El verano llegó con toda su fuerza, trayendo consigo un calor que parecía quemar no solo la piel, sino también los recuerdos. Todo se sentía pesado, sofocante, como si el sol implacable quisiera borrar cualquier rastro de lo que una vez fuimos. Y en medio de ese calor asfixiante, una ira comenzó a arder dentro de mí, lenta pero constante, como brasas que nunca se apagan.
Habían pasado unos meses desde aquel día lluvioso en que te despedí, o al menos lo intenté. Las personas a mi alrededor parecían continuar con sus vidas, pero yo seguía atrapado en un ciclo interminable de recuerdos y dolor. Había evitado a muchos amigos, sumergiéndome en mi soledad, pero un día, durante uno de esos encuentros fortuitos que el destino tiende a organizar, me crucé con un viejo amigo.
Nos encontramos en una cafetería que solíamos frecuentar. El lugar estaba repleto de gente, todos disfrutando de su café helado y charlas ligeras, mientras el aire acondicionado intentaba, sin éxito, mitigar el calor del exterior. Me acerqué a la barra para ordenar algo, y ahí estaba él, sorbiendo su bebida mientras hojeaba un libro. Al principio, me alegré de verlo, aunque fuera brevemente. Pero cuando sus ojos me encontraron y su rostro se iluminó en reconocimiento, supe que esa alegría sería efímera.
—¡Hey! Rafael—exclamó, levantándose para saludarme. Lo que empezó como una conversación casual pronto tomó un giro inesperado. Comenzamos a hablar de ti. De cómo habían sido los últimos meses, de cómo lo habíamos llevado.
Y entonces, sin previo aviso, soltó algo que me dejó helado, algo que había olvidado o quizá, más bien, reprimido.
—¿Recuerdas la última vez que nos vimos?—dijo, su tono casual, sin darse cuenta del peso de sus palabras—. Estaban discutiendo por algo... algo sobre aquella cena, si no me equivoco. Pensé que solo era otra de sus peleas tontas, que lo arreglarían como siempre.
La memoria me golpeó como una ola furiosa, arrastrándome al último día que pasamos juntos. La discusión que habíamos tenido sobre esa cena. Me había enojado porque habías bebido de más, porque habías hecho una broma que me hirió frente a los demás. Nos dijimos cosas, palabras duras que ahora desearía poder borrar. En ese momento, lo había minimizado, pensando que era una de esas peleas pasajeras que se disolverían al día siguiente. Pero ahora, a la luz de lo que había sucedido después, esas palabras tomaron un significado devastador.
La ira, que había estado latente, se encendió con fuerza. Era una ira dirigida a mí mismo, a ti, a ese amigo, al universo. ¿Cómo pudiste irte así, dejándome con esas palabras no resueltas, con ese último recuerdo? ¿Cómo se supone que debía seguir adelante sabiendo que la última vez que hablamos fue en medio de una pelea estúpida, que ahora parecía insignificante frente a la eternidad que nos separaba?
Me encontré apretando los puños, mis uñas clavándose en las palmas de mis manos mientras trataba de mantener la compostura. Pero la ira burbujeaba en mi interior, buscando una salida, y cuando finalmente me despedí de mi amigo, lo hice con un nudo en la garganta y una furia que no podía contener.
Salí de la cafetería sin mirar atrás, el sol golpeando mi rostro, intensificando el ardor en mi pecho. Caminar bajo ese calor sofocante solo alimentaba mi rabia. Cada pensamiento me llevaba de vuelta a esa última discusión, a todo lo que no dije, a lo que no hicimos.
¿Cómo pudiste irte después de eso? ¿Cómo pudiste dejarme solo con estos recuerdos, con esta culpa que me consume? Te enojabas cuando bebías, pero siempre encontrábamos la manera de reconciliarnos. Siempre. ¿Por qué esta vez tuvo que ser diferente?
Llegué a un parque, un lugar donde solíamos pasear en días como ese. Todo estaba en flor, las risas de los niños resonaban por todas partes, pero yo solo veía rojo. Me senté en un banco y la ira me invadió por completo, apretando mis dientes y cerrando los ojos con fuerza. Maldije al mundo, al destino, a ti y a mí mismo. Maldije la primavera que nos unió, y este maldito verano que no hacía más que intensificar mi dolor.
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Del otro lado del espejo
Short StoryEn las estaciones de mi duelo En la primavera de amor, floreció nuestro ser, bajo el sol de promesas, juntos solíamos renacer. Pero en el verano del llanto, la ira nos abrazó, y en la caída de hojas, la tristeza nos envolvió. Otoño trajo el an...