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Abrí la puerta sin previo aviso, sin importar si mi hermana aún estaba ocupada con su dibujo.

—¿Quieres ir al parque? ponte los zapatos.

Me dirigí a mi habitación rápidamente y saque de debajo de mi cama una caja polvorienta, la sacudí un poco y abrí metiendo el contenido a mi mochila.

Leila se me había acercado en cuanto entró por la puerta de la habitación.

Mientras buscaba las demás cosas, asomó la cabeza por mi mochila y me miro con una cara perpleja, que enseguida cambio a una de felicidad, dio pequeños saltos y salió corriendo hacia su habitación, probablemente para ponerse los patines.

No pude evitar reír ligeramente ante su entusiasmo. Su emoción era contagiosa, pero resultó ser una mezcla de felicidad y culpa.

Me llenaba el corazón de alegría verla tan contenta, pero no podía evitar la punzada de arrepentimiento por no haber hecho esto antes.

Era como si le hubiera robado esos momentos de felicidad debido a mis propias preocupaciones.

ִֶָ☾.

Salimos de casa corriendo y riendo, ella con sus patines en la mano y las dos con nuestros sticks.

El parque no estaba muy lejos de nuestra casa, por lo que no tardamos mucho en llegar.

Una vez allí, nos dirigimos hacia la cancha de básquet que solíamos usar, saque mis patines de la mochila y nos sentamos en el suelo para atarnos los cordones.

Mientras lo hacía, noté que mi hermana aún tenía los ojos llenos de ilusión, y eso me hizo sonreír. Hacía un año que no teníamos una sesión de patinaje como esta, y la verdad era que me sentía emocionada.

Pero también el remordimiento se apoderaba de mí, mientras se empezaban a cristalizar mis ojos, me bruñí para no dejar que alguna lágrima empezara a formarse por el rabillo de mi ojo.

ִֶָ☾.

—¡Tristeza! ¡No de nuevo!

En la mente de la protagonista, varias emociones luchaban por controlar los pensamientos que la invadían.

Ansiedad, la ansia y la preocupación, parecía llevarse mejor con Tristeza, pesada y opresiva. De vez en cuando se dejaban el mando entre ellas, sin permitir que otra emoción interviniera.

El sentimiento de vergüenza, acechaba desde un rincón oscuro, recordándose constantemente lo que había perdido Trisha.

—Esto es terrible ¡Alguien podría vernos!

—Podemos manejar esto —intervino alegría viendo con decisión y algo afligida la gran pantalla que abarcaba casi toda la pared de la habitación.

Vergüenza salió de su escondite, susurrando pensamientos de incertidumbre y arrepentimiento.

Con su naturaleza retráctil y auto-punitiva, se abrió paso entre las otras emociones. Su presencia era constante y enervante, recordando a Trisha las decisiones y eventos pasados que había provocado.

Le fue inevitable tocar el panel junto a tristeza.

no mereces perdón por lo que has hecho

no mereces ser feliz después de todo lo que ha sucedido

Esos eran algunos hilos de creencias que se aferraban a la conciencia. Los recuerdos infundiéndose en los hilos de su sentido de Identidad.

Desafiando la soledad | Riley AndersonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora