Prólogo

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DOMINGO, 1 DE NOVIEMBRE. 10:03 AM. 

Esta es la cosa sobre Martin: si alguien odiaba a su jefe, ese era él. 

Cuando se marchó de su pequeño pueblo al norte de España para estudiar en Massachusetts, pensó que tenía la vida resuelta. ¡Era ingeniería, joder! Si todo lo que le habían dicho durante su vida era cierto, debía estarle lloviendo el dinero. Debía estar cumpliendo su sueño de diseñar videojuegos para compañías impresionantes y hacer millones de dólares que lo convertirían en uno de esos tíos ricos que los adolescentes adoraban porque "nunca se olvidaban de donde venían". Niñas le harían edits en TikTok, impresionadas por lo atractiva que podía ser una mente maestra, abrirían hilos en Twitter sobre las buenas causas a las que donaba dinero o los momentos divertidos de sus entrevistas, multitudes asistirían a la Comic-Con disfrazados de sus personajes.

En su lugar, llevaba tres años trabajando para el gilipollas de Juanjo Bona.

Ni siquiera él entendía cómo había acabado ahí. Primero, consiguió ser becario en una de las compañías de videojuegos más importantes del mundo— de la que había sido fan prácticamente toda su vida. Desde ahí, todo fue cuesta abajo: un minuto estaba sirviendo cafés y organizando reportes, y al siguiente el director ejecutivo le estaba ofreciendo una cantidad absurda de dinero por ser su asistente personal.

Martin pensó que era la oportunidad perfecta; se convertiría en su mano derecha y, al ganar su confianza, le mostraría su trabajo, sus ideas, su visión. Juanjo estaría tan impresionado que le daría un puesto como programador en la compañía, y el mundo conocería su nombre.

Con lo que no contaba era con que el cabrón fuese un inútil insoportable que no sabía hacer nada por si mismo excepto sentirse el ombligo del mundo. Era frio, controlador, egocéntrico y probablemente incapaz de sentir emociones humanas. Martin estaba sorprendido de que en su agenda semanal no estuviese patear niños por la calle, y solo sabía que no era uno de sus pasatiempos porque pasaba cada minuto de su vida con él.

Es por esto que, cuando despertó esa mañana en una cama de hotel demasiado lujosa para ser la suya, sin ropa y con dicho inútil insoportable dormido a su lado, su primer instinto fue gritar.

—¡Joder!

Juanjo se despertó de un salto y, al encontrarlo ahí, retrocedió en el colchón con tal brusquedad que se cayó de la cama. Aterrizó sobre sus disfraces de Halloween hechos una pila en el suelo.

—¿Qué cojones?

STAY [M+J][short story]Where stories live. Discover now