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DOMINGO, 1 DE NOVIEMBRE. 10:42 AM.

Martin se encontraba en una pequeña mesa junto a la ventana, sus ojos avellana fijos en una página de su agenda mientras se llevaba una tostada a la boca. Bajo la luz dorada de Los Ángeles, su cabello húmedo y recién salido de la ducha brillaba con especial intensidad, un sonrojo en sus mejillas propio de alguien a quien habían besado sin descanso la noche anterior. Sorprendentemente, no parecía tener resaca.

—Hola.

Cuando Juanjo tiró levemente de la silla frente a él, el vasco levantó la mirada y arqueó un poco las cejas, sorprendido de que hubiese decidido acabar con su orgullo y romper la ley del hielo. En un principio, ambos habían estado igual de confundidos sobre cómo habían acabado en la misma cama, pero en cuanto las imágenes se hicieron lucidas a través de la ilusión del alcohol, Juanjo se vistió y prácticamente salió corriendo de la habitación.

—¿Puedo sentarme? —volvió a hablar en un murmullo, y Martin asintió.

El restaurante estaba prácticamente vacío e inundado de las voces de los últimos huéspedes rezagados aterrizando en sus mesas justo antes de que cerraran las puertas para cambiar el menú. Una mesera se acercó a ellos con una sonrisa radiante y anotó la orden de Juanjo con rapidez, dejando una taza de café sobre la mesa unos minutos más tarde. Después, volvió a llenar el vaso de jugo de naranja de Martin, quien le agradeció distraídamente mientras repasaba los bordes de su dibujo.

—Es impresionante—murmuró Juanjo, inclinándose un poco para detallar mejor la libreta. En silencio, su asistente volvió a mirarlo. —No tenía idea de que dibujaras así.

—De hecho, soy programador. Es para un posible videojuego.

Juanjo parecía genuinamente sorprendido, ante lo que Martin soltó una risita.

—¿Al menos leíste mi currículo antes de contratarme? —bromeó, dando un trago a su vaso.

—No realmente, lo siento—contestó él con el ceño fruncido. —¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Es eso lo que has querido hacer todo este tiempo?

El menor se encogió de hombros.

—No creí que fuese a cambiar nada—admitió, volviendo a morder la tostada. —Y me pagas bien, así que renuncié a la idea con el tiempo.

Juanjo negó un poco con la cabeza, dejándose caer en el espaldar.

—Realmente soy el peor jefe del mundo.

Martin sonrió.

—Yo no diría el peor—murmuró, divertido. —Probablemente en los últimos diez de la lista, pero no el peor.

El mayor resopló, una expresión risueña atravesando sus labios, y Martin no pudo evitar recordar el sonido grave de su risa contra la piel de su garganta pocas horas atrás.

¿Cómo le iba a explicar a sus amigos que el mismo jefe del que se quejaba día y noche también había sido el mejor lío de su vida?

—Supongo que ya no importa—volvió a hablar el vasco, observando como la mesera dejaba un plato de tostadas francesas frente a él. —Dentro de poco no trabajaré más para ti.

Juanjo cogió el azúcar glas y carraspeó.

—Podría revisar tus ideas—dijo en voz baja, sacudiendo el recipiente encima de su comida. —Continuaría siendo tu jefe, pero no trabajarías directamente conmigo.

Martin lo consideró brevemente.

—En realidad, creo que lo mejor es que me marche—concluyó, jugueteando con la servilleta en su mano. —No quiero causar conflictos de interés.

—¿Conflictos de interés?

—Ya sabes—murmuró él, sacudiendo un poco la mano en un gesto distraído. —Por haberme acostado con el director de la compañía.

Los nudillos de Juanjo se tensaron, el plato de tostadas ya completamente blanco.

—Creo que te excediste con el azúcar—dijo Martin, divertido.

Parpadeando, él dejó el recipiente sobre la mesa y frunció el ceño ligeramente.

—Sobre lo de anoche...

El vasco se mordió el interior de la mejilla, encontrando su agobio ligeramente encantador.

—¿Sí?

—Todo lo que dije es verdad—confesó, los ojos fijos en su desayuno arruinado. El sonrojo de sus mejillas llegaba hasta las orejas. —Escucha, sé que no lo parece, pero soy una persona extremadamente tímida, y supongo que es la razón tras mi torpeza social. Pero me gustaría empezar de nuevo contigo, demostrarte cómo soy de verdad. Te juro que puedo llegar a ser agradable.

Martin se rió un poco, inclinándose hacia adelante para observarlo mejor. Al apoyar los codos en la mesa, agachó la cabeza ligeramente en busca de su mirada. Juanjo levantó la barbilla, haciendo contacto visual a través de sus pestañas pobladas. Tenía una barba de tres días que le había hecho cosquillas en las clavículas la noche anterior.

—Invítame a una cita.

Su jefe parpadeó.

—¿Qué?

—Que me invites a una cita—repitió él, apoyando la barbilla en una de sus manos. —O a tu casa a comer ramen instantáneo, si te apetece. La verdad no me importa, solo dime que quieres pasar tiempo conmigo.

Juanjo se humedeció los labios nerviosamente.

—Quiero pasar cada minuto de mi día contigo, de ser posible.

La sonrisa de Martin se ensanchó.

—Vale.

—¿Vale?

—Podemos empezar por esta noche.

Y así fue como, horas más tarde, acabaron sentados en un sofá de miles de dólares compartiendo fideos en un recipiente reciclable con una película de Star Wars en la televisión. Sorprendentemente, Juanjo era aún más atractivo en sus pijamas de dinosaurios.

—Por cierto, —dijo Martin mientras daba un sorbo a su cerveza. —Harry quiere un aumento.

—Por supuesto que quiere un aumento.

—Y le dije que sí.

Juanjo arqueó las cejas.

—¿Desde cuando tienes potestad en los aumentos de mis empleados?

—Desde que el empleado en cuestión estuvo a medio metro de nosotros mientras nos enrollábamos.

El mayor suspiró, llevándose la botella a la boca.

—Valido.

Años más tarde, Harry contaría la historia el día de su boda. 

STAY [M+J][short story]Where stories live. Discover now