Capítulo 1

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La señora Lemons estaba muy ocupada como para notar el raro comportamiento de su hijo. Claro, era absolutamente normal que su hijo desayunara cereal con un desorden de leche y galletas, y era aun más normal que ella caminara por la casa con rapides a esas horas de la mañana.

Albert bajó la mirada a su bol, oyendo el eco de los tacones de su madre en el suelo de madera, la misma bajo por las escaleras apresuradamente. Él sólo subió su cucharon lleno de galletas, ya blandas por la leche, se lo metió en la boca y mastico gustoso. Rose Lemons sólo lo miro por unos segundos hasta que reaccionó recordando que tenía prisa.

-Ay cariño, me tengo que ir.

Se acercó a él y le plantó un beso materno en la sien.

-No volveré hasta más tarde, cómprate algo en la secundaria. -
Rodeó la isla de la cocina, hasta el pasillo y la puerta principal y terminó por irse dejando el ambiente con el sonido seco de la puerta-.

Albert sólo subió el bol y lo pegó a sus labios, tomando la leche con galletas con paciencia y placer. Tomó su mochila y la deslizó por sus brazos hasta sus hombros, recorrió el pasillo y se detuvo sólo para verse en el espejo. Albert Lemons era un chico atractivo con el cabello marron chocolate, piel clara y buena altura. Contaba tan sólo con quince años, pero muchos con sólo verlo pensarían que tendría alrededor de dieciocho, no era hasta que veían su cara de niño y sus cabeza se llenaban de dudas, pero en realidad no era nada más que un niño que había querido demostrar ya ser mayor. Lo cual no hacía nada más que causar más confusiones con respecto a su edad.

Siguió su camino por el pasillo, salió de su casa comenzando su camino hacia la parada de autobús, era martes en la mañana y tenía que ir a clases.

Unas horas más tarde, una vez más, personas caminaban en la imaginación, o lo que quiza podría ser su imaginación. Todas aquellas personas se sentaron en un círculo, eran alrededor de diez de ellos, empezaron a desahogarse, parecía uno de esos grupos de apoyo, excepto que no hablaban de cosas normales, no eran problemas familiares o conyugales. Hablaban de niños y adolescentes, repasaban una lista, eran horas, lugares y personas, sólo los recuerdos se tornaron un poco borrosos.

Se despertó de un salto cuando oyó el rechineo de las mesas y sillas, algunos estudiantes le lanzaron una rara mirada por su reacción asustadiza. Nadie en el aula se fijó en que la profesora de biología lo veía con otros ojos.

-Está es la séptima vez que te duermes en mi clase, Albert. -Levantó un libro delgado en su dirección.-

Él se levantó de su silla y se acercó hasta el escritorio para coger el libro de biologia de sus manos, dedujo rápidamente que tenía que estudiarlo para el examen final. Se volvió a su mochila y sacó un cuadernillo de notas con portada azul junto con un marcador, escribió. Volvió al escritorio y le mostró la hoja a su maestra.

"Lamento dormirme en su clase"

La profesora Olivia lo vio con compasión.

-Comprendo por qué te sucede, Al, después de todo, no es la primera vez.

Ya no había nadie más en el aula, a menos de ellos dos. Él joven no pudo contener la pequeña mueca, ella sabía el por qué. "Al" era un diminutivo de su nombre un poco delicado, sobre todo por que ella es la única persona que él ha conocido que lo ha llamado así.

Olivia notó el pequeño destello de frustración en sus ojos, fue nuevamente a su asiento y tomó todas sus cosas y camino a la puerta rápidamente, huyendo.

-Albert, espera. -rogo-.

Él no le presto atención y siguió caminando, el ambiente tenía más oxígeno afuera. De camino a su casa paso por Soviets Spray, quien sabe por qué el dueño le coloco semejante nombre, es un pequeño mercado que se encontraba abierto las veinticuatro horas al día.

Jugando con la sombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora