La huida desesperada

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La huida desesperada

David y Doña Rosa permanecieron escondidos durante horas, escuchando los gritos desgarradores y los gemidos de aquellos que deambulaban por las calles de Villa Elisa. La tensión era insoportable, como un cuchillo afilado presionando contra sus gargantas. David no podía dejar de pensar en su hijo Tomás, vulnerable a la locura que se apoderaba del pueblo, pero confiaba en que estaba a salvo en casa de sus padres.

Finalmente, Doña Rosa susurró con un temblor en la voz:

—Creo que es hora de movernos. Necesitamos encontrar un lugar seguro antes de que nos quedemos sin provisiones.

David asintió, y juntos, entre miradas de miedo y preocupación, prepararon un plan para escapar de la casa sin ser vistos.

Salieron en la oscuridad de la noche, moviéndose con el sigilo de sombras, evitando cualquier ruido que pudiera alertar a los que merodeaban. En cuanto abrieron la puerta, un olor nauseabundo los golpeó, como el hedor de agua estancada mezclada con basura en descomposición. Las calles, usualmente tranquilas, estaban desiertas, pero David sentía los ojos hambrientos de los desesperados sobre ellos, acechando desde las sombras.

Llegaron a la casa de los padres de David, donde Mariana, su madre, ya estaba esperando con Tomás en brazos, sudando y delirando, y Andrés, su padre, con una expresión de alarma, los recibió con alivio y miedo.

—Gracias a Dios llegaron —dijo Mariana, los ojos llenos de preocupación—. Tomás está empeorando.

David asintió, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.

—Tenemos que sacarlo de aquí —dijo Doña Rosa—. No es seguro y las provisiones no nos durarán mucho.

Mariana miró a David con preocupación.

—¿Adónde iremos?

—Mañana al amanecer iremos a "Los Reyes" —respondió Doña Rosa—. Promete ser seguro y podríamos aguantar allí unos días.

David miró a Doña Rosa con incertidumbre.

—¿Estás segura de que es seguro?

—Tan seguro como cualquier otro lugar en este infierno —respondió ella, su voz teñida de resignación.

Pasaron la noche en la casa de los padres de David, atentos a cada sonido, cada sombra que se movía fuera. El aire estaba cargado de miedo y la incertidumbre se palpaba en cada rincón. Mariana no se apartaba de Tomás, pasando un paño húmedo por su frente para bajar la fiebre, mientras Andrés observaba por la ventana, atento a cualquier movimiento.

De repente, David recordó algo importante y se volvió hacia Doña Rosa.

—Tenemos que pasar por la casa de los Rodríguez —dijo, recordando el mensaje que había recibido de Ana—. Son allegados a la familia. Ana es mejor amiga de Danae, y están refugiados en el altillo de su casa con Diego, su marido.

Doña Rosa asintió, comprendiendo la urgencia.

—No podemos dejarlos atrás.

—Ana me envió un mensaje —continuó David—. Por suerte, aún hay energía y los satélites para los celulares andan.

El tiempo pasaba lentamente, y cada minuto parecía una eternidad. La noche estaba llena de susurros y ruidos lejanos, haciendo que cada pequeño crujido los sobresaltara.

—¿Creés que vamos a salir de esta? —preguntó Mariana en un susurro, su voz quebrada por la preocupación.

David la miró, tratando de ocultar el miedo en sus ojos.

—Tenemos que creerlo. Por Tomás.

Finalmente, la primera luz del amanecer comenzó a filtrarse por las ventanas. Con la luz del día, se sentían un poco más seguros, aunque el miedo seguía ahí, latente.

—Es hora —dijo Doña Rosa, levantándose lentamente—. Vayamos a "Los Reyes".

David, Mariana y Andrés se prepararon, cargando lo esencial y a Tomás, que seguía febril. Salieron de la casa con el corazón en la garganta, cada paso resonando en el silencio de la mañana.

Pero antes de dirigirse a "Los Reyes", se encaminaron hacia la casa de los Rodríguez. El viaje sería su prueba más difícil, pero en ese momento, lo único que importaba era la esperanza de encontrar un refugio seguro, aunque solo fuera por unos días.

 El viaje sería su prueba más difícil, pero en ese momento, lo único que importaba era la esperanza de encontrar un refugio seguro, aunque solo fuera por unos días

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