Del otro lado del espejo.

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Rafael se sentó en el sillón de la oficina de su terapeuta, Abigail, con las manos entrelazadas sobre su regazo. La luz suave de la tarde se filtraba a través de las cortinas, llenando el espacio con una sensación de calma que le ayudaba a abrirse en esas sesiones. Abigail, sentada en una silla frente a él, lo observaba con su habitual mirada comprensiva, esperando a que comenzara.

He estado pensando mucho en cómo he cambiado —comenzó Rafael, su voz un poco más suave de lo habitual—. Especialmente en cómo era justo después de que Leo murió y en cómo me siento ahora, años después.

Abigail asintió, animándolo a continuar.

Me veo a mí mismo como si fuera una persona completamente diferente —dijo, mirando sus manos mientras hablaba—. Después de su muerte, todo lo que veía era un reflejo distorsionado. Era como si me hubiera convertido en una sombra de lo que solía ser. Estaba atrapado en un ciclo de dolor, repitiendo los mismos pensamientos una y otra vez. Me costaba encontrarle sentido a cualquier cosa, y me perdí en esa oscuridad durante mucho tiempo.

Hizo una pausa, levantando la vista para encontrarse con los ojos de Abigail.

Recuerdo cómo solías preguntarme qué veía cuando me miraba al espejo —continuó—. En esos días, no veía nada. O, mejor dicho, veía a alguien roto, a alguien que no reconocía. Sentía que Leo había dejado un vacío tan grande en mi vida que no había manera de llenarlo. Me refugié en el dolor porque, de alguna manera, era lo único que me mantenía conectado a él.

Abigail lo escuchaba atentamente, asintiendo en señal de comprensión. Sus sesiones con Rafael habían sido un viaje largo y arduo, pero ella sabía que él había recorrido un camino increíble desde esos días oscuros.

¿Y ahora? —preguntó suavemente, queriendo que Rafael reflexionara sobre su presente.

Rafael tomó una respiración profunda antes de responder.

Ahora... es diferente. No es que el dolor haya desaparecido, pero lo he aprendido a manejar de otra manera. Cuando me miro al espejo hoy, veo a alguien que ha sobrevivido, alguien que ha aprendido a vivir con la pérdida en lugar de ser consumido por ella. He encontrado pequeños fragmentos de alegría, en las cosas que hago, en las personas que me rodean... en el hecho de que Leo siempre será una parte de mí, pero no define todo lo que soy.

Abigail sonrió suavemente, viendo la claridad en los ojos de Rafael.

Me parece que has hecho un gran progreso —comentó—. Has encontrado una manera de integrar esa parte de tu pasado con tu presente, y eso es algo muy poderoso.

Rafael asintió, y su mirada se volvió reflexiva.

¿Sabes? Siempre he pensado en Leo como en mi espejo. Era él quien reflejaba lo mejor de mí, quien me hacía sentir más vivo. Pero he aprendido que, aunque ya no está, todavía puedo mirar al espejo y encontrar algo valioso. No soy la misma persona que era cuando Leo estaba aquí, ni la misma persona que era cuando murió. Pero soy alguien que ha crecido, que ha aprendido a aceptar la vida tal como es, con todas sus imperfecciones.

Se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando sus propias palabras.

Ahora, cuando me miro en el espejo —dijo finalmente, con una ligera sonrisa—, no solo veo lo que he perdido, sino también lo que he ganado. Veo a alguien que ha luchado y ha salido del otro lado. Veo a alguien que ha aprendido a amar de nuevo, a vivir de nuevo. Y eso, creo, es lo que Leo habría querido para mí.

Abigail sonrió ampliamente, reconociendo la fuerza que Rafael había encontrado en su viaje de duelo.

Eso es hermoso, Rafael. Has llegado tan lejos, y es evidente que has encontrado una paz interior, una aceptación que te permite seguir adelante sin olvidar lo que Leo significó para ti.

Rafael asintió, sintiéndose ligero, como si un peso más se hubiera levantado de sus hombros.

Gracias, Abigail. Por todo —dijo, sintiendo una gratitud genuina hacia ella por haberlo guiado a través de ese proceso.

Abigail simplemente asintió, sabiendo que el verdadero mérito era de Rafael por haber hecho el trabajo duro.

Cuando Rafael salió de la oficina esa tarde, el mundo afuera parecía más brillante. Caminó por la calle con una sensación de cierre y renovación. Se detuvo frente a una tienda y, por un impulso, se miró en el reflejo de la ventana. Esta vez, vio a un hombre fuerte, completo, alguien que había aprendido a vivir y a amar de nuevo. Y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad.

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