Cap. 10

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La chispa se trata de una emoción, una sensación única y placentera, aunque, peligrosa. La chispa es adrenalina, retos, pasión... Para Carlos, un sentimiento olvidado. Un recuerdo cuyo sabor reside en el pasado y difícilmente es capaz de rememorar. Su fama se lo arrebató. Si bien es cierto que gozaba al ver cómo los criminales se achicaban en cuanto su portentosa imagen aparecía cruzando la calle, apeándose del coche patrulla o cuando realizaba su investigación, la falta de complicidad, la rápida cooperación y la velocidad con la que se resolvía el caso lo frustraba hasta compararse con un triste operario de fábrica acudir a su lugar de trabajo como es habitual en él y lleva haciendo durante tantos años. Su rostro aparecía cada dos por tres en los periódicos, acompañado siempre por altos cargos del ministerio o incluso su buen amigo Rafael Yuste, quien, para los criminales, representaba una fuerte amenaza. Carlos se sentía tan grande y poderoso que muchos de los contrabandistas o líderes de los cárteles de países exóticos tuvieron que pactar u asesinar a sus líderes estatales para evitar ver a ese español rondar sus calles o barrios. Se dice que el presidente de Colombia tuvo que buscar refugio en el ejército momentos después de contactar con Yuste requiriendo la intervención de Carlos. ¿Era Carlos un Dios? Obviamente no. ¿Qué hizo Carlos para adquirir tal cantidad de renombre y salir victorioso de cada contienda sin recibir rasguño alguno?

Ser más listo que el criminal, y, en muchos casos, convertirse en el propio criminal.

Carlos era un mero humano cuyos dotes de observación, perspicacia, percepción y deducción lo convirtieron en Poirot.

Y siempre, siempre sentía la chispa recorrer su espina dorsal cuando un loco se aferraba a un cuchillo en cuanto los agudos ojos del detective lo incriminaban. Cuando se adentraba a las entrañas de un barrio marginal con fin de hallar el paradero de los restos descuartizados de un hombre cuyo único crimen fue proteger a su hijo del mal que acecha en cualquier esquina. Cuan equivocados está el mundo a la hora de pensar que por el simple hecho de vivir en un país avanzado la delincuencia disminuirá. ¡Ingenuos! No importa dónde viváis que siempre existirá alguien cuyos anhelos de poder y riqueza lo impulsarán a cometer un crimen atroz. De la misma forma que el alcohol, las drogas o la pasión, cegarán al perpetrador de un crimen que conmocionará a una familia, barrio o ciudad. Y será momento de la aparición del detective Carlos Ruíz de la Prada.

Aunque no siempre temió por su vida puesto que, al principio, antes de trabajar para sí mismo, la gran mayoría de las veces la policía le cubría. Fue luego, momentos después de abandonar el CNI, que se vio obligado a hacerse con las prestaciones de una Beretta 92 FS INOX. Allá donde fuera Carlos la pistola iba con él. No había día u noche que el detective no notara el peso del arma colgar del cinturón que abrazaba su torso. No existía instante que se sintiese desprotegido. De lo contrario, la chispa muchas veces agitaría tanto su ser que se vería obligado a abandonar su oficio.

La chispa es ese fuerte e imperioso sentimiento que incitaba al detective a salir de su oficina con el corazón latiendo en un puño. Aquellas repentinas llamadas a medianoche que lo sacaban del lecho de un salto y mandaban a la otra punta de la ciudad por la simple y triste razón que un clan inició un tiroteo por una banal disputa entre dos borrachos. En cambio, el respeto que profanaba la situación hacía que Carlos vibrase de emoción en cuanto la chispa inundaba todo su ser.

Y cuando su mundo se vio estancado tras alcanzar el éxito, Carlos comenzó a sentir la pesadez de la rutina consumirle los huesos. Rafael recibía un caso el cual lo derivaba a Carlos y éste con tan sólo acudir al lugar de los hechos sabía de inmediato quién era el culpable. O al menos lo sospechaba.

Hubo cierto momento en su vida que tuvo que plantearse emigrar al extranjero puesto que varias familias de etnia gitana y marroquí se unieron en Madrid con el propósito de atentar contra Carlos. Sabían que era imposible alcanzarlo, y de hacerlo, muy probablemente acabarían detenidos para toda la vida y su barrio a manos de otro clan. Pero en cuanto la inteligencia del CNI junto con varios informantes supo de tal suceso, inmediatamente contactaron con él. Fue Rafael quien le aconsejó que abandonara el país hasta que se calmara la situación, empero Carlos se negó rotundamente y sin vacilar un instante se adentró en el barrio de Getafe en búsqueda de sus supuestos verdugos. El clan López contribuyó en la operación por petición del mismísimo Carlos. Más adelante sería el mismo Carlos quien recibiría un informe detallado acerca el asesino que dio caza a los conjurados. Carlos se deshizo de los documentos y desvió su atención hacia otro caso. Cinco años después, el detective no hallaba manera de reencontrarse con la chispa hasta que finalmente se topó a sus cincuenta años con un caso que lo devolviese a la vida.

Era temprano por la mañana cuando el detective se dirigió a la recepción del hotel. Ezequiel se encontraba frente al ordenador, muy probablemente aburrido puesto que no había mucho movimiento. La cafetería seguía cerrada a la espera de que la sala estuviese limpia y ordenada. Desde las escaleras, Carlos percibió el fuerte hedor a lejía. Además, el suelo estaba reluciente e impoluto, eliminando las huellas y pisadas de la pasada noche. Emocionado y envalentonado por retomar la sensación que dejó atrás en el olvido, Carlos corrió hacia el mostrador.

—Buenos días —saludó cordialmente el hijo de Jerónimo en cuanto lo vio aparecer en el horizonte—. Veo que ha amanecido hoy muy contento. ¿Ha descubierto algo?

—Se podría decir que sí —respondió Carlos con un amplia sonrisa.

—¡Vaya! —profirió el recepcionista dejándose llevar por el entusiasmo que desprendía el detective—. ¿Y qué ha descubierto?

En circunstancias normales, Carlos habría enmudecido puesto que toda información debe ser destinada únicamente a su cliente. Empero aquella mañana el detective se sintió más enérgico que nunca, y sería fruto de dicha emoción que no logró contener la razón de su gozo. Había encontrado un lugar donde su influencia y reputación no acobardara a los criminales, un lugar con gente valiente que no se achanta y optan por desafiarle. De hecho, ¡lo estaban persiguiendo a él! Esa gente tenía valor.

Ezequiel estaba expectante por conocer qué era aquello que tanto fascinaba al detective. ¿Podría ser que al final ha descubierto al secuestrador? De ser así hubiese sido una enorme noticia, aunque también podría darse el caso de haber descubierto el paradero de los cinco niños en caso de seguir estos con vida. La intriga lo carcomía, y sin embargo el detective alargaba más el silencio. Ambos se miraban mutuamente con destellos en los ojos. El corazón de Ezequiel bombeaba a un ritmo estrepitoso, de estar un poco más cerca Carlos llegaría incluso a escuchar sus latidos. Carlos tragó saliva, se aferró con fuerza a la madera y dijo:

—Todo cuanto necesito para resolver el caso.

La respuesta pillo en desprovisto a Ezequiel, que no sabía cómo interpretar aquello. ¿Se trataba de una buena noticia? La respuesta fue tan ambigua como desconcertante, por lo que el hijo de Jerónimo puso empeño en descifrar qué quiso decir el detective sin darse cuenta que éste le instaba lo más rápido posible que le mostrara las grabaciones de las cámaras de seguridad.

—Reciénempieza el juego. —Murmuró el detective con la mirada perdida y los dedostamboreando la lisa superficie de la mesa.  

Sonríe a la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora