Los primeros días en casa fueron agotadores. Yo tenía problemas a la hora de la lactancia y Mateo no alcanzaba ni el peso ni la altura propia de su tiempo. Pasamos los dos primeros meses de vida acudiendo a consultas médicas casi a diario e incluso tuvo que estar ingresado durante unos días. Pero pasados los tres meses pudimos empezar una vida algo más tranquila.
Yo volví a mi puesto de camarera en la cafetería a la vez que inicié mis estudios en la Universidad de Psicología. Por la mañana trabajaba, por las tardes acudía a algunas de las clases cuando mi hijo me lo permitía y de noche estudiaba y cuidaba del pequeño. Carmen cuidaba de él durante casi todo el día con mucho cariño, y salía con él de paseo al igual que lo hacía conmigo de pequeña. Y cumplí mis ansiados dieciocho años junto a mi verdadera familia.
Pero al llegar el sexto mes de vida de Mateo, Carmen empeoró y el cáncer empezó a consumirla en muy poco tiempo. A las tres semanas, falleció en el hospital tras mucho sufrimiento. Entonces mi vida cambió por completo.
Tuve que dejar la carrera para cuidar de Mateo, ya que no disponía del suficiente dinero para apuntarlo a una guardería ni para pagar la matrícula de la universidad. Los de la cafetería me hicieron el favor de dejar llevármelo al trabajo mientras que doblase el turno, por lo que pasábamos todo el día allí. Heredé el piso de Carmen y algo de dinero, no mucho, ya que casi todos los ahorros de su vida los había invertido en mi hijo y en mí. Y, para colmo, al mes recibí una carta de banco donde me embargaban el piso heredado. Carmen había dejado de pagar la hipoteca para mantenernos, y ahora no tenía hogar.
El día que desalojamos el piso, no me quedaba más remedio que buscar a Sergio, mi ex novio y padre de Mateo. No sabía nada de él desde que me quedé embarazada. Ni si quiera sabe que tiene un hijo. Pero no podía pasar la noche en la calle con un bebé de siete meses y medio.
Recorrí las calles de la ciudad con el carrito del bebé, dos maletas, una caja y muchas bolsas. Lo arrastraba todo con un carro que había encontrado en la puerta de un supermercado, y la gente me miraba con pena. Odiaba aquellas miradas. No soportaba que mirasen a mi hijo así.
Tras una hora y cuarto caminando y arrastrándolo todo, llegué a casa de Sergio; una casa de lujo. Por un momento pensé no pulsar el timbre, y finalmente me decidí a hacerlo. Uno de los criados salió a abrirme la verja y me invitó a pasar a la entrada para esperar mientras llamaba al señorito.
A los diez minutos, se oyeron pasos por la escalera. Había cambiado desde la última vez. Ahora estaba más alto y fornido, más guapo. No pudo ocultar su gesto de sorpresa al verme. Al igual que al ver al bebé en mis brazos.
- Hola Sergio. Soy Andrea, supongo que te acordarás de mí. La última vez que nos vimos fue en la fiesta de fin de curso. Y bueno, ambos sabemos lo que pasó. Siento no haberte respondido a los mensajes y a las llamadas después de aquello, siento no haberte dicho nada. Pero me quedé embarazada. Y aquí está Mateo, mi hijo, bueno, nuestro hijo. Necesito ayuda Sergio. No tengo casa, no tengo dinero, y no puedo dejar de alimentar al bebé. Ayúdame, por favor.
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El Alma Inundada
Teen FictionHola, me llamo Andrea, tengo 17 años y me encuentro sentada sobre el retrete del baño de casa con un test de embarazo en la mano. Un test de embarazo positivo. Así comienza 'El Alma Inundada', una novela romántica y misteriosa en la que la joven pro...