«No existen».
La cara de Ezequiel al descubrir bajo la atenta mirada del detective que las cámaras de seguridad habían dejado de grabar a partir de la una de la mañana lo decía todo. El pobre no sabía qué decirle al inspector ni la cara que poner. Literalmente era un "tierra trágame porque no sé cómo actuar". Lo máximo que alcanzó a expresar fue su sorpresa y desconcierto. Por otra parte, la mente de Carlos no cesaba ni un minuto de pensar y rumiar, emocionado él, pues todo cuanto empezó siendo un mero caso de secuestro se transformó en un acoso hacia su persona. Y mientras Ezequiel repetía constantemente su sorpresa y desconcierto, Carlos esbozaba una amplia sonrisa henchida de emoción. "Al diablo con las modalidades", pensó. Era momento de actuar. En su fuero interno ansiaba convertirse en el villano, e incluso superándolo si éste le permitía. Abandonó a Ezequiel sin tan siquiera dirigir palabra alguna, acto que desconcertó al hijo de su cliente. Sin embargo, no trató de detenerle. Simplemente se limitó a observar cómo la ancha espalda del detective se alejaba y perdía por el mismo pasillo que lo vio acercarse.
El reloj de su pulsera marcaba las siete y dos minutos de la mañana. Los negocios de los rededores permanecían cerrados al público salvo por alguna que otra cafetería que comenzaba a subir la persiana y haber luz en su interior. El ruido del paso de las aguas del rio Cinca se mezclaba con el sonido de los escasos coches que circulaban por la zona. Las alargadas sombras del amanecer cubrían las calles de Aínsa resguardando a sus habitantes del calor inminente del verano. Había transcurrido poco más de un mes desde su llegada y apenas se había movido lo suficiente creyendo resolver el caso asignado gracias a su reputación. Pero no fue así, y esas fueron las alas que lo impulsaron a revivir la tan ansiada chispa. Así pues, no dudó un instante en encenderse un cigarro y partir a pata hacia el lugar el cual debió haber ido hace mucho tiempo. Pero antes haría una parada a medio camino pues, es imposible transmitir miedo y seguridad con el estómago vacío.
Casa de Inés Lobato no se distanciaba mucho del casco histórico de Aínsa. Ese dato no pasó desapercibido para el detective, quien supuso que la persona a la que entrevistaría disponía de mucho dinero. Y así era.
Lobato, la mujer más odiada de Arro, no tuvo más remedio que abrir su puerta luego de escuchar el nombre completo de la persona que interrumpió su tranquilo desayuno de un domingo. Un domingo que, de no haber sido por la repentina aparición de Carlos, habría aprovechado para visitar a su joven amante aprovechando que conservaba su belleza y buen físico, además de poseer dinero y cierta reputación. Curiosamente, a Carlos le produjo una enorme satisfacción ver que aquella mujer cuya edad rozaba ya los cincuenta se encontraba sumida en una profunda emoción al ver cómo la figura del afamado detective se dibujaba frente a sus ojos. Había escuchado y leído mucho acerca suyo, tanto que se planteó presentarse a la capital y solicitar una entrevista con fines educativos. Ya sea una desgracia o una bendición, Inés descubriría cómo trabajaba su ídolo en directo. Lo invitó a acomodarse en su sofá cuyo valor superaba los diez mil euros mientras ella terminaba de secarse el pelo y peinarse. Le ofreció varias bebidas, todas ellas alcohólicas, a lo que él se limitó a pedir un vaso de agua. Rápidamente Inés acudió a la petición del detective trayendo de la cocina un vaso cuyo diseño excéntrico y calidad rozaba lo absurdo. Carlos se percataba de todo e Inés lo sabía. Aunque en ningún momento previo a la entrevista daba muestras de incomodarse. Al contrario, Inés se sentía segura de sí misma y con ganas de entablar conversación con aquel hombre que, a pesar de ser víctima del paso del tiempo, conservaba aquellos rasgos físicos que tanto le atraía.
Mientras esperaba pacientemente, Carlos se dio el lujo de contemplar y estudiar la vivienda de la jueza. Se trataba de una vetusta casa de piedra de dos plantas. Caminaba a través del salón cuya decoración distaba lo moderno. Los muebles, por muy caros que parezcan, daban la sensación de transportarte a los años noventa principios de los dos mil. Sobre las repisas de los armarios se podía ver grandes colecciones de libros de autores famosos tanto españoles como del extranjero. El perfume a lavanda bañaba tanto el salón como el pasillo y gran parte del primer piso. Comprobó el nivel del polvo pasando un dedo por la repisa y no divisó partícula alguna. La casa entera estaba impoluta además de perfumada. A simple vista parecía como si la hubiese preparado para la visita de un posible comprador. Más tarde Carlos comprendió la manía de la jueza por la limpieza y lo meticulosa que era en cuanto al orden y al desorden. Carlos dirigía la mirada a todo cuanto llama su atención: Fotografías, retratos, libros... Al parecer era una mujer de gustos ostentosos los cuales podía permitirse gracias a su trabajo, supuso el detective. Carlos iba de un lado hacia el otro haciéndose con todo detalle, captando la esencia de todo cuanto le rodeaba y haciéndose una idea de qué manera debería afrontar la entrevista. No obstante, Carlos le dio poca relevancia a la actitud puesto que lo más importante se encontraba dentro de su maletín.
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Sonríe a la cámara
Mystery / ThrillerCarlos Ruíz de la Prada es un veterano y reputado detective español cuyos éxitos en la UCO (Unidad Central Operativa) junto con el CNI (Centro Nacional de Inteligencia) lo llevaron a convertirse en toda una leyenda en el mundo del crimen organizado...