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Arrastro los pies desde el sofá hasta la cama, haciendo mi mayor esfuerzo por mantenerme centrado en el camino, aunque dándome por vencido al tambalear hasta un espejo cercano, en el cual me veo obligado a mirar el estado en el que me encuentro a pesar de desear evadirlo.

No han pasado ni veinticuatro horas desde que esto ha comenzado, sin embargo, mí aspecto ya está tan afectado que debería asustarme, o preocuparme, aunque sea un poco, por piedad propia.

Alertar a mis sentidos al observar la delgadez que me recorre todo el cuerpo, tomar cartas en el asunto al ir con un oculista que me explique por qué tengo tantos problemas para llorar sin sentir que mis ojos están ardiendo, preguntar a algún doctor qué hacer al tener el cuerpo tan frío que ni las sábanas son capaces de ayudarme a encontrar calidez, rogarle a mis defensas para que resistan un rato más de aquí a que recupero el sabor para poder volver a disfrutar del alcohol o el sushi sin recordarlo a él.

Ayer, corrí en un pésimo estado a través de las calles que había caminado con paciencia hacia apenas unas cuantas horas atrás. No choqué con nadie ni tampoco ocasioné algún percance, sin embargo, recibí muchas miradas de extrañeza que me alentaban a aumentar la rapidez de mis pasos.

Intentaba calmarme de camino a casa. Todos mis intentos fueron fallidos, por lo cual, para cuando estaba cerrando la puerta del departamento me encontraba tan avergonzado que llegué a la conclusión de que preferiría distraerme de la pena antes que enfrentarla.

El alcohol es una compañía espectacular en casos como éstos. Lamento admitir que no soy un hombre que luzca realmente masculino al consumirlo, por ejemplo, en lugar de parecer un macho cuyo corazón acaba de ser roto en trozos, yo lucía un poco menos imponente.

Lloraba tanto que tuve que llevarme una almohada hacia el sofá, así, cada vez que tuviera la necesidad de sollozar, ahogaría aquellos tristes gritos. Fue una manera efectiva de aislarme del mismo dolor que estaba sintiendo, sin mencionar que poner música de fondo para que los pocos vecinos cercanos no fueran capaces de escucharme me alejó aún más de varios silencios incómodos.

Esos silencios son los que experimento ahora, pues ya me quedé sin excusas para evitarlos.

Son las cuatro de la mañana en punto. Abrazo una almohada mientras estoy hecho un bulto que se esconde entre las cobijas en busca de un poco de calor. Me desnudo a mí mismo de a poco, quizá siendo demasiado perezoso cómo para quitarme con paciencia cada una de las prendas que él me regaló hace unos cuantos meses atrás, cuando experimentamos lo que yo creí que sería una simple discusión más.

Sorpresa, Felix; No lo fue.

De entre todas las cosas que pasaron ayer en la noche, tengo tanto que quiero hablar que no imagino a nadie que fuera capaz de aguantar todo lo que necesito llorar.

Así es como decidí abrir las notas de mí celular.

Mis dedos se movilizan a través de todo el teclado, el problema es que aquello no es para nada suficiente. No lo es porque a mí se me ocurren catorce puntos nuevos por segundo, y por más que intento escribirlo, no soy capaz de transmitir ni de cerca la dimensión del gran desastre que creamos ayer por la noche en apenas una hora con cuarenta minutos.

Es irónico.

Evité el tabaco, insomnio y alcohol gracias a él, según nosotros, porque queríamos evitar los daños contrarios. Ahora parece una broma, pues es que en realidad no podemos entender que nada nos daña más que demostrar nuestra vulnerabilidad ante alguien más.

No lo entiendes sino hasta que son las cuatro de la mañana y estás grabando un audio el cuál te mandarás a tí mismo, porque el único ser en este chat es nadie más que Yongbok.

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⏰ Última actualización: Oct 29 ⏰

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𝗟𝗮 𝗺𝘂𝗲𝗿𝘁𝗲 𝗱𝗲 𝗲𝗹 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼́𝗻 𝗱𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗽𝘂𝘁𝗮.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora