Ladrones de galletas

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     Se despertó en una habitación que no era la suya, pero le sonaba vagamente. Esta vez sí se acordaba de lo que había pasado la noche anterior. De nuevo, el olor a café recién hecho le embriagaba, y se oía cacharreo en la cocina. Inspeccionó la habitación en busca de su ropa, y se vistió, decidida a salir de allí. Sin hacer ruido, se dirigió hasta la puerta del apartamento, y salió, cerrando sigilosamente la puerta tras de sí. Llamó al ascensor, que subió en seguida.

- ¿Ya te vas? -dijo Alessandro, saliendo del ascensor cargado con una bolsa- Había bajado a por algo de bollería para desayunar.

- Eh... Ah... Esto... -Alessandra se había quedado totalmente bloqueada-.

- ¿Te ha comido la lengua el gato? -Alessandro se rió-.

- Se oía ruido en la cocina, ¿no eras tú?

- ¿Cómo? ¿Ruido en la cocina?

- Ajá -respondió Alessandra, encogiéndose de hombros.

- Sujeta esto -dijo, tendiéndole la bolsa con el desayuno-.

     Alessandra dejó escapar un grito ahogado cuando Alessandro desenfundó su arma y tiró de la corredera para cargarla. Despacio, se dirigió hacia su piso, abrió la puerta procurando no hacer ruido, y le hizo señas a Alessandra para que no se moviera antes de desaparecer dentro de su apartamento. Al cabo de un momento, oyó cómo algo golpeaba contra el suelo de azulejos de la cocina. Oyó pasos que se dirigían rápidamente hacia la puerta, y dudó de si esconderse o permanecer quieta. Alessandro salió de su piso, y Alessandra soltó un suspiro de alivio.

- Ven -dijo, y le hizo un gesto con la mano para que la siguiera-.

- ¿Es un ladrón?

- Peor -dijo Alessandro, con la cara más seria que Alessandra había visto nunca. Le siguió hasta la cocina, donde una señora recogía un bote de galletas que se había caído al suelo, esparciendo las galletas por todas partes-. Alessandra, te presento a mi madre. Mamá, ésta es Alessandra, una amiga.

- ¿Una amiga que duerme desnuda en tu habitación? -la señora guiñó el ojo a los dos jóvenes, y luego  se dirigió a Alessandra- Lo siento, querida, entré buscando a mi hijo, y te encontré sola en la cama. Me llamo Beatrice -dijo, y se acercó para darle dos besos.

- Un placer, señora. Su hijo no me dijo que vendría esta mañana -contestó Alessandra, quien no recordaba haber sentido jamás tanta vergüenza-.

- Eso se debe a que no lo sabía. Quise darle una sorpresa, aunque quizá debí haber llamado.

- Eso hubiera estado bien, mamá. La pobre pensó que eras un ladrón, y salió huyendo.

- Bueno, eso no es del todo cierto -interrumpió Alessandra-. Pensaba que eras tú, y salí huyendo. Empecé a pensar que era un ladrón cuando te vi en el ascensor -la cara de Alessandro, entre el asombro y la decepción, fue digna de enmarcar-.

- Así que por eso entró aquí pistola en mano. Pues menudo susto me he llevado yo también -dijo Beatrice, haciendo un gesto con la mano hacia las galletas esparcidas por el suelo.

- Le ayudaré a recoger este desastre, y desayunaremos -se ofreció Alessandra.

- Está bien, querida, pero no me trates de usted. No soy tan vieja -le sonrió, y le guiñó el ojo de una forma que le resultaba muy familiar. Miró instintivamente a Alessandro, quien seguía de pie bajo el marco de la puerta, tratando aún de asimilar que su amiga hubiera tratado de darle esquinazo de nuevo-.

- Despierte, señor inspector, y haga algo de provecho -le dijo Alessandra, sonriendo.

     Desayunaron unos croissants que, según explicó Alessandro, habían sido recién hechos artesanalmente en una panadería a unas manzanas de allí. Explicó también que esa era su panadería favorita, y que sólo compraba esos croissants para desayunos especiales. Cuando terminaron, Alessandra se despidió.

- Espera, te llevaré a casa -se ofreció Alessandro.

- No hace falta, cogeré un bus.

- ¿Cenamos esta noche?

- Está bien, cenaremos juntos los tres -contestó Alessandra, invitando indirectamente a Beatrice y asegurándose así de que esa noche dormiría en su casa, sola. Al fin y al cabo, al día siguiente era lunes, y tenía que trabajar-.

- Está bien -aceptó Alessandro a regañadientes.

- ¡Ah! -exclamó Alessandra mientras salía- Esta vez elijo yo el restaurante.

ErolatríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora