Capítulo 4

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El alboroto de los sirvientes que, con la necesidad de apresurarse y dejar todo listo antes de que el torneo en honor al nacimiento del nuevo príncipe Targaryen se diera y, ahí entre los pasillos del torreón de Maegor con un caminar fuerte y con una presencia aún más fuerte e imponente iba la princesa Rhaenys, camino a encontrarse con su Omega, aunque la marca que lleva en el cuello sea de otro, no la hace menos suya o esas son las palabras que repite en su mente cuando siente que su alfa interno se desespera y araña su interior buscando desconsoladamente a su Omega. Al estar frente a la gran puerta de los aposentos de la reina no pudo evitar aspirar con fuerza y sin darse cuenta liberando feremonas pesadas, cuando el guardia apostado en la entrada de la puerta la anuncia y de inmediato recibe la orden de dejarla pasar.

—Salgan todas —ordena la Omega con voz suave, de espaldas a la puerta—. Luego regresan.

—Como ordene su majestad —respondieron en coro las doncellas y hicieron una reverencia—. Princesa Rhaenys.

—Especias exóticas y cítricos  —volteandose y sonriendo—. Hueles tan bien como siempre.

—Puedo decir lo mismo de ese delicioso olor a vainilla tuyo —sonrió mientras se acercaba al diván donde se encontraba Aemma—. Mírate, estás demacrada, ¿que te han hecho?

El tono preocupado en la voz de la princesa mientras acunaba su rostro con sus palmas hicieron estragos en las entrañas de la reina y aun más en su omega interior que ronroneba de felicidad por al fin tener a sus Alfa.

—Estoy mejor ahora que te veo, no te preocupes, creo que hoy puedo dar a luz —la mira por un largo rato antes de llorar—. Tal vez logre con mi deber o eso quiero creer.

—Escúchame bien Aemma, tú lo haz hecho perfecto —la abraza con fuerza y libera sus feromonas—. Mi primo es el único imbécil que no lo ve y no sabe ponerle un alto a los malditos de la corte.

—Mi hija, Daemon y tú son los únicos que lo cree así, a los ojos de todos soy un fracaso.

—Eres la mujer más maravillosa que existe y eso no lo dudes nunca, cariño.

—Oh, dioses Rhaenys te amo y siempre lo he hecho y necesito decírtelo.

—Yo también te amo, mi Omega —junta sus frentes para después depositar un suave beso en esta—. Todo va a estar bien.

—No te engañes, sabes que no es así y sí, es doloroso pero es mejor no engañarse.

—Tú y tu cachorro van a estar bien, no voy a dejar que nada te pase, lo prometo.

—Eres el amor de mi vida  tenlo siempre presente.

—Lo sé y quiero que sepas que tú eres mi amor.

—Quería pedirte algo.

—Lo que desees, si puedo dártelo es tuyo.

—Quiero que nuestras hijas o tu hijo y la mía se casen...por nosotras que no pudimos.

—Oh, cariño por supuesto. Tienes mi palabra de que así será.

Así pasaron un buen rato entre conversaciones, abrazos, besos tiernos y declaraciones de amor hasta que las doncellas de la reina llegaron diciendo que los maestres debían revisarla para comprobar su estado. Rhaenys a regañadientes de fue.

Al día siguiente con toda la gente ya esperando el torneo pues la reina había entrado en labor de parto.

Daemon con su andar arrogante se encontró a la "reina que nunca fue" con su familia que iba ya al palco real, interrumpiendo su andar para hablar con ella dejando a sus hijos y esposo con una mirada de curiosidad y desconfianza respectivamente.

—Qué quieres, Daemon.

—Que agresiva, como siempre es que acaso ya uno no puede preguntar por la familia o qué —respondió con burla.

—No somos imbéciles, ni tú ni yo así que habla de una vez.

—Bien, como te fue con Aemma.

—Quiero matar a Viserys —murmuró bajo—. El la está matando por otro hijo teniendo ya Rhaenyra.

—Estoy igual que tú, créeme ayer estaba desconsolada creyendo que va a morir en el parto. Fue algo difícil calmarla.

—Él celebra mientras ella sufre. Debería estar con ella y no haciendo torneos.

—Tú deberías estar con ella, pero la vida es injusta, prima —palmeó su hombro—. Todo va estar bien...espero.

El principe canalla se marcha dejando atrás a una preocupada Rhaenys.

—Laena, Laenor. Hola, ¿como están? —saluda Rhaenyra con una sonrisa.

—Hola, Nyra. Muy bien, esperado el torneo —dice una Laena muy emocionada.

—Rhaenyra, gracias por la carta por mi onomástico —habla esta vez un Laenor igualmente feliz—. Por cierto, te ves muy linda.

—Tú también, bueno, los dos. Nos vemos en la cena —responde antes de agregar—. Adiós, disfruten el torneo.

Luego de despedirse e ir a su lugar junto a Alicent que ya la esperaba con una sonrisa, sin percatarse de que desde atrás alguien observaba la interacción entre ella y los jóvenes Velaryon con suma atención.

El torneo pasó con la típica violencia y lo más destacado fue el principe Daemon pidiendo el favor de Lady Alicent y esta entregándoselo con gusto y  la derrota de este mismo a manos de Criston Cole o fue así hasta que un sirviente le dice algo al Rey y este se retira para seguirlo.

El parto no es nada sencillo, la sangre empieza a asustar a las parteras y maestres que lo atienden cuando la lucidez de lo que pasa oscurece el ambiente.

El Rey interrumpiendo agitado en la cámara de parto, y acercándose a la cama, viendo a una Aemma con una expresión de dolor y miedo en su rostro que le eriza la piel.

—Su Gracia, es la madre o el hijo, debe decidir. Hay una nueva técnica para salvar al bebé pero para eso la madre debe morir —explica un maestre sin saber que sus palabras asustaron a la reina aún más de lo que ya estaba.

—Viserys, tengo miedo —lloró la Omega—. Viserys...

—Salven al bebé —respondió sin atreverse a voltear a la cama.

—Como ordene su majestad.

—Viserys, tengo miedo —continuó repitiendo asustada, siendo jalada al centro de la cama—. ¿Qué van a hacer?, ¿por qué la cuchilla?

Antes de poder decir otra palabra el dolor de la piel de su abdomen siendo abierto de par en par y desangrándose en el proceso mientras sus gritos y sangre llenaban la habitación, al final empezó a perder el conocimiento a causa del dolor y en sus últimos pensamientos antes de sucumbir a la oscuridad del extraño, vió a su hijo saliendo de su vientre y más allá a su dulce niña, Rhaenyra y su gran amor Rhaenys, observándola con sonrisas brillantes.

La reina Aemma Arryn falleció ese día junto con su cachorro que, inmediatamente después de la felicidad de tener al varón, el heredero deseado muriera junto a su madre, al final ninguna de las dos vidas se pudieron salvar, dejando a un Viserys quebrado por las decisiones, un torneo perdiendo la alegría, una hija perdiendo la estabilidad, un amigo cayendo a pedazos y una eterna enamora devastada. La reina Aemma Arryn se llevó su olor a vainilla y la felicidad de las personas que más la amaron.

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