IV

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Elizabeth levantó la cabeza y torció el cuello para mitigar el dolor.

El montón de documentos apenas se había reducido a la mitad y la taza de capuccino se había enfriado hacía mucho rato.

El dolor reflejo que sentía detrás de los ojos le indicaba que se le estaba agotando el tiempo.

Mio Dio, pensó, ¿cuánto llevaba trabajando?

Una miradita al reloj le confirmó que llevaba cuatro horas sin parar.

Se le escapó un suspiro, sorprendiéndose a sí misma.

Normalmente disfrutaba de los sábados por la mañana en su apartamento, ya que se ocupaba de los cabos sueltos para los que no tenía tiempo durante la semana.

Café, documentos, su portátil, un poco de música y era feliz.

Salvo que…

Miró por la ventana.

El brillo del sol que rara vez se dejaba ver durante el oscuro febrero se abría paso entre las nubes como un gesto desafiante.

Extendió las piernas y se acercó a la ventana para ver la escena que se desarrollaba por debajo.

El rugido de las motos de gran cilindrada y de los ciclomotores resonaba por las calles en un intento por recorrer el mayor número de kilómetros en ese día tan bueno.

Apoyó la mano en el frío cristal y sopesó la idea.

Era curioso, pero desde su último encuentro con Jungkook, un extraño impulso rebelde acosaba a su habitual sentido práctico y la instaba a romper con la rutina para disfrutar del sentimiento que creaba el día soleado.

A la mierda.

El trabajo podía esperar.

Tomó una decisión y no dudó un segundo.

Iba a montar en moto durante lo que quedaba de tarde.

Le ardían los dedos por el deseo de cerrarlos en torno al manillar de la moto y dejar de pensar durante un rato.

Dada su tendencia a pasarse horas trabajando y a su leve trastorno obsesivo compulsivo, en muchas ocasiones acababa exhausta.

Al menos había encontrado una vía de escape aceptable que no requería sesiones con un psicólogo.

Las motos.

Se detuvo para corregir la inclinación de las tres fotos que había sobre la repisa de la chimenea y fue al dormitorio.

En un tiempo récord se vistió con unos pantalones cómodos de Prada, unas botas y un jersey de cachemira.

Se puso la cazadora de cuero, cogió el casco de la parte alta del armario, metió el móvil en el bolso y se fue.

Recorrió a pie las manzanas que la separaban del aparcamiento donde tenía la moto.

El viento era frío, pero llevaba bastantes capas de ropa para mantenerse calentita durante el trayecto.

Calculó mentalmente los kilómetros que quería recorrer y decidió tomar una ruta fácil hacia Navigli.

Se plantó delante de su obsesión secreta y sintió un cosquilleo en la piel, como si contemplase a un amante.

Era perfecta.

El metal sin adornos y el carenado negro conformaban la moto, que era una maravilla única.

Su flamante Moto Morini Corsaro tenía todos los elementos que ella admiraba y deseaba en una moto.

Velocidad.

брачен завет JungKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora