Capítulo 8

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—Ayer estuviste sensacional, detective.

La falta de un orden de allanamiento limitaba su labor hasta el punto de verse en más de una ocasión perdido y sin ideas. Obviamente conocía de cabo a rabo las dos partes de la aldea. Había perdido la cuenta de las veces que cruzó la carretera con fin de investigar las casas más vetustas pero mejor remodeladas. Grandes viviendas las cuales, si bien es cierto que sus fachadas estaban agrietadas y descompuestas, el interior daba la sensación de verse en óptimas condiciones. Aunque no todas las casas poseían las mismas características, obviamente. Hubo una en especial que parecía estar al borde de desplomarse, una cuyas paredes y columnas daban la sensación de colapsar contra el suelo aplastando todo cuanto albergase en su interior. El recinto se hallaba vallado por una verja metálica cuyo estado oxidado infundía respeto a quien se atreviera a abrir la única puerta que conectaba con el jardín. Cabe decir que las plantas estaban muertas, y lo único con vida no eran más que matojos secos y animales como ratas y cucarachas, camuflados entre la basura acumulada y la densa flora. Las ventanas estaban tapiadas, acrecentando todavía más la sensación de abandono. Sobre las piezas de alféizar que se mantenían intactas desfilaban los gatos, algunos de ellos tumbados a la sombra resguardándose del sol lacerante. Los únicos ruidos dimanaban de la carretera y las escasas viviendas adyacentes, otorgándole a aquel lugar una paz y un silencio de ultratumba. Carlos tenía la sensación de estar contemplando un cementerio. El techo del porche estaba prácticamente hundido, y el detective achacó el problema a las lluvias y el seguramente pésimo estado de las vigas. Muy probablemente sería el único hogar que la ley permitiría al investigador adentrarse sin ser penalizado. Y sin embargo, sería el único lugar al que se negaría entrar dadas sus condiciones. "¿Habrá investigado la policía?", se preguntó Carlos con la mente distraída antes de que la voz de Jungi lo devolviera a la tierra.

—Apostaría que sería un gran orador de no ser porque ejerce como investigador —añadió este colocándose junto a él, haciéndole compañía frente a aquella desolada y abandonada casa—. Es más, yo le votaría.

No tardaron en aparecer el resto de la pandilla, incluyendo a Santiago quien, a su edad avanzada en comparación con el resto, destacaba más. El elenco estaba formado por cinco adolescentes y un adulto; y el orden que le atribuyó a cada individuo iba en proporción al interés que le generaba cada uno. De menos a más se podría decir que: Santiago Peña López era el que menos sugestión le causaba debido a su retraso mental, luego estaban Cristian López Espada, Isidro Gustavo Alcántara, Manuel Sánchez Milá, Silvia Pérez Dominguez y por último Juan Miguel Lastra Moreno apodado "Jungi". Todos ellos salvo por Santiago eran hermanos de las cinco víctimas desaparecidas.

—¡Policía! ¡Policía! —vociferaba con ilusión Santiago al mismo tiempo que perseguía a la camada dando brincos cual cervatillo—. ¡Yo soy la solución!

A Carlos le supuso una sorpresa ver aparecer la banda así de repente. Cierto es que desde su llegada a la aldea los ha visto y perseguido en más de una ocasión por intentar aprender cuál era su cometido y la razón de sus actos, empero siempre que clavaba sus ojos en ellos estos parecían actuar con normalidad, como un grupo de amigos más que se junta en la calle con fin de pasar el día entre risas y chismes. De hecho, perseguir al grupo ayudaba en cierta medida al detective a deshacerse de Santiago pues, en cuanto los veía salía a toda prisa en su persecución.

Cierto día de junio (a finales más concretamente) se giraron las tornas. Pues de tener que perseguir la estela de los jóvenes, estos optaron por acercarse al detective. La primera toma de contacto de Carlos con el grupo al completo sucedería luego de haber hablado en público, exponiendo su afán y compromiso de rescatar a los cinco niños perdidos. Como percibió un ambiente tenso entre la multitud, una discordancia entre los presentes y una actitud hostil por parte de los familiares hacia él puesto que su presencia incordiaba más que ayudaba, Carlos optó por mentir con fin de plantar la semilla de la duda. Y es que la incertidumbre no tiene porque ser perniciosa, ni mucho menos. La incertidumbre da paso a la posibilidad, otorgando a los presentes aquello que perdieron hace tiempo: la esperanza. Si Carlos hubiese sido del todo claro y diáfano acerca el caso y hubiese compartido con los presentes su larga experiencia, estos se hubiesen dejado caer al suelo entre lágrimas y muchos de ellos (sobre todo los hombres) se abrían arrojado al cuello del detective maldiciendo su poca consideración y falta de empatía. No obstante, Carlos arrojó un dardo de esperanza a los vecinos de Arro asegurando, sin tener prueba alguna, que estos se encuentran vivos. Cuando le preguntaron cómo era posible que lo supiera, el investigador osó responder con toda seguridad y pundonor: "Porque nadie se deshace de su gallina de oro tan fácilmente". Este comentario pilló por sorpresa a los oyentes, dejándolos mudos por completo a la par de confusos.

Sonríe a la cámaraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora