5.

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DOMINGO, 1 DE NOVIEMBRE. 7 horas y media antes.

Martin nunca había sentido tanta frustración y desesperación a la vez.

Con las puntas de los dedos metidas en un enredo de cabellos castaños, devoró su boca con tal ansia que podía sentir el desordenado compás de sus dientes rozando los suyos por accidente. Juanjo clavó los dedos en sus costillas, acercándolo y manteniéndolo en su sitio, como si temiera que se esfumase en cuanto lo soltara. El beso, que había comenzado como un salto de fe, acabó por convertirse en un festín desastroso, las manos de Martin buscando abrir la parte de arriba del disfraz cada vez más, hasta que sus uñas pudieron recorrerle el pecho desnudo y, en respuesta, Juanjo le mordió el labio inferior.

—¡Llegamos! —anunció el chofer animadamente.

El vasco tomó aire como si estuviese sacando la cabeza del agua, su torso subiendo y bajando al compás de su respiración agitada. Cuidadosamente, Juanjo lo bajó de su regazo y abrió la puerta, tambaleándose al salir, su disfraz tan desaliñado que era imposible no suponer lo que estaba sucediendo en ese asiento trasero. Con los labios enrojecidos, el mayor le volvió a sonreír, la brisa desordenando su cabello como una obra de arte.

—Gracias, Harry—murmuró Martin, dándole unas palmaditas en el hombro y evitando a toda costa el contacto visual. Al bajarse, cerró la puerta con firmeza e intentó no caerse de culo mientras se giraba hacia su jefe. —Por favor, te pido que no lo despidas solo por la vergüenza que te dará recordar esto mañana. Ese hombre tiene una familia que mantener.

Juanjo se rio un poco, un sonido tan sutil que Martin casi pensó estárselo imaginando.

—No soy un monstruo.

—Ah, ¿no?

Negando con la cabeza, le cogió la mano gentilmente para guiarlo hacia la entrada. En el ascensor, se enrollaron hasta que alcanzaron el ultimo piso y, para cuando llegaron a la puerta de la habitación, Martin ya tenía la camiseta a medio quitar y le estaba desabrochando el pantalón. El guardia junto a la entrada se apartó unos pasos con los labios en una fina línea llena de irritación, y el vasco hizo la nota mental de no volver a mirarlo a la cara después de eso.

Juanjo tiró de él hacia adentro, acorralándolo contra la madera del otro lado y escondiendo la cabeza en su cuello. Sus labios húmedos le recorrieron la piel con detenimiento, asegurándose de cubrir cada centímetro de piel hasta el lóbulo de su oreja.

Mientras tanto, los dedos temblorosos de Martin intentaban desvestirlo.

—Joder, ¿cuántas capas de ropa tienes?

—Demasiadas.

—Pues ayúdame a quitártelas —exigió en un susurro. —No pienso irme a la cama con Anakin Skywalker.

Juanjo soltó una risa ronca sobre su boca, separándose ligeramente para sacarse las botas. En un enredo de manos y ropa volando por los aires, la espalda de Martin tocó el colchón y de pronto tenía los dientes de su jefe rozándole los lunares del pecho con besos que prometían dejar marca. Se sentía ebrio por más de una razón, su garganta soltando incoherencias que variaban entre insultos y alabanzas. Juanjo no paraba de jurar su nombre entre susurros, dejando las huellas de sus dedos por todos lados, diciéndole cosas al oído que lo dirigían sin freno a la locura.

—Mierda—jadeó, y el mayor entrelazó las manos con las suyas, aprisionándolo contra el edredón. Cuando sus labios alcanzaron el hueco de su cuello, cerró los ojos con fuerza.

—Quiero que te quedes en mi vida—susurró Juanjo contra su piel. —Eso es lo mucho que me importas, Martin. No me importa si me quieres como jefe, como amigo, o como un lio más. Estoy dispuesto a aceptar que me odies, de ser necesario. Simplemente quédate.

Martin se zafó de su agarre para cogerle la cara con una mano, encontrándose con dos ojos feroces y suplicantes mirándolo desde arriba. Se preguntó cómo era ese el mismo hombre con el que había discutido esa mañana.

—Quédate, por favor—repitió él en una plegaria y, cuando el chico asintió, Juanjo volvió a besarlo.

No volvieron a tener una conversación racional hasta la mañana siguiente. 

STAY [M+J][short story]Where stories live. Discover now