Rhaenyra VI

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La princesa se había mirado al espejo la mañana de su día del nombre, valorando como ocultar las zonas moradas en su piel de Elinda. Daemon no había sido amable con ella, y su cuerpo entero era la prueba de ello. Era imposible que pudiera encontrar todas las pruebas de la pasión de su tío de los ojos atentos de Elinda.

Quería desesperadamente confiar en Elinda, creer que su doncella nunca la traicionaría. Si Elinda lo hacía, sería su palabra contra la de Rhaenyra, y Rhaenyra estaba segura de que su padre se pondría de su lado, aunque su mente le susurrara que las palabras de Elinda podían tener algo de verdad.

Elinda no la miró más de la cuenta esa mañana, asumiendo el peso del secreto sin decir ni una palabra, y apresurándose a sacar todos los vestidos de cuello alto que Rhaenyra tenía guardados para ocultar con tela la evidencia.

Rhaenyra sintió su corazón latiendo desbocado en su pecho ante la posibilidad de la traición de su doncella. Incluso si no sabía quién le había hecho esas marcas, ciertamente sabría que su marido no era capaz de hacerlas.

Rhaenyra la miró, sus ojos una mezcla de angustia y miedo, mientras Elinda se movía por la habitación.

—Nadie puede saberlo —le advirtió Rhaenyra, mirándola a los ojos.

Elinda solo le sonrió, un gesto cariñoso e infantil que hacía mucho más evidente lo joven que en verdad era.

—Su secreto está a salvo conmigo, princesa —le aseguró Elinda, sus manos recorriendo la seda del vestido antes de enseñarselo para que la princesa diera su visto bueno—. Ahora debemos elegir un vestido adecuado. 

Su lealtad había enternecido el corazón de Rhaenyra, llevándola al borde de las lágrimas, y en ese momento sintió que por fin había vuelto a ganar una amiga. Era la primera persona que no fuera de su familia en la que Rhaenyra se permitía confiar desde Alicent, y había algo ciertamente liberador en no sentirse totalmente sola.

Daemon hacía todo lo que podía para comprenderla, pero había cosas con las que su tío no podía ayudarla, dudas que él no podía acallar. 

—He pensado que podría reclutar más doncellas —le confesó la princesa— para que tengas un poco de ayuda. Tengo... motivos de peso para pensar que pronto necesitaré más ayuda.

Elinda mantuvo su sonrisa, aunque ahora parecía más brillante si era posible mientras sus ojos se deslizaban al vientre de la princesa, aún plano.

—Si es lo que deseas, yo estaré encantada. 

Rhaenyra asintió. Esa misma mañana escribió una carta para Cregan Stark, sugiriendo que su hermana bastarda Sara Snow fuera a vivir a la Corte y a servirla como su dama; y cuando lord Strong se acercó a felicitarla por su día del nombre, Rhaenyra le sugirió que sus dos hijas se unieran a su servicio.

Ambos hombres aceptaron de buena gana. 

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Rhaenyra sabía que algo había cambiado en ella después de su día del nombre, aunque no podía saber a ciencia cierta el qué. 

Al principio lo había atribuido al castigo que Daemon le había impuesto —había llevado las marcas de sus manos y las de su boca por mínimo dos semanas, y su cuerpo dolía en todas las zonas correctas incluso cuando caminaba. 

Alicent había llegado a preguntarle si estaba todo bien cuando la había visto por tercer día consecutivo con un vestido que la cubría casi por completo, pese a que la temperatura era cálida; y Rhaenyra se lo había adjudicado a que se encontraba un poco indispuesta. 

—¿Indispuesta, dices? —había preguntado Alicent, su tono ligeramente malicioso mientras sus ojos vagaban por el rostro de Rhaenyra—. Espero pronto te encuentres bien, entonces.

Shameless (Daemon & Rhaenyra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora