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SÁBADO, 31 DE OCTUBRE. 21 horas antes. 

Juanjo se subió al asiento trasero del coche, donde Martin ya lo estaba esperando.

El chico ni siquiera levantó la mirada, concentrado en lo que sea que estuviese garabateando en su agenda, el ceño fruncido en una expresión irritada. Juanjo carraspeó y se aflojó un poco la corbata, desabrochando el botón de la chaqueta negra de su traje para sentarse cómodamente.

—Si me vas a hacer comprarte parches de nicotina cada semana de tu vida, lo mínimo que puedes hacer es intentar dejar de fumar—masculló el vasco sin apartar los ojos del papel, y Juanjo giró la cabeza en su dirección.

—¿Cómo sabes que estaba fumando?

—Solo te pones ese perfume odioso cuando vienes de fumar— contestó él.

El mayor tensó la mandíbula y regresó su atención al frente, donde su chofer estaba encendiendo el coche y fingiendo no escucharlos.

Vale, puede que haya dado por sentado a Martin de alguna manera, y puede que haya sido un poco demandante durante esos tres años, y puede que nunca se haya esforzado en darle razones para quedarse porque pensó que el dinero sería suficiente. Pero él no pretendía comportarse como un capullo, de hecho, quería ganarse el aprecio de su asistente. Después de todo, era la única persona que pasaba tiempo con él. ¿A quién más se suponía que llamara en todas esas situaciones?

No tenía a nadie, y ahora perdería a Martin por gilipollas.

En silencio, no paraba de rememorar sus palabras en la oficina y la cantidad de cosas que Juanjo lo había hecho pasar sin siquiera agradecerle. Sabía que gran parte del problema era su vergüenza: Juanjo era una persona sumamente tímida, y de alguna manera había pasado de ser un friki de los videojuegos a un multimillonario en la lista de "Forbes 30 under 30". Pero sus capacidades sociales no habían mejorado; sobre pensaba absolutamente todas las interacciones que tenía, y el sentimiento era tan insoportable que lo convertía en ser inerte sin capacidad de expresión.

El resultado: no sonreía, no preguntaba por la vida de las personas, no decía bromas o tenía conversaciones casuales. Simplemente decía un par de palabras al día que sonaban demandantes porque le aterraba tanto no ser tomado en serio que terminaba por acudir a la intimidación.

Y vale, sí llamó a Martin a altas horas de la noche en medio de una crisis por no saber elegir entre "saludos cordiales" y "atentamente", pero es que llevaba semanas procrastinando ese estúpido correo electrónico por los nervios que le causaba. Y está bien, sí lo hizo romper con su novia por él, pero es que cuando lo llamó acababa de salir del peor ataque de ansiedad de su vida por la idea de hacerla enfadar, y fue incapaz de entrar a ese café.

Sin embargo, la noche anterior había sido una situación completamente distinta.

Juanjo no pretendía que Martin hiciera la maleta por él, simplemente quería compañía para cenar. Fue a la lista de contactos de su móvil y se encontró con que no tenía amigos, o conocidos cordiales, o hermanos, o padres vivos deseosos de verle. Martin era, de forma deprimente, la única persona que podía llamar.

Presionó el nombre antes de poder pensarlo bien, y cuando el menor contestó las alarmas saltaron en su cabeza. No podía decirle "estoy a punto de llorar porque moriré solo y necesito que vengas a cenar conmigo para sentirme mejor". Sería patético, y casi podía escuchar la risa de Martin burlándose de él del otro lado de la línea. En una ultima instancia desesperada, optó por pedirle ayuda con su estúpido equipaje.

Idiota. Había sido un idiota.

Pasaron el resto del camino al aeropuerto en silencio, al igual que las cinco horas de viaje a California. Cuando se bajaron del jet privado, Martin se despidió casualmente del piloto y le pidió que le enviara fotos de su nuevo bebé, asegurándole que le enviaría flores a su esposa en cuanto regresara a la ciudad. Juanjo envidió su capacidad de ser tan jodidamente encantador sin siquiera intentarlo.

STAY [M+J][short story]Where stories live. Discover now