelente trabajo. Los árboles, en su lenguaje silencioso, le mostraban su gratitud. Estaban llenos de vida, sus hojas brillaban con un verde intenso, y sus troncos se erguían majestuosos gracias a sus cuidados. Cada rama que podaba, cada hoja que acariciaba, era un acto de amor y devoción hacia el bosque que tanto significaba para él.

—¡Hey, Virgo! —una voz familiar lo sobresaltó, sacándolo de sus pensamientos. Giró la cabeza hacia la izquierda y vio a Tauro sentado en un tronco, con una sonrisa tranquila en el rostro.

𝔈𝔩 𝔅𝔬𝔰𝔮𝔲𝔢 𝔡𝔢 𝔩𝔞 ℭ𝔞𝔰𝔞 𝔡𝔢 𝔞𝔯𝔦𝔢𝔰 | Zodiaco BlDonde viven las historias. Descúbrelo ahora