O C H O

9 7 0
                                    

El día siguiente a la fiesta que no pude enfrentar comenzó de manera rutinaria. Me desperté con la sensación de haberme perdido de algo importante, pero rápidamente traté de desviar esos pensamientos hacia la rutina diaria. Llegué al trabajo sintiéndome más ligera por haber evitado la fiesta, aunque también había una parte de mí que sentía que algo faltaba.

Al entrar a la oficina, Rita estaba en su usual animado estado de ánimo. La vi acercarse con una sonrisa brillante y una energía contagiosa que normalmente hubiera encontrado reconfortante. Sin embargo, hoy me sentía especialmente desconectada y cansada. Rita intentó iniciar una conversación, pero yo respondí con respuestas cortas y distantes, tratando de disimular mi incomodidad.

—No te preocupes por la fiesta—, dijo Rita con un tono amable—.Habrá muchas más oportunidades para socializar. No es un gran problema, entiendo que a veces no estamos listas para ciertas cosas—.

Sus palabras, aunque bien intencionadas, parecían resonar en mi mente de manera diferente. Me costaba abrirme a ella y explicar por qué me había sentido incapaz de asistir. La verdad era que, en ese momento, simplemente no podía enfrentar la idea de compartir mi vulnerabilidad. Así que opté por mantener mi distancia y responder con una cordialidad que no reflejaba mi verdadero estado emocional.

A medida que pasaba el día, me encontré con varios momentos en los que Rita intentó involucrarme en conversaciones y actividades, pero yo permanecía distante, enfocada en mis tareas y evitando el contacto directo. Era como si intentara construir una barrera entre nosotras, no porque no apreciara su amistad, sino porque estaba aterrorizada por la posibilidad de exponer mis inseguridades.

Fue al final del día, mientras recogía mis cosas para irme a casa, cuando Rita se acercó una vez más. Esta vez, había una seriedad en su expresión que captó mi atención.          

—¿Amaya, puedo hablar contigo un momento?—

Asentí, sintiendo una mezcla de curiosidad y aprensión. Rita me condujo a un rincón tranquilo de la oficina, lejos de las miradas curiosas de los demás empleados. —Lo que quiero decirte—, comenzó con un tono suave pero firme—, —es que sé por lo que estás pasando, al parecer no fuiste muy cuidadosa al tratar de ocultarlo. Hace algún tiempo, yo también luché con mis propias inseguridades y problemas. Me costaba muchísimo enfrentarme a situaciones sociales y a veces, me sentía completamente perdida—.

Sus palabras me sorprendieron. A lo largo de nuestra amistad, había conocido a Rita como alguien que parecía estar siempre segura y en control. La idea de que ella también había enfrentado desafíos similares a los míos era algo que nunca había considerado. —¿De verdad?— pregunté, mi voz apenas un susurro.

Rita asintió, su mirada llena de comprensión. –Sí, de verdad—. Sé lo que se siente estar atrapada en una batalla interna, sentir que todo te supera y que estás sola en esto. Nadie debe enfrentarse a esas cosas sin apoyo, y yo quiero que sepas que no te juzgaré. Estoy aquí para ti, no importa lo que pase—.

Sus palabras fueron un bálsamo para mi alma herida. Sentí una oleada de alivio al darme cuenta de que no estaba sola en mi lucha, y que alguien estaba dispuesto a comprenderme sin juzgarme. La idea de que Rita había pasado por un proceso similar hacía que su apoyo fuera aún más valioso. Me di cuenta de que, en mi empeño por protegerme, había estado evitando el único apoyo real que había encontrado en mucho tiempo.

La conversación continuó, y me sentí cada vez más relajada al hablar con ella. Rita me animó a compartir mis pensamientos y miedos, a no mantenerme en mi propio caparazón de aislamiento. Me habló de cómo había superado sus propios desafíos, dándome ejemplos de cómo encontró su propio camino hacia la recuperación. A través de sus historias y consejos, empecé a ver una luz en la oscuridad que había estado rodeando mi vida.

Me di cuenta de que Rita podría ser una clave importante en mi proceso de sanación. Su comprensión y apoyo me ofrecían una perspectiva diferente, una que podría ayudarme a enfrentar mis propios miedos y a empezar a trabajar en la aceptación de mí misma. La sensación de que finalmente había encontrado un apoyo genuino era reconfortante, y empecé a cuestionar si, quizás, había llegado un poco tarde para reconocer el valor de esta amistad.

Cuando la conversación llegó a su fin, ella me miró con una ternura que me hizo sentir especial. —Amaya, quiero que sepas que estoy aquí para ti. No tienes que enfrentar esto sola. Si necesitas hablar, desahogarte o simplemente tener compañía, estoy a solo una llamada de distancia—.

Las palabras de Rita resonaban en mi mente mientras nos dirigíamos hacia la salida. A pesar de mi reserva inicial, me sentía agradecida por su apertura y apoyo. Había una parte de mí que finalmente comenzó a aceptar que la amistad y la comprensión podían ser herramientas poderosas en mi camino hacia la recuperación.

Cuando salimos de la oficina, Rita me sorprendió al darme un abrazo cálido y sincero. Fue un gesto simple, pero para mí significaba mucho. Sentí que el abrazo era una promesa de apoyo continuo y una reafirmación de que no tenía que enfrentar mis desafíos sola. Me aferré a ese abrazo con gratitud, permitiéndome sentir un pequeño rayo de esperanza en medio de mi batalla interna.

—Yo también seré tu receptora si así lo deseas, Rita—.

Entre las sombras (1)✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora