SÁBADO, 31 DE OCTUBRE. 24 horas antes.
Martin puso la carta sobre la mesa en un golpe seco.
—Renuncio.
Sentado en la silla ridículamente cara de su despacho, Juanjo levantó la mirada del ordenador con la taza de café a medio camino hacia su boca.
—¿Qué?
—Que renuncio, —repitió el vasco— A partir de hoy tienes dos semanas para encontrar otro asistente. Yo ya he tenido suficiente.
Suficiente no empezaba a describirlo: después de tres años de salir de casa a las siete de la mañana y regresar a la medianoche, de llamadas de trabajo incluso en sus días libres, y de hacer todo el trabajo sucio de Juanjo, ese día había sido la gota que colmó el vaso. Tras la presentación mediocre de uno de los diseñadores, el mayor salió de la sala de conferencias y, sin mirar a su asistente, le ordenó que lo despidiese por él.
El pobre pasó tres horas consolando a un hombre de mediana edad que no paraba de llorar mientras le llenaba el jersey de mocos, y que al final seguridad tuvo que sacar a rastras solo para que, una hora después, su jefe le enviara un correo diciendo que revisitó las ideas en las diapositivas y tenían potencial, así que había cambiado de opinión sobre dejarlo ir.
Martin dejó caer la frente sobre el teclado con tanta fuerza que la letra K salió volando.
—No—le estaba diciendo Juanjo ahora, una expresión aburrida en su rostro.
—¿No?
—No puedes irte.
Martin miró alrededor de la oficina, buscando la cámara oculta.
—¡No puedes simplemente responder que no!
—Me parece que es lo que acabo de hacer.
Regresando los ojos a la pantalla, Juanjo dio un trago a su café y comenzó a teclear. Detrás de él, las vistas de la ciudad de Nueva York a través del cristal reluciente del ventanal parecían un cuadro pintado a mano. En otoño, los frondosos árboles de Central Park se teñían de una gama de naranjas y rojos, el agua del lago reflejando sus siluetas. Parecía un mundo muy distinto a las calles por las que caminaba Martin al salir de casa, donde la gente iba apresurada y malhumorada y la única persona que giraba la cabeza para mirarle era un vagabundo que gritaba teorías conspirativas sobre alienígenas en la entrada del metro.
Martin siempre le compraba un bagel de moras azules con queso crema en la cafetería bajo su edificio y, cuando se lo entregaba, el hombre le deseaba un buen día tan efusivamente que él casi sentía lástima por estar de camino a hacer malabares con las mil tareas que le asignaba la criatura diabólica que tenía por jefe.
—La decisión ya esta tomada—dijo finalmente, cogiendo la carta de renuncia para colocarla directamente frente a él. —Átame a la silla si quieres, tengo cinturón negro en karate.
Juanjo parpadeó.
—No hace falta acudir a la violencia.
—¡Me estas exigiendo que me quede!
—No—dijo el hombre, levantando la mirada de nuevo. Sus ojos verdosos eran una marca personal para aterrorizar a todo el que le llevase la contraria. Martin, por suerte, era inmune. —Te estoy pidiendo amablemente que no abandones tu puesto de trabajo.
—Madre mía, ¿esta es tu versión de amabilidad?
Juanjo suspiró, recostando la espalda en la silla.
—¿Podríamos hablar de esto en otro momento? —pidió, frotándose los ojos con los dedos. —Tengo cosas que hacer.
—¡No! —insistió Martin, consciente de que estaba comenzando a sonar como un crío de cinco años al que su madre no le dejaba comprar una figura de acción. —Estoy harto, Juanjo. Hace una semana me llamaste a las tres de la mañana para que eligiera el final de un email antes de enviarlo. Hace cinco días me dijiste que tenías una emergencia y tuve que aplazar la consulta veterinaria de mi gato, de la que te avisé hace un mes, para ir a romper con tu novia por ti. ¡Ayer estuve en tu casa hasta las dos de la mañana empacándote una maleta! ¡Eres un adulto de veintiocho años que no sabe empacar su propia maleta!
—Vale, puede que me haya excedido un poco con...
—¿Excedido un poco? —gritó Martin. —No respetas mis horarios, ni mis limites, ni mi jodida paz mental. Parece que eres incapaz de existir sin mi, y aún así me tratas como una basura. ¡Esta mañana le diste tres semanas de vacaciones y un viaje pagado a la señora de la limpieza, y yo no he tenido un solo día sin verte la cara en tres años y medio!
Juanjo abrió y cerró la boca varias veces, frunciendo el ceño ligeramente. Era la primera vez que veía a Martin perder la compostura de esa manera y, aunque estaba consciente de que no era su persona favorita, nunca pensó que estuviese tan enfadado con él.
—Parece que me odias.
Martin agitó los brazos.
—¡Porque te odio! —soltó, exasperado. —Solo estoy aquí porque nadie en esta ciudad me pagaría tanto dinero por encargarme de toda su jodida vida, pero no puedo más. A la mierda el dinero, y a la mierda tú. Ya está, te lo dije. Y no puedes despedirme, porque acabo de renunciar y te lo vas a tomar en serio; o encuentras otro asistente en quince días o te quedas solo.
Con la barbilla en alto, el menor se dio la vuelta y se dirigió a la salida.
—Me voy a recoger tu disfraz a la lavandería.
Y la fuerza del portazo hizo que un cuadro se cayera de la pared.
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STAY [M+J][short story]
RomanceDonde Martin no soporta a su jefe multimillonario, o donde Juanjo se despierta con su asistente en una cama de hotel.