miradas.

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Unos fríos ojos como el hielo observaban aquella casa en la que un recién nacido lloraba, se trataba de una niña, se acercó más a la ventana y se sentó en el banco de piedra medio roto quitándose por un momento la capucha negra. Apoyó sus codos en las rodillas y miró hacia la luna, tan fría como siempre que le acompañaba cada noche, pero esa noche era diferente, esa noche resplandecía como si ella misma celebrara la llegada de esa niña. El joven sonrió para sí con desgana; -No, tu solo eres una roca enorme, nunca entenderías nada.-pensó en sus palabras y suspiró, la soledad le empezaba a afectar, hablar con la luna era lo más social que había hecho últimamente, se levanto y se dispuso a volver a ponerse la capucha cuando escuchó algo en el interior de la casa, miró por última vez y vio a la niña que estaba en los brazos de su padre, estaban en la habitación de la pareja y la comadrona recogía sus cosas para irse.
El poblado estaba muy en silencio, eran las 4:00 de la madrugada, el mejor momento para pasear sin duda sin nadie que le molestara, en silencio estaba mejor, a decir verdad, estaba mejor solo, nunca había sido demasiado social ni le gustaba sentir emociones le parecían una pérdida de tiempo aunque tiempo no le faltaba, tenía toda la eternidad, literalmente.

Pedro miró a Amelia de nuevo, era tan hermosa, se parecía tanto a su madre Verena, debería de estar muy sana porque la comadrona se había ido en seguida con cierta precipitación, a lo mejor había sido por el aspecto en el que se encontraba su habitación tras el parto aunque una comadrona debería estar acostumbrada a este tipo de situaciones, su mujer había decidido dar a luz en casa porque la daban miedo los hospitales, según ella, su amiga de la infancia Anageilsa había entrado en uno y no había vuelto a pesar de tener solo una gripe. Ya había limpiado todo y su mujer estaba descansando en otra habitación que disponían en esa pequeña casa, la futura habitación de Amelia.

El hombre se quitó la capucha por segunda vez en esa noche para verla mejor, tenía el pelo rubio recogido en una enorme coleta y ya no tenía ese aspecto de niña, definitivamente había cambiado, en todos los sentidos, la miró de arriba abajo y volvió a fijarse en su cara que ahora estaba roja por su atrevimiento, sonrió para sí mismo por segunda vez en esa noche, se notaba que las cosas iban a cambiar desde ese día y todo dependía de lo que Liss le dijera sobre aquella niña.
-Estoy esperando-dijo el hombre.
-Has esperado muchos siglos podrás esperar unos minutos más ¿no crees Daniel?
-Sí, eso parece.-No dijo más, ambos sabían que ella no corría su misma suerte, al hacerse médico se integró física y emocionalmente entre los humanos y eso la hizo perder sus "dotes angelicales".
-Creo que es ella, pero no estoy segura es muy pequeña.-dijo la comadrona apartando la vista de la mirada intimidante del joven.
-Entiendo- Se puso su capucha y se dispuso a irse, no tenía nada más que decir y no quería permanecer más tiempo con esa mujer que un día fue un glorioso ángel, le repugnaba ahora, nunca entendió eso de dar su vida por los humanos, a el le parecían una plaga que era mejor exterminar como las cucarachas para ellos, pero no estaba entre las tareas habituales de los ángeles «que pena» pensó para sí. Los humanos además de autodestruirse unos a otros eran egoístas y manipuladores.
-Espera, ¿A dónde vas?-Pero cuando Liss se quiso dar cuenta, Daniel ya había desaparecido de aquel parque, como una sombra cuando es alumbrado por la luz del sol, miró a la luna con melancolía y una lagrima indiscreta se pudo ver que asomaba por sus ahora entristecidos ojos.

El timbre volvió a sonar, un joven de unos 24 años bajaba las escaleras de su casa poniéndose la camiseta, sus padres habían salido a trabajar como siempre y él había quedado con su novia en su casa, se paró a la puerta y se miró al espejo, se revolvió el pelo y decidió quitarse la camiseta para recibirla.
-Ali...-Miró al chico que estaba delante de él, no tendría más de 18 años, era de pelo moreno con ojos muy azules intensos y le miraba con mirada burlona- ¿Puedo ayudarle en algo?
-¿Alicia? Oh si claro, me gustaría hacerle unas preguntas para un trabajo del instituto-dijo con un acento burlón y posó su mirada en su torso desnudo y no pudo evitar una carcajada- ¿eso era para Alicia?
-Yo...no...-se puso rojo por la indiscreción de ese niño que le empezaba a poner nervioso- a ti no te importa crio vete no tengo que darte explicaciones de nad...-antes de que pudiera decir nada se quedó de piedra ante la mirada del niño, se sentía como si el fuese una bombilla, y su luz se apagara.

Alicia llamó al timbre, solía ir a ver a su novio todos los días excepto los fines de semana que sus padres estaban en casa, cuando abrieron la puerta solo vio a un chico moreno de ojos azules de estatura ni alta ni baja, nada en comparación por supuesto con su novio rubio, por un momento pensó que se había equivocado pero era imposible, esa era la casa de Lucas.
-Disculpa, ¿esta no es la casa de Lucas? El hijo de los ferreteros.
-Si- no dijo mas, se estaba divirtiendo con esa situación, vió como la chica pelirroja se estaba poniendo nerviosa, era mona no había duda.
-pasa.
Alicia pasó al interior de la casa no sin antes sentir un escalofrío.

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