U N O

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Salí del centro de rehabilitación con una mezcla de alivio y ansiedad que me atormentaba. El aire fresco de la mañana me abrazó con una promesa de libertad que se sentía irónicamente pesada. Cada paso hacia el exterior era como una prueba, un desafío que intentaba enfrentar con una valentía que no siempre sentía.

Me detuve en la entrada, respirando profundamente para absorber el nuevo mundo que me rodeaba. La libertad que anhelaba se sentía como una carga, llena de incertidumbre y temor. A partir de ahora, no estaba rodeada de las paredes que me habían protegido, sino de una sociedad que me observaba con una mirada que sentía implacable.

A medida que me adentraba en las calles, el peso de las miradas ajenas me oprimía. Cada rostro, cada gesto de los transeúntes, parecía cargado de juicio. Me sentía atrapada entre la fragilidad de mi cuerpo, aún debilitado por la rehabilitación, y la necesidad desesperada de encontrar un lugar al que pudiera pertenecer.

Mis pensamientos se mezclaban con los recuerdos del centro. Recordaba las sesiones de terapia, las palabras de aliento, y las largas noches en las que trataba de vencer mis propios demonios. Ahora, fuera de ese entorno controlado, la presión del mundo exterior se hacía mucho más palpable. Sentía que cada uno de mis pasos estaba bajo un microscopio, expuesto a una evaluación constante que no podía evitar.

Caminé sin rumbo fijo, buscando inconscientemente un rincón donde pudiera encontrar algo de paz. Miraba las vitrinas de las tiendas y los cafés llenos de gente, observando sus sonrisas y risas que parecían tan lejanas para mí. Cada escena parecía un recordatorio de lo distante que me sentía de la vida normal que anhelaba.

El día avanzaba lentamente, y con él, me enfrentaba a mis propias emociones. Sabía que el camino para encontrar mi lugar en el mundo sería largo y lleno de desafíos. Sin embargo, a medida que el sol comenzaba a ponerse, una pequeña chispa de esperanza surgió en mi interior. A pesar de mi vulnerabilidad, sentía que había algo más allá de la desesperanza, una posibilidad de construir un futuro donde pudiera ser aceptada y encontrar mi verdadero lugar, uno en el que pudiera descubrir quien soy.

Este primer día fuera del centro es solo el comienzo. Mi fragilidad es evidente, pero también hay una promesa de algo mejor. Mientras continúo mi camino, sigo buscando esa luz que me guíe hacia la aceptación y me permita sentirme verdaderamente en casa en este mundo.

Entre las sombras (1)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora