Ciudad sin sueño

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No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie.
No duerme nadie.
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas.
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros.
(Ciudad sin sueño, Federico García Lorca)

Amelia

Un suspiro amargo rebotó por todo el salón de casa en el momento exacto en que mi mirada alcanzó al tercer ramo de rosas que recibía en menos de dos semanas en donde sin necesidad de leer la nota que se encontraba en su interior, supe quien las había enviado.

Y es que no se necesitaba de una mayor investigación ya que probablemente la única persona de todo Madrid que podía darse el gusto de gastar su dinero en un par de flores era el médico Francisco Martí, quien en los últimos dos meses había dejado más que claras sus intenciones de querer conocerme en profundidad, a pesar de mi constante negatividad al respecto, porque no solo no me interesaba en lo absoluto sino que además todo lo que abarcaba su figura me repugnaba a escalas inmesurables.

Desde el hecho de que no solo era parte de la falange sino que era tan cercano a Franco que era su médico de cabecera hasta su profesión la cual seguramente estaba manchada de toda esa sangre inocente que corría a través de las rejas desde que la guerra había terminado como afirmaban los rumores sobre lo que sucedía en las cárceles de todo el país por las condiciones paupérrimas en las que se encontraban esas personas sin rostro que ante la vista de todos no merecían ser llamados humanos simple y llanamente por cometer el pecado de querer luchar por esos sueños de libertad, los cuales pasaron de ser un imposible a una pesadilla que parecía nunca acabar.

—Al parecer no sabes lo que es rendirte —resoplé abrumada mientras caminaba por el salón y leía en silencio la nota en el ramo donde el médico me deseaba una buena mañana y expresaba su deseo imperante de en algún momento quedar en alguna salida, lo cual solo provocó que rodara los ojos ante el leve malestar que creó en todo mi ser aquellas palabras ante la rabia e impotencia que me provocaba saber que mientras miles morían de hambre, él tenía la oportunidad de gastar su dinero en rosas y creer que tenía el derecho de engatusarme con unas simples flores.

Sin embargo, no tuve tiempo de encender mi cólera por la atención innecesaria que tenía del médico, ya que apenas terminé de leer la nota, tocaron la puerta de casa.

Por lo que no dudé en ir a abrir al saber que probablemente se trataba de mi mejor amiga Clara con quien había quedado para dar un paseo por el parque ante la necesidad imperante de tomar un poco de fresco por lo asfixiantes que se habían vuelto las paredes de casa desde la última visita de Martín hace cuatro meses atrás, ya que no había vuelto a tener noticias de su parte y el miedo de no volver a verlo pintaba de agonía cada rincón de casa al saber que los fusilamientos seguían a la orden del día.

—¿Aún no estás lista, Amelia? —me regañó la morena al notar que aún no peinaba mis rizos indomables, por lo que solo arrugué la nariz divertida al capturar su típico gesto molesto donde ceño fruncido junto a sus labios formando su característica línea recta tomaron protagonismo en la escena—, si es que al final vamos a terminar quedándonos en tu casa —reprochó a lo que rodé los ojos antes de saludarla con dos besos y dejarla pasar.

—Se me hizo algo tarde porque acompañé a mi madre a la casa de mi tía —me excusé mientras caminaba hacia la habitación para sacar el cepillo y comenzar a desplegarlo sobre mi cabello—, estoy en nada ya verás —sentencié a lo que la mayor solo suspiró amargamente porque de la dos, ella era la que tenía la puntualidad de un inglés—, ¿qué tal todo? —pregunté mientras me cepillaba el cabello frente al espejo del salón en donde pude sentir cómo la mirada dorada de mi mejor amiga seguía cada uno de mis movimientos.

De cara al sol, de espalda a la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora