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Jungkook deambulaba por el vestíbulo a medio terminar del Purity con el resto del equipo.

El rugido de las máquinas flotaba en el ambiente, y el olor a madera, a aceite y a pintura se le metía por la nariz.

El edificio vacío del conocido Le Méridien llevaba años abandonado, como una solitaria pieza de arquitectura que suscitaba añoranza en pleno corazón de la ciudad.

Después de años trabajando para comprar el edificio, por fin había ganado.

Había dado el primer paso para dejar su huella en el mundo y conseguir un trocito de inmortalidad.

Era lo máximo a lo que podía aspirar.

La estructura poseía esa elegancia antigua que necesitaba para dejar huella en aquel lugar.

El caballo alado de mármol emplazado en la parte delantera conducía a un elegante edificio con una fachada blanca que se caía a pedazos en mitad de las brillantes puertas rojas, lo que le confería una personalidad única.

El restaurante y la zona común serían reemplazados por completo por una versión moderna de lo que era el entretenimiento, y la sala de comunicaciones para las empresas disfrutaría de la tecnología punta.

Dado que estaba todo amueblado, había que renovar todas las estancias y decidir qué muebles y qué zonas se quedaban como estaban y cuáles se cambiarían, algo que abrumaba a su equipo de diseñadores.

El orgullo se apoderó de él mientras conducía despacio al equipo a través de las zonas en las que ya se estaba trabajando.

Charlaron mientras Jin tomaba notas y él les presentaba su visión, señalando dónde quedarían sus respectivos espacios.

Al llegar a la zona donde se emplazaría la pastelería de La Dolce Famiglia, se detuvo para concentrarse en Elizabeth.

Había llorado por él.

El recuerdo de sus lágrimas lo desconcentró.

Salvo algún que otro vago recuerdo de sus padres abrazándolo, no tenía recuerdos agradables a los que aferrarse.

El contacto solía significar un castigo o algo que evitar a toda costa.

Había recibido una lección brutal a una edad muy temprana que le había enseñado que las lágrimas eran inútiles y que se consideraban una debilidad.

¿Cuántas veces lo habían apaleado, lo habían matado de hambre, lo habían humillado o castigado de diferentes formas sin que nadie le prestase la menor atención?

Sus hermanos de acogida estaban demasiado ocupados intentando sobrevivir, y cualquier gesto amable hacia él siempre había sido castigado con severidad.

Jungkook nunca los culpó.

Él habría hecho lo mismo.

Pero en cuanto vio las lágrimas de Elizabeth, un inquietante abismo se abrió e intentó tragárselo.

Elizabeth se preocupaba por él.

Le había besado las cicatrices.

Le había gritado cuando le comentó que tal vez quisiera irse.

Se había mostrado cariñosa y amable, y él no sabía cómo reaccionar.

Las incontables mujeres con las que había estado antes de conocerla se convirtieron en un remolino indefinible de caras que solo se interesaban por sus cicatrices para asegurarse de que conseguía que se corrieran.

брачен завет JungKookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora