C I N C O

9 7 0
                                    

~~~~

Hoy fue uno de esos días en los que el esfuerzo por mantener una fachada de normalidad parecía más agotador que nunca. Me levanté con la determinación de enfrentar el mundo con una sonrisa, aunque la verdad era que cada gesto y cada palabra estaban cuidadosamente calculados para ocultar lo que realmente sentía. Mi vida, en el interior, seguía una rutina que parecía aceptable y hasta admirable para quienes me rodeaban. Sin embargo, en apariencia, la realidad era muy diferente.

A primera hora de la mañana, me dirigí a la oficina con una sonrisa que era todo menos genuina. Recibí el saludo de mis compañeros con un entusiasmo que no sentía, esforzándome por mantener una actitud positiva mientras la ansiedad burbujeaba bajo la superficie. Cada interacción se sentía como una actuación, un papel que debía desempeñar para encajar en una sociedad que no parecía comprender mi lucha interna.

En el trabajo, me esforzaba por mantener un aire de profesionalismo. Mientras organizaba documentos y atendía llamadas, me aseguraba de que mi exterior reflejara una imagen de competencia y normalidad. Sin embargo, cada tarea parecía más pesada que la anterior, y la presión por mantener una apariencia de estabilidad me estaba agotando. Cada sonrisa que mostraba era un esfuerzo consciente, una máscara para ocultar el caos que se desarrollaba en mi mente.

Al mediodía, durante el almuerzo, intenté unirme a una conversación grupal en la sala de descanso. Aunque me senté en el círculo, mis palabras se sentían como un eco vacío en medio de la charla animada de mis colegas. Me esforzaba por participar, pero a menudo me encontraba desentendida, atrapada en mis propios pensamientos. La sensación de alienación era abrumadora. Me preguntaba si alguna vez sería capaz de conectar verdaderamente con ellos o si siempre estaría en la periferia, observando pero nunca participando realmente.

Decidí saltarme la comida, me encontré en un momento de introspección. Cada pequeño desafío en el trabajo parecía multiplicarse en magnitud en mi mente. La presión para parecer constante y segura era tan intensa que empecé a cuestionar si en realidad estaba logrando lo que me proponía. ¿Era posible para mí volver a integrarme, a encontrar un equilibrio entre lo que mostraba al mundo y lo que realmente sentía? ¿algún día me vería como ellas?

Las tardes en la oficina se arrastraban lentamente, y cada vez más me encontré consumida por pensamientos oscuros. La duda empezó a infiltrarse en cada rincón de mi mente. ¿Qué pasaría si no podía mantener esta fachada de normalidad y regresaba a mis viejos hábitos? ¿Y si eventualmente mi lucha se volvía demasiado evidente para ocultar? La idea de tener que volver al centro de rehabilitación me aterraba. Pensar en regresar a aquel lugar, donde mi vida había sido una serie de constantes batallas y restricciones, era un pensamiento desalentador.

Cada día que pasaba, la sensación de estar al borde de un colapso emocional se volvía más palpable. La tentación de abandonar el esfuerzo y refugiarme en lo conocido del pasado era fuerte. Me preguntaba si había tomado una decisión equivocada al intentar reintegrarme. La preocupación de que mi esfuerzo fuera en vano y que eventualmente mi ansiedad me arrastrara de regreso a un lugar de desesperanza y confinamiento era paralizante.

En momentos de soledad, me permitía sollozar en silencio, llorando por la presión de mantener una imagen que no correspondía con mi realidad, estaba en los huesos y aún así mantenía una postura erguida. El miedo de fallar y de tener que enfrentar de nuevo la dura realidad del centro de rehabilitación se mezclaba con la desesperanza de no encontrar mi lugar en el mundo exterior. La idea de morir allí, atrapada en una vida de constante lucha y sufrimiento, comenzó a infiltrarse en mis pensamientos. Me parecía que, a pesar de todos mis esfuerzos, no estaba más cerca de encontrar la paz interior que cuando empecé.

A medida que el día llegaba a su fin, me sentía cada vez más desgastada. El contraste entre la imagen que mostraba al mundo y el tumulto interno se hacía más evidente. Sabía que no podía mantener esta fachada de normalidad indefinidamente, pero la idea de rendirme y aceptar una vida de constante lucha interna era aún más aterradora. La preocupación de no poder volver a encontrar un equilibrio y de tener que enfrentar una nueva etapa de tratamiento se había convertido en una sombra constante en mi vida.

Cuando finalmente salí del trabajo y me dirigí a casa, el peso de mis pensamientos me parecía casi físico. Cada paso que daba era un recordatorio de la distancia que aún debía recorrer para encontrar una estabilidad real. Sabía que mi camino hacia la recuperación no era lineal y que cada día traía consigo un nuevo desafío. Sin embargo, la duda y la desesperanza estaban comenzando a nublar mi visión del futuro, y la batalla por mantener una fachada de normalidad estaba afectando cada aspecto de mi vida.

Nota de la autora:

Este capítulo refleja el conflicto interno de Amaya entre la imagen que proyecta al mundo y la realidad de su lucha personal. A medida que se esfuerza por mantener una buena apariencia, sus pensamientos y temores emergen con una intensidad creciente, cuestionando si realmente podrá encontrar un equilibrio y si el regreso al centro de rehabilitación podría ser una realidad inminente.

Entre las sombras (1)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora