La lluvia seguía cayendo sin descanso sobre la terraza del edificio donde Ana y Néstor habían instalado su campamento improvisado. Los baldes se llenaban lentamente, pero no lo suficiente para saciar la sed que comenzaba a apretarles la garganta. Cuatro militares, viejos compañeros de Néstor en la guerra, estaban con ellos, vigilando y asegurando el perímetro de la azotea. Cada uno mantenía su arma al alcance, atento a cualquier movimiento. No era el tipo de misión que esperaban al volver a encontrarse, pero la situación los había unido de nuevo en la supervivencia.
—Nos estamos quedando sin opciones —dijo uno de los militares, apretando la mandíbula mientras revisaba el borde de la terraza con los binoculares—. Los Ahogados no paran de multiplicarse. Si no hacemos algo pronto, nos van a rodear por completo.
Ana, desde la pequeña carpa, observaba la estructura del shopping a lo lejos. Las luces apenas parpadeaban, una señal de que adentro la situación seguía igual o peor. Los mensajes de David habían cesado hace horas, y eso solo aumentaba su ansiedad.
—Tenemos que hacer algo ya —murmuró Ana, ajustando la capucha de su abrigo empapado.
Néstor, quien estaba en silencio, observaba el horizonte. Sabía que algo no andaba bien. De repente, un ruido sordo y constante empezó a filtrarse entre el sonido de la lluvia. Al principio, apenas perceptible, pero se fue intensificando hasta que se convirtió en un rasguido agudo que les heló la sangre.
—¿Escuchás eso? —preguntó Ana, con los ojos muy abiertos.
Néstor asintió en silencio, levantándose lentamente. Los militares también lo notaron, y todos se pusieron en guardia.
—Otra vez no... —murmuró Néstor, buscando con la mirada el origen del sonido.
El Trepador había vuelto.
Ana agarró los binoculares y apuntó hacia el techo del shopping, donde lo vio por primera vez. El monstruo, esa figura delgada y ágil que se movía con una rapidez inhumana, estaba allí de nuevo. Saltaba entre las estructuras, sus garras raspando el metal como si estuviera buscando un punto débil para entrar.
—Es él, está de vuelta —dijo Ana, casi sin aliento.
—¡Atentos! —gritó Néstor, poniéndose en pie y señalando hacia el shopping—. El Trepador está rondando otra vez. Este bicho es distinto, no es como los otros.
Uno de los militares, un tipo robusto con una cicatriz en la mejilla, levantó su rifle y apuntó hacia la silueta que se movía entre las sombras.
—¿Querés que lo bajemos ahora, jefe? —preguntó, con la mirada fija en la criatura.
Néstor dudó por un segundo, pero luego negó con la cabeza.
—No desde acá. Si fallamos, solo lo vamos a alertar. Necesitamos esperar a que esté más cerca o busque entrar de nuevo.
El rasguido del Trepador continuaba. Era como un tamborileo siniestro que mantenía a todos en tensión. De repente, el Trepador se detuvo en seco, sus ojos brillantes enfocándose en la terraza. Parecía haberlos detectado.
—Se dio cuenta de que estamos acá... —susurró Ana, helada.
Néstor maldijo por lo bajo.
—¡Todos listos! Si ese bicho se manda para acá, no duden en disparar.
Los minutos parecieron eternos mientras el Trepador los observaba desde el techo del shopping, inmóvil, calculando su próximo movimiento. Ana sentía que el corazón le iba a salir del pecho. Sabía que esa criatura no era como los Ahogados; era mucho más inteligente, más letal.
—Tenemos que mantener la calma —dijo Néstor, ajustando su fusil y mirando a sus compañeros—. No podemos dejarnos ganar por el pánico. Ese bicho va a buscar el punto débil y cuando lo encuentre, va a atacar.
La lluvia continuaba cayendo, empapándolos aún más, pero nadie se movía. El Trepador, lentamente, empezó a retroceder hacia la oscuridad del techo, perdiéndose de vista entre las sombras.
—Por ahora, nos dejó en paz —dijo Néstor, pero su voz no sonaba aliviada—. Pero esto no termina acá. Va a volver, y cuando lo haga, será peor.
Ana se quedó mirando al techo, con una mezcla de miedo y frustración. Sabía que tarde o temprano tendrían que enfrentarse a esa criatura. Y con los recursos agotándose y los Ahogados acercándose cada vez más, el tiempo corría en su contra.
—Esto no va a aguantar mucho más, Néstor —dijo Ana, mientras apretaba los labios—. Si no encontramos una forma de sacarlos de ahí, David y los demás no van a salir vivos.
Néstor la miró, con los ojos cansados pero decididos.
—Vamos a sacarlos, Ana. Cueste lo que cueste
El rugido del Trepador se desvaneció en la distancia, pero Ana seguía inquieta, sintiendo que algo no andaba bien. Mientras Néstor y los militares mantenían la vigilancia, el celular de Ana vibró en su bolsillo. Lo sacó rápidamente y vio que era un mensaje de David. Su corazón se aceleró al leerlo, notando el tono urgente en cada palabra.
"Ana, algo está pasando con Doña Rosa. Se está... no sé, cambiando. Está peor que los otros. Creo que se está convirtiendo en algo más. Tenés que saberlo."
Ana leyó el mensaje varias veces, tratando de procesar lo que significaba. Le temblaban las manos. Levantó la vista hacia Néstor, quien la observaba esperando alguna noticia.
—David me acaba de avisar —dijo Ana, tragando saliva—. La vieja Rosa... parece que se está transformando en algo... algo peor que los Ahogados.
Néstor cerró los ojos por un momento, comprendiendo la gravedad de la situación.
—No queda mucho tiempo. Si eso es verdad, van a estar en más peligro adentro que afuera —dijo, con el ceño fruncido.
Ana apretó el celular en su mano, mirando el shopping a lo lejos, sabiendo que lo que fuera que estaba pasando dentro de esas paredes era mucho peor de lo que habían imaginado.
—Tenemos que sacarlos de ahí cuanto antes... —murmuró Ana, la angustia mezclándose con el frío de la lluvia que seguía cayendo sobre ellos.
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Los Condenados
TerrorAño 2048. La Plata, una ciudad vibrante en el pasado, ahora es un infierno post-apocalíptico. Un virus ha convertido a sus habitantes en zombis lentos y repulsivos, con la piel cayéndose a pedazos y vomitando bilis. La vida es una lucha constante po...