Noche

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Cirio, candil,
farol y luciérnaga.
La constelación
de la saeta.
Ventanitas de oro
tiemblan,
y en la aurora se mecen
cruces superpuestas.
Cirio, candil,
farol y luciérnaga.
(Noche, Federico García Lorca)

Luisa

Hoy el sol ocupaba toda la bóveda celestial, pero aún así este no fue capaz de quitarnos el frío crespón de esa guerra que a pesar de que las noticias proclamaban que había acabado, esta tan solo estaba comenzando para todos los que perdimos todos nuestros sueños de libertad a través de ella.

—Haz un milagro otra vez como tú sabes hacerlo, acércate y bésame y para otra vez el tiempo —canturreó Consu mientras colgaba las sábanas de la colada provocando con su voz dulce y hechizante acunara a todos los miedos imperantes en mi mirada y los tranquilizara de tal forma que por primera vez en meses, incluso años, no pude pensar en nada más que seguir cada una de las notas que resonaban en los labios de la mayor—, haz un milagro otra vez que lo que encierran tus ojos el corazón me ha de abrir así pongan mil cerrojos, venga Luisi que tú igual te la sabes —picó divertida al ver cómo ese gesto impasible y distante que me había dejado todos los años en guerra nunca se borraba de mi rostro—, es tu canción —comentó a lo que sonreí porque ciertamente era la canción que María y yo habíamos nombrado como nuestra y aunque por un segundo quise olvidar los problemas que acechaban como lobos hambrientos todos nuestros pensamientos desde que la semana pasada se anunció el fin de la guerra y con ello la victoria del generalísimo, finalmente solo ladeé la cabeza con un suspiro carcomiendo mis labios y preferí centrarme en la tarea de terminar de tender la ropa.

—Mejor te ayudo colgando esto que sino no terminamos nunca —sentencié tomando la cesta para sacar de ella uno de los trajes de Joaquín lo cual me sacó una sonrisa inesperada cargada de ilusión porque a pesar de que el pequeño ya tenía casi dos años, me era imposible no pensar que en un par de meses más tendría entre mis brazos al hijo de María.

Por lo que me quedé un par de segundos observando en silencio lo diminuta que era aquella prenda mientras un par de lágrimas se posicionaban en mis irises las cuales eran una mezcla difusa de alegría, miedo y sobre todo incertidumbre al no estar muy segura de qué iba a ser de nosotras si llegaban a arrestarnos.

—¿Nerviosa? —inquirió mi mejor amiga al acercarse e ignorar todas mis alertas mentales de no acercarse al abrazarme y posar su rostro sobre mi hombro con el único fin de sembrar un pequeño beso cargado de esa paz que tanto necesitaba pero que no tenía ni la más mínima idea de cómo atarla a mi vida—, ya queda menos para que llegue —comentó a lo que asentí antes de suspirar—, cuando menos te des cuenta ya estará aquí —sentenció dulcemente mientras sus manos acompañaban a las mías acariciando la lana azul del trajecito de Joaquín—, y en un parpadeo todos tus problemas comenzarán a centrarse solo en ese pequeño ser que se convertirá en tu todo y que va a llenar tu vida de amor de una manera que ni siquiera creías posible —aseveró desatando suavemente aquellas lágrimas que se encontraban estancadas en mis pupilas para que crearan nuevos caminos en mis mejillas—, vais a ser muy felices, Luisi —aseguró con tanta dulzura que mi cuerpo tembló ante el hecho de que a pesar de todo, Consu seguía siendo ese farol en medio de la tormenta que nos ayudaba a María y a mí a creer que no todo estaba perdido, ya que existían personas como la morena que incluso no entendiendo lo que sentíamos, lo apoyaba y nos ofrecía su lealtad permanente—, ya vas a ver —agregó antes de darme vuelta y despejar mi rostro con ese vendaval veraniego cargado de alegría que siempre había sido parte de su personaliad—, tu mundo va a cambiar por completo cuando llegue ese bebé y la guerra solo será un mal recuerdo —afirmó desplegando sus manos sobre mi rostro mientras éstas trataban de disipar esa neblina que me dejaba con el alma en vela desde el embarazo de María.

De cara al sol, de espalda a la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora