4.

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DOMINGO, 1 DE NOVIEMBRE. 8 horas antes.

Vale, Juanjo iba a disculparse, pero primero tenía que reunir la valentía para hacerlo.

Por el momento, lo único que había conseguido había sido acercarse a él y ofrecerle un trago. Unas cuatro veces. Para la quinta ya estaba comenzando a entrar en pánico por la posibilidad de lucir como un asesino serial que buscaba emborracharlo para arrastrarlo a su sótano y cortarlo en pedacitos. Luego se dio cuenta de que Martin continuaba aceptando porque cada vez que Juanjo iba a la barra también se servía un trago para sí mismo, y eso significaba que los dos ya estaban demasiado borrachos para cometer un homicidio.

—¿Qué haces?

¿Qué hacía? La voz del vasco lo sacó de sus pensamientos y, horrorizado, se dio cuenta de que estaba bailando. Juanjo Bona, bailando. Frente a su asistente y única persona de confianza.

—Nada—contestó, deteniéndose en seco, y Martin no pudo evitar soltar una carcajada.

—¡Estabas moviendo la cabeza!

—No es verdad—insistió él, metiendo la mitad de la cara en su vaso y tragándose lo que quedaba de ron. El menor se acercó un poco más a él y le dio un par de toques con el codo.

—No es ilegal, ¿sabes?

Juanjo lo miró.

—¿Qué cosa?

—Divertirte de vez en cuando.

Su jefe parpadeó, observándolo en silencio por unos segundos. Había una capa fina de sudor recorriendo su piel y, bajo las luces azuladas, el resplandor de su cuerpo y de la escarcha sobre sus pómulos lo hacían lucir como un verdadero ángel. La clase de ángeles que se ven en los ventanales coloridos de las iglesias. Sintió un calor en el pecho y se dio cuenta de que, joder, iba muy borracho.

Antes de que pudiese contestar, Martin le quitó el vaso de la mano y lo cogió por la muñeca, arrastrándolo hacia la pista de baile.

Juanjo intentó resistirse momentáneamente, pero la verdad es que tenía curiosidad de saber a dónde los llevaba todo esto. Se dejó guiar entre los cientos de cuerpos desconocidos hasta llegar a un pequeño fragmento de suelo vacío casi en medio del espacio donde Martin lo detuvo, agarrándose a sus brazos para no caer. Sonriendo con diversión, bajó las manos hacia sus caderas, instándolo a moverse al ritmo de la música.

—Venga, déjate llevar.

La realidad es que no se había dejado llevar en su puta vida y lo único que podía pensar era en lo cerca que estaba de su boca. Por un lado, no quería tocarlo porque le asustaba lo que iba a sentir si lo hacía. Por el otro, quería averiguarlo. Nunca había considerado su fascinación por Martin como algo más que el patético anhelo de un amigo. Ahora, estaba comenzando a sospechar de sí mismo. ¿Siempre había sido atracción, o solo era el alcohol pensando por él?

Antes de poder decidirlo, su asistente se apartó y empezó a bailar por su cuenta, animándolo a seguirle. Juanjo, a quien la vergüenza amenazaba con matarlo, se mantuvo inmóvil por un momento, observándolo dar brincos y moverse de un lado para otro frente a él. Le parecía impresionante que alguien pudiese ser tan descaradamente libre de preocupaciones por lo que la gente estuviese pensando de él.

"Tienes que esforzarte por mejorar, y los demás serán pacientes contigo."

Tomando aire, Juanjo comenzó a mover los hombros ligeramente.

—¡Bien! —lo animó el vasco, sonriendo de oreja a oreja.

Martin era una persona de sonrisa fácil pero que raramente se las dedicaba a él, y ese simple gesto hizo que el mayor se soltara por completo, subiendo los puños al aire y moviendo el torso por instinto. Dio una vuelta sobre si mismo y, entre pasitos al ritmo de la música, bailó sin despegar los ojos de sus pies, los indicios de una sonrisa en las comisuras de sus labios.

STAY [M+J][short story]Where stories live. Discover now