IX

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Jungkook la abrazó con fuerza mientras la miraba con atención.

El sudor le pegaba el pelo a la frente y a las mejillas.

El aliento brotaba entrecortado de entre sus labios.

Con la reluciente piel y las largas pestañas cuajadas de lágrimas, le recordaba a una princesa durmiente a la espera de su príncipe.

A una princesa satisfecha y bien follada.

Se le puso dura.

¿Qué había pasado?

Por regla general, siempre mantenía el control durante una escena.

Reprimía sus necesidades físicas y se concentraba en lo que requerían sus amantes.

No tenía problemas para contenerse, por más que le suplicaran, le prometieran o lo tentaran.

Permitía que ambos llegaran al clímax según sus propias reglas, relegando sus emociones.

Pero no había sido así con Elizabeth.

Desde que la tocó, había tenido que luchar para mantener la neutralidad.

Su placer alimentaba el suyo propio, pero nunca antes había ansiado ir más allá, desnudarse en cuerpo y alma para reclamar a una mujer.

En ningún momento había dudado de su capacidad para tener orgasmos.

Los imbéciles que habían estado con ella se merecían que los azotaran por haberle metido tantas gilipolleces en la cabeza.

No, sabía que necesitaba un hombre que le permitiera rendirse y dejar que su cuerpo se impusiera a esa mente privilegiada.

El instinto le indicaba que Elizabeth tenía el alma de una sumisa sexual, que rogaba que alguien la dominase y controlase su cuerpo.

Lo que lo estaba matando era todo lo demás.

La forma en la que se entregaba a él mientras tenía un orgasmo.

Los dulces gritos que brotaban de sus labios mientras le suplicaba que la penetrase.

La confianza y el valor que demostró al permitirle que la atara durante su primera noche juntos.

La forma en la que su cuerpo cobraba vida bajo él y cómo acogía su polla, como si su lugar estuviera entre sus muslos.

Ensombrecía a cualquier mujer que hubiera conocido antes que ella.

Como si de una droga se tratase, ya ansiaba su siguiente dosis, aunque acababa de correrse.

Se moría por hacerla suya una y otra vez, por atarla a su cama y retenerla allí hasta que admitiera que era el lugar donde quería estar.

Esperaba un bajón emocional después de semejante intensidad.

Normalmente daba pasos muy medidos para contrarrestar los bajones: una manta, una botella de agua, unas palabras amables y un abrazo reconfortante.

Sin embargo, en cuanto vio las lágrimas de Elizabeth y la repentina rabia al darse cuenta de esa muestra de debilidad, anheló estrecharla con fuerza.

Mecerla entre sus brazos, secarle las lágrimas a besos y mantenerla a su lado.

Nada que ver con su reacción habitual.

El delicioso olor a coco, a almizcle y a sexo le inundó las fosas nasales.

Bajo el influjo del orgasmo, la había convencido de que pasara otra noche con él.

брачен завет JungKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora