El otoño.

0 0 0
                                    

El otoño llegaba despacio, coloreando las hojas con tonos cálidos de ámbar y carmesí. El aire se sentía más fresco, y con cada ráfaga de viento, las hojas crujían bajo nuestros pies mientras caminábamos juntos hacia la tienda de muebles. Habíamos decidido amueblar nuestro departamento, un paso más hacia la construcción de nuestra vida en común. Pero, en lo más profundo, sabía que esto era más que una simple compra; era una oportunidad para que las cosas volvieran a ser como antes.

Entramos en la tienda, el aire lleno de un ligero aroma a madera nueva y tejidos. Todo estaba dispuesto con cuidado: sofás acogedores, mesas de comedor elegantes, lámparas de pie que ofrecían una luz suave y reconfortante. Leo parecía entusiasmado, sus ojos brillaban mientras examinaba cada mueble con detenimiento, imaginando cómo quedarían en nuestro espacio. Su energía era contagiosa, y por un momento, me permití olvidar el peso que había estado cargando en el corazón.

Mira este sofá, Rafael—dijo Leo, señalando un sofá de esquina de color gris oscuro, con cojines mullidos que invitaban a sentarse—. Es perfecto para la sala, ¿no crees? Podríamos acomodarlo junto a la ventana, así tendríamos una vista hermosa mientras descansamos.

Asentí, sonriendo ante su entusiasmo. Pero había algo más en mi mente, algo que no podía dejar de lado. Mientras él se movía de un mueble a otro, hablando sobre la posible distribución del espacio, yo luchaba con mis pensamientos, buscando la manera de abordar lo que realmente me preocupaba.

Leo, he estado pensando...—empecé, intentando mantener mi voz casual mientras examinaba una mesa de centro cercana—. ¿Qué te parece si también compramos una cama nueva? Algo más grande, más cómodo. Podríamos empezar de nuevo, con un espacio que sea completamente nuestro.

Leo me miró, con una ligera sonrisa, pero había algo en sus ojos que no podía descifrar.

No necesitamos una cama nueva—dijo suavemente—. La que tenemos está bien, además, apenas tiene unos meses. ¿Por qué gastar en algo que no necesitamos?

Sentí un nudo en la garganta, pero no podía rendirme. Este no era solo un intento de mejorar el departamento, sino de mejorar lo que había entre nosotros. Si pudiéramos llenar el espacio con nuevas cosas, tal vez podríamos también llenar el vacío que se había creado entre nosotros.

Solo pensé que... sería bonito tener algo que simbolice este nuevo comienzo—insistí, con un leve temblor en la voz—. Como si estuviéramos dejando atrás todo lo que pasó, y empezando de nuevo. Una nueva cama, un nuevo sofá, una nueva vida.

Leo se detuvo, su mirada se suavizó, pero también había una tristeza que no pude ignorar. Se acercó a mí, sus manos se posaron sobre mis hombros, y sentí su calidez, una calidez que tanto anhelaba.

Rafael... no podemos comprar una nueva vida—dijo en voz baja, su tono lleno de ternura—. Lo que necesitamos es arreglar la que ya tenemos, no reemplazarla. Comprar muebles nuevos no va a solucionar lo que nos está pasando.

Quise protestar, decirle que no entendía, que esto era mi manera de intentar salvar lo que teníamos. Pero en el fondo sabía que tenía razón. No podía comprar nuestro camino hacia una vida mejor. Lo que necesitábamos no estaba en ninguna tienda de muebles; estaba en nosotros mismos.

Lo sé...—murmuré, sintiendo cómo mi resolución se desmoronaba—. Solo quería que todo volviera a ser como antes. Quiero que seamos felices de nuevo, como cuando todo era simple y fácil.

Leo me abrazó, un gesto que me sorprendió por lo inesperado. Sentí sus brazos alrededor de mí, fuertes y seguros, y por un momento, todo el peso de la negociación que había estado haciendo en mi cabeza se desvaneció. No era necesario convencerlo de nada; lo que necesitábamos era tiempo, paciencia, y la voluntad de enfrentar juntos lo que fuera que viniera.

Podemos ser felices de nuevo—susurró contra mi oído—. Pero no podemos apresurarlo. Las cosas se arreglan con el tiempo, no con muebles nuevos. Vamos a estar bien, Rafael, pero tenemos que hacerlo juntos, sin intentar forzar lo que no está listo.

Me quedé en silencio, asintiendo lentamente, comprendiendo finalmente lo que Leo había estado tratando de decirme. La vida no era algo que se pudiera rehacer con nuevas compras; era algo que se construía poco a poco, con amor, comprensión, y aceptación. Con ese pensamiento en mente, dejamos la tienda con solo un par de cosas pequeñas, pero con la promesa de que trabajaríamos en lo realmente importante: en nosotros.

 Con ese pensamiento en mente, dejamos la tienda con solo un par de cosas pequeñas, pero con la promesa de que trabajaríamos en lo realmente importante: en nosotros

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Rafael se quedó solo en el departamento, rodeado por las paredes que habían sido testigos de tantos momentos compartidos con Leo. El sofá nuevo, el único mueble que habían decidido comprar, estaba perfectamente colocado junto a la ventana, justo como Leo había sugerido. Pero en lugar de ofrecerle la calidez que había imaginado, el espacio se sentía frío, vacío, como si algo esencial hubiera desaparecido.

El silencio era abrumador. Cada rincón del departamento parecía resonar con la ausencia de Leo. Rafael se sentó en el sofá, pasando la mano por los cojines suaves, intentando encontrar consuelo en el objeto que habían escogido juntos. Pero no era más que un mueble, incapaz de llenar el vacío que sentía en su pecho.

Los recuerdos comenzaron a invadirlo. La sonrisa de Leo cuando hablaba sobre cómo organizar el departamento, el brillo en sus ojos cuando sugería dónde colocar cada cosa. Rafael recordó la calidez de sus abrazos, la ternura en sus palabras cuando le decía que todo estaría bien. Pero esos momentos, tan llenos de esperanza, ahora parecían distantes, casi irreales.

Rafael se levantó del sofá y comenzó a caminar por el departamento, deteniéndose en cada rincón que alguna vez había compartido con Leo. La mesa de la cocina, donde habían pasado tantas noches hablando y riendo; la cama, que aún llevaba el aroma de Leo, como un recuerdo persistente de su presencia. Todo parecía impregnado de la esencia de lo que había sido, de lo que había perdido.

Mientras recorría el departamento, una oleada de desesperación lo envolvió. Había intentado tanto mantener la esperanza, convencerse de que si hacía todo lo posible, si compraba cosas nuevas, si creaba un espacio perfecto, entonces tal vez, solo tal vez, Leo regresaría. Pero ahora, frente a la realidad de su soledad, esas esperanzas parecían vanas, ilusorias.

Rafael se detuvo frente al armario, abriéndolo para ver las pocas cosas que Leo había dejado atrás. Una camiseta, una bufanda, un par de zapatos. Tocó la tela de la camiseta, recordando cómo Leo solía llevarla en las mañanas frías, su sonrisa mientras le preparaba café. Ahora, esa misma camiseta se sentía como un vestigio de lo que nunca volvería a ser.

Se sentó en el suelo, rodeado por las cosas de Leo, y dejó que las lágrimas que había estado conteniendo finalmente fluyeran. Había tratado de negociar con la realidad, de hacer tratos en su mente, creyendo que si solo hacía las cosas correctas, podría traer de vuelta lo que había perdido. Pero ahora, en la soledad de su departamento, entendió que no había negociación posible. Leo no iba a volver, y todo lo que quedaba eran los recuerdos y la profunda tristeza que lo consumía.

El otoño, con su aire frío y sus hojas cayendo, reflejaba exactamente cómo se sentía por dentro: como si partes de él mismo estuvieran muriendo, desprendiéndose lentamente. La estación de la transición, de dejar ir, estaba aquí, y Rafael supo que tendría que encontrar la manera de seguir adelante, aunque no supiera cómo.

Se quedó allí, en el suelo del armario, abrazando las cosas de Leo, como si de alguna manera pudiera sostener el tiempo, detener el inevitable cambio. Pero sabía que no podía. Sabía que tenía que enfrentarse a la realidad, y que la negociación que tanto había intentado, era solo una forma de evitar el dolor que ahora lo rodeaba completamente.

Del otro lado del espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora