S I E T E

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Esa noche, después de otro día lleno de desafíos en la oficina, me encontraba sola en mi habitación. El silencio de mi apartamento era un refugio temporario de la presión social que sentía. Me hundí en mi cama, intentando dejar de lado el cansancio mental y físico. Sin embargo, mi momento de tranquilidad se vio interrumpido por el pitido de mi teléfono. Rita me había enviado un mensaje de audio.

—¡Hola, Amaya! Hay una fiesta esta noche y me encantaría que vinieras. Será una buena oportunidad para relajarnos y conocer a algunas personas. ¡Espero verte allí!—.

El mensaje era una invitación cordial y entusiasta, algo que normalmente habría sido emocionante. Sin embargo, en mi estado actual, me encontraba cuestionando si realmente era capaz de enfrentar otro desafío social. Había sido un día particularmente difícil, y la idea de asistir a una fiesta me parecía abrumadora. Los pensamientos comenzaron a girar en mi mente: ¿Estaba lista para socializar en un entorno tan animado? ¿Podría manejar la presión de estar en el centro de atención? ¿Con esta apariencia?

Después de mucho pensarlo, decidí que ir a la fiesta podría ser una forma de avanzar. Rita había sido un apoyo reciente en mi vida, y sentía que debía al menos intentarlo. Me levanté de la cama con un suspiro de determinación, decidido a prepararme para la ocasión. Revisé mi armario, buscando algo que me hiciera sentir cómoda pero también presentable.

Finalmente, decidí ponerme un vestido que había comprado recientemente y que pensé que nunca utilizaría, aunque no me ajustará a la perfección como al maniquí de la tienda, intentaría ponérmelo. Era un vestido morado oscuro, de corte ajustado pero elegante, con un ligero brillo que lo hacía adecuado para una fiesta. Me lo coloqué con cuidado, asegurándome de que encajara bien y de que me sintiera cómoda. Completé el atuendo con unos tacones negros y una chaqueta liviana que añadía un toque de sofisticación.

Cuando terminé de vestirme, me dirigí al espejo con la esperanza de ver a una mujer segura y radiante. Sin embargo, al mirarme, me encontré con una imagen que no podía reconciliar con la imagen que tenía en mi mente. La visión en el espejo parecía una distorsión de lo que quería ver. Aunque había alcanzado un peso que solía considerar normal y saludable, la imagen que reflejaba el espejo no correspondía con mi percepción de mí misma.

El vestido que antes me parecía elegante y adecuado ahora parecía resaltar todos los aspectos que aún me hacían sentir insegura. Miraba mi reflejo y veía a una mujer que parecía estar luchando con una imagen que no podía aceptar. A pesar de los kilos que había perdido y de los logros que había alcanzado, mi mente seguía atrapada en una visión distorsionada de mí misma. Me preguntaba si alguna vez podría superar esta percepción interna y aceptar la realidad de mis logros.

Los pensamientos comenzaron a inundar mi mente. Me preguntaba si estaba cometiendo un error al intentar socializar en este momento. La idea de enfrentarme a personas que, aunque fueran amigables, podían ser un recordatorio constante de mis inseguridades me aterraba. ¿Cómo podría estar en una fiesta y disfrutar de la compañía de los demás cuando mi propia imagen me hacía sentir tan incómoda?

Cada vez que intentaba ajustarme el vestido o mirarme desde diferentes ángulos, la inseguridad aumentaba. La confianza que intentaba mostrar se desmoronaba ante la imagen que veía en el espejo. Me sentía atrapada en un ciclo de auto-crítica que parecía imparable. Aunque mi mente intentaba convencerse de que estaba bien, el reflejo en el espejo parecía decir lo contrario.

Las invitaciones a eventos sociales y la idea de interactuar con un grupo de desconocidos en una fiesta me resultaban abrumadoras. La idea de ser el centro de atención, de que los demás pudieran notar mis inseguridades, me hacía cuestionar si realmente estaba lista para enfrentar este desafío. La presión de mantener una imagen positiva y de encajar en un entorno social me estaba llevando al borde de mi paciencia.

Me senté en el borde de la cama, sintiendo el peso de la decisión que debía tomar. La idea de ir a la fiesta se había vuelto una batalla interna entre el deseo de ser parte de la vida social y el miedo de ser juzgada y rechazada. A medida que el tiempo avanzaba, mi decisión se volvía más clara. No estaba en el estado mental adecuado para enfrentar el entorno de una fiesta, y la idea de ponerme en una situación que me resultaba incómoda parecía un desafío demasiado grande en ese momento.

Finalmente, me decidí a no ir a la fiesta. La sensación de alivio que sentí al tomar la decisión fue inmediata, pero también me dejó con un sentimiento de decepción. La idea de decepcionar a Rita y de perder la oportunidad de conectarme con otros me pesaba, pero también sabía que debía priorizar mi bienestar mental.

Me cambié de ropa y volví a mi rutina de aislamiento. El vestido que había elegido y que inicialmente había considerado un símbolo de avance ahora se sentía como un recordatorio de la lucha interna que aún enfrentaba, lo tire en el armario y lo deje en el olvido. Me sentía atrapada entre el deseo de avanzar y el miedo de enfrentar mi realidad.

Al final de la noche, mientras me preparaba para dormir, la decisión de no asistir a la fiesta parecía la correcta, aunque dolorosa. El espejo había reflejado no solo mi apariencia física, sino también mi estado emocional y mental. Sabía que esta lucha por aceptar mi imagen y superar mis inseguridades no se resolvería de inmediato, pero también entendía que debía enfrentar estos desafíos a su propio ritmo.

Entre las sombras (1)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora