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SÁBADO, 31 DE OCTUBRE. 11 horas antes.

Ser invitado a la fiesta de Halloween de Violeta Hódar era, por ponerlo de alguna manera, un privilegio en el mundo de las celebridades. Por su parte, Juanjo no podía detestar la idea más si le decían que tendría que caminar sobre clavos durante toda la noche, pero su publicista insistía en que era una buena oportunidad para forjar contactos.

Hasta ahora llevaba cinco años asistiendo, y ni un solo contacto.

Pero Violeta era agradable y, aunque vivía al otro lado del país y mantenían un total de tres conversaciones al año, Juanjo siempre disfrutaba de lo entretenida que podía llegar a ser su compañía. Fue ella la que le presentó a su ahora exnovia el Halloween anterior, y aún se sorprendía a si mismo por haber mantenido una relación estable durante tantos meses. No se consideraba un mal novio: era atento y dulce con la chica, se interesaba por sus pasiones, la sacaba a cenar todas las semanas para charlar de cosas banales, e incluso tenían una buena vida sexual. Sin embargo, nunca parecía estar contenta con nada, y Juanjo llegó a la conclusión de que el problema era él.

—Me dijo que eres increíble en la cama, si te sirve de consuelo—le estaba diciendo Violeta mientras le servía una extraña mezcla de alcohol y soda en un vaso de plástico. —Estaba muy triste cuando rompieron.

Juanjo suspiró.

—¿Crees que debí seguir con ella? —preguntó, aceptando el trago. —Quizás nos habríamos casado. Quizás esa habría sido la solución a mi deprimente vida; una esposa a la que solo le agrado en la cama y algunos hijos, tal vez. Podría verme a mi mismo con un bebé, son adorables y no esperan que tengas las capacidades sociales básicas.

El ver a Violeta una vez cada año también le daba la valentía para ser brutalmente honesto a su alrededor. Eso y que no era su primer coctel. Ni el tercero.

—Deberías adoptar un perro—sugirió ella.

—Soy alérgico al pelo—contestó él lastimosamente, y la pelirroja sonrió con ternura.

Martin estaba directamente en su campo de visión, y él se había asegurado de que fuese así toda la noche. A diferencia de su elaborado traje de Anakin Skywalker, el disfraz del vasco se resumía a una camiseta de tirantes y unas alas de ángel colgando de su espalda. Tenía destellos de escarcha decorándole las mejillas y una aureola de plástico sobre la cabeza que brillaba bajo los reflectores de colores del lugar. A Juanjo le parecía adictivo de mirar.

—Veo que sigues obsesionado con él—canturreó Violeta, divertida.

—No estoy obsesionado con él.

La chica soltó una risita.

—Juanjo, entiendo que la gente suela tragarse tu fachada de empresario frío e intimidante, pero a mi no me la cuelas—le aseguró. —Las pocas veces que te veo no paras de hablar de tu asistente Martin y lo interesante y simpático que es. Sabes que no pasa nada porque quieras ser su amigo, ¿verdad? Ya pasa la mayoría de su tiempo contigo, de todas formas.

El mayor bufó.

—Hoy me entregó su carta de renuncia.

—Joder.

—Y me dijo que me odia.

—¡Joder!

—Ya—murmuró Juanjo—Me lo merezco, no he sido un buen jefe.

Violeta chasqueó la lengua.

—Me estás diciendo que es la única persona que te conoce de verdad en este mundo, ¿y tú le tratas mal? —reclamó.

—¡No lo trato mal! —se defendió Juanjo rápidamente, y luego resopló. —Vale, creo que si lo he tratado un poco mal. ¡Pero no ha sido a propósito! Simplemente soy gilipollas.

—No estás mejorando tu caso.

—Escucha, Violeta, creo que me acostumbré a tenerle ahí para todo y sin querer empecé a abusar de ese privilegio—masculló, dando un largo sorbo a su vaso. —Ya está, soy el estereotipo de millonario imbécil que no respeta los límites de sus empleados. Ahora mátame y quema el cuerpo.

Violeta se rio en voz baja.

—Deberías disculparte con él.

Juanjo tragó con fuerza.

—¿Realmente crees que sirva de algo?

—No lo sé, Juanjo—dijo Violeta encogiéndose de hombros. —Pero no puedes conformarte con que no se te den bien los lazos personales y luego sorprenderte porque la gente se cansa de esperar. Tienes que esforzarte por mejorar, y los demás serán pacientes contigo.

Y aunque iba parcialmente borracho, las palabras lo golpearon como un balde de agua fría.

—Mira, la única razón por la que tu y yo no somos amigos es porque tú, simplemente, nunca me llamas—admitió la chica, bebiendo de un trago lo que quedaba en su vaso. —A veces, las cosas son así de sencillas.


STAY [M+J][short story]Where stories live. Discover now