Interiores

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La habitación de Alessandro estaba increíblemente bien decorada. No sabría cocinar, pero tenía buen gusto para la decoración de interiores. De todas formas, en ese momento a Alessandra sólo le importaba una cosa en esa habitación: la cama.

Le puso de espaldas a esta, y le empujó. Sus rodillas cedieron, y quedó sentado sobre el borde de la cama. <<Más manejable>>, pensó Alessandra. Se sentó a horcajadas sobre su regazo, y comenzó a dejarle un reguero de besos por el cuello. Cada vez que le besaba justo debajo de la oreja, Alessandro se estremecía. A medida que el ambiente se caldeaba, ambos se iban soltando. Alessandro deslizó sus manos por la espalda de la chica, terminando por agarrarla firmemente del culo. Ella agarró decidida el borde inferior de la camiseta del joven y tiró hacia arriba, dejando al descubierto el torso desnudo y firme de su compañero de juegos.

- Le das al gimnasio, ¿eh?

- Uno, que le gusta cuidarse.

Sin dejarle terminar la frase, Alessandra le empujó por los hombros, tumbándole en la cama. Acto seguido, siguió con su retahíla de besos, que esta vez tomaron rumbo descendente. A medida que se acercaba a su cintura, Alessandro recostaba su cabeza hacia atrás, y le era más difícil mantener su cadera pegada al colchón. Sin dejar de besar su bajo vientre, Alessandra le soltó el botón de la bragueta. Pero quedaban tres.

- De botones, ¿eh? Todo un reto.

- Será que no esperaba esto esta noche -volvió a guiñarle un ojo-.

- Pues espero no encontrar ninguna selva aquí debajo -Alessandro se rió. Hábilmente, Alessandra terminó de soltarle la bragueta, y le bajó ligeramente el pantalón-.

Los calzoncillos del chico estaban notablemente abultados, desde la parte inferior hasta su cadera izquierda. <<Es diestro>>, pensó Alessandra para sí, y sin más miramientos, comenzó a recorrer con su mano el abultamiento, de arriba abajo. Alessandro perdió definitivamente el control de su cadera, que se elevaba y se relajaba al ritmo de la mano de la chica. Entonces, se levantó con ella enganchada a su cintura y su cuello, y aprovechó para quitarse los zapatos y dejar caer sus pantalones al suelo. Alessandra se sacó las playeras por detrás de la espalda del joven, quien la llevó entonces en volandas hacia la pared más cercana y, ayudándose de esta para sujetarla, comenzó a besarla con fuerza en los labios y a frotar su pelvis contra la suya, provocando profundos gemidos en la joven. Le quitó la camiseta, y se entretuvo besuqueando lo que dejaba al descubierto el sujetador. Cuando estuvo satisfecho, la llevó de nuevo a la cama, y la recostó con la cabeza sobre la almohada. Se colocó entre sus piernas.

Sin ninguna intención de alargar más la espera, le quitó al mismo tiempo los pantalones y las bragas, estirando sus piernas hacia arriba, y los tiró a un lado de la cama. Siguió besándola desde la rodilla, en dirección descendente. Cuando llegó al punto en que la pierna se une al resto del cuerpo, se entretuvo más de lo debido, tratando de desesperarla. Ella, poco dispuesta a dejarle el control a él, le cogió por el pelo y apretó su cabeza contra su entrepierna. En cuanto ambos pares de labios se encontraron, ella gimió y elevó su cadera. Alessandro, que ya no tenía otro remedio que seguir con su excitante tarea, comenzó a besarla y a usar su lengua para estimularla. El vaivén de sus caderas lo hacía más sencillo.

     Alessandra se retorcía de placer, le atrapaba la cabeza con las piernas y se la empujaba hacia ella con la mano, bien aferrada a su pelo. Tras un largo rato, Alessandro se zafó del aprisionamiento al que la joven le había sometido, y se puso en pie a los pies de la cama para bajarse los calzoncillos.

     Entonces, Alessandra se incorporó y se sentó en el borde del colchón, justo delante de su recién liberada erección. Sin dudarlo un instante ni dejar que el joven reaccionara, se la metió en la boca y le acarició la punta con la lengua. Por poco le fallan las piernas y cae al suelo, pero consiguió recomponerse y sujetar entonces la cabeza de la chica, que estaba entretenida en su tarea. Tras un momento que hubiera deseado que fuera eterno, Alessandra se la metió tan adentro como fue capaz, se quitó el sujetador y volvió a recostarse en la cama.

- Seguro que ahora lo tienes más fácil para meterla -dijo ella, sonriendo de forma traviesa. Tras escuchar la palabra mágica, Alessandro se abalanzó sobre su invitada-.

- Hay condones en el cajón de la mesita.

- No hace falta, tomo la píldora.

- Pero los condones son el método más seguro de anticoncepción y prevención de enfermedades, además...

- Cállate, y métemela -Alessandro había escuchado la palabra mágica dos veces. No necesitaba una tercera-.

La penetró.

ErolatríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora