Capítulo 12

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La entrevista no resultó del todo satisfactoria para el inspector. Inés presentó una actitud poco participativa limitándose únicamente a guardar silencio o, sencillamente, mentir acerca de no poseer conocimiento u información ante la ristra de preguntas que formulaba el detective. Uno diría que la intervención podría considerarse un rotundo fracaso, pero no para la prodigiosa mente de Carlos Ruíz de la Prada quien, harto de encontrarse con perfiles criminales similares a la jueza, garantizó de inmediato su cercana relación y posible contribución con el posible secuestrador; además de ser una pieza fundamental para localizar a los niños. Inmediatamente Inés se volvió el centro de atención de la investigación compartiendo puesto y lugar con Juan Migue Lastra. Desgraciadamente, y como bien destacó Rafa, las suposiciones e intuiciones no son pruebas refutables con las que poder presentarse ante el fiscal. No obstante, ahora, con la presunta participación de la jueza de instrucción de Aínsa, Carlos dudó acerca de poder reabrir el caso a pesar de tener a un fiscal de su parte ejerciendo presión. Así pues, no le quedó más remedio que llamar a su buen amigo Yuste y confiar en su don de convicción para que los jueces del tribunal supremo accedieran a enjuiciar a la jueza con el fin de sustituirla y confiarle el caso a un nuevo magistrado. De lograrlo, la investigación avanzaría hasta poder llegar a buen puerto.

—Para ello deberás traer información fidedigna que demuestre su colaboración y participación, Carlos —dijo Yuste a través del teléfono—. Ya conoces el juego; y sabes de antemano que de hacerlo sería un proceso lento y tedioso. Bien es cierto que nuestra influencia aligeraría debidamente el curso, pero ¿quién en su sano juicio se jugaría su carrera acusando a una jueza al amparo de la derecha? Olvídate de esa mujer. Posee poder y se encuentra bien respaldada. No remuevas arenas que son capaces de engullirte. Por el momento te aconsejaría que apartaras la mirada y buscases en otra parte; de estar en lo cierto y estar metida en el ajo, reúne pruebas solidas para mí y así poder contactar con ciertas personas las cuales podrían estar muy interesadas. Personas que su influencia y palabra alcanza el tribunal supremo.

Yuste cortó la llamada y Carlos emprendió su viaje hacia su próximo destino: Las Cambras.

Un detective promedio hubiese achacado la advertencia de Yuste como si su palabra fuese la ley. Muy probablemente de habría deshecho de las hojas la cuales poseían información crucial de la jueza y hubiese impulsado a resolver el caso, habría regresado al hotel y desmantelado el panel donde el hilo rojo lo une todo y vuelto a empezar prescindiendo esta vez de la imagen de la jueza muy a pesar de ser consciente de su participación. Muy seguramente el detective promedio hubiese abierto una botella de vino y maldecido el miedo a hablar que sentían los habitantes de Arro a medida que rellenaba el vaso y tragaba. Sin colaboración alguna más que la de unos cinco niños más raros que cagar de pie ¿qué puede esperar uno? Cualquier detective habría acabado frustrado a la primera de cambio, viéndose convertido en una especie de tutor cuya única labor es dar tumbos de un lado hacia otro a la espera de que alguno de los cinco se dignara a proporcionar información relevante y no simples tonterías sin sentido. Otro detective que no fuera Carlos habría cedido a los designios mudos de Juan Miguel Lastra Morena y abandonado el caso en vista de no conseguir nada decisivo. Empero Carlos Ruíz de la Prada no era aquel vulgar detective que se rendía a la primera de cambio ni se frustraba por no alcanzar su propósito. Aquello que lo diferenciaba era la disciplina y su forma poco convencional de actuar y moverse, pues sabía que para capturar un criminal debía actuar como un criminal. La desobediencia ante la ley y el coraje a hacer frente a la muerte lo elevaron a la fama; más tarde, en cuanto hubo alcanzado la cima, sintió cómo la chispa comenzaba a flaquear y la rutina que lo llevó a no gozar de su trabajo.

Carlos guardó el móvil en su bolsillo y aprovechó para fumarse un cigarro a escasos metros de la puerta de la jueza de instrucción una vez finalizada la entrevista. Seguidamente marchó hacia la parte antigua de Aínsa donde lo esperaría una mesa reservada a su nombre. Eligió una comida ligera a fin de sentirse activo y motivado a la par de saciado. La cuenta ascendió a ciento veinte euros, un tanto cara para tratarse de una persona; sin embargo, no le importó hacer uso de su tarjeta y, sin importarle absolutamente nada, realizar el pago. Satisfecho, se llevó la mano derecha a la altura de su estómago y se hizo con un nuevo cigarrillo. Lo prendió y miró al cielo libre de nubes. El sol se encontraba en el punto más álgido del firmamento, abrasando con sus rayos incandescentes e inmisericordes todo cuanto se encontraba a su paso. Se deshizo de la chaqueta de hombre rico y la cargó sobre su hombro. Más tarde partió hacia Las Cambras donde allí muy seguramente conseguiría información acerca Inés Lobato.

Sonríe a la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora