Secretos

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Me despierto, sudoroso y con el corazón galopando en mi pecho. La ansiedad me aprieta, como si algo terrible estuviera a punto de suceder. No puedo evitar pensar en el incendio que arrasó la casa frente a la mía. Esa misma casa que ahora yace en ruinas, cubierta de cenizas y polvo.

«Carajo, no importa cuántas veces lo repita sigo sin creerlo»

Me obligo a mirar por la ventana para corroborar que nada había sido un sueño, aunque era obvio que nada de lo ocurrido anteriormente era un sueño.

La presión en mi pecho se intensifica. Las lágrimas brotan  mientras observo la escena. La luna apenas ilumina los escombros. Las vigas chamuscadas se alzan como huesos retorcidos, y las ventanas rotas parecen ojos vacíos, la que antes era una casa totalmente blanca ahora era una casa pintada en gris y negros causada por las llamas.

Secó las lágrimas con el dorso de mi mano. Claro, porque llorar es tan efectivo para resolver problemas como intentar apagar un incendio con un vaso de agua.

La tragedia  me hace sentir pesado, pero al menos el sarcasmo me proporciona un breve alivio
Aunque siendo sinceros la señora Thornfield me regañaría por eso, ese simple pensamiento hizo que se me escapara una pequeña risa.
Pero eso me hizo pensar  ¿Qué ocurrió allí? ¿Por qué ardió todo tan de repente?

Decido bajar a la cocina el suelo cruje bajo mis pies mientras desciendo las escaleras con cansancio. El olor a humo aún flota en el aire. Y entonces logro observar en medio de la oscuridad las llaves de mi familia, colgadas junto a la puerta. Un suspiro de alivio escapa de mis labios. No estoy solo en casa por lo menos.

Me sirvo un vaso de agua tembloroso y bebo. El líquido fresco calma mi garganta reseca. Pero las cenizas persisten en mi mente, como fantasmas que se niegan a marcharse, ¿Dios por qué nací así? Regreso al piso de arriba,  el proceso de dirigirme hacia mi habitación.

Los sollozos llegaron a mis oídos como un lamento suave, un eco de tristeza que se filtraba a través de las paredes. Joshua, mi hermano menor.
Empujé la puerta entreabierta y crucé el umbral. El cuarto de Joshua era un espacio pequeño y acogedor. Las paredes, pintadas de un azul suave. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas, creando sombras danzarinas en el suelo. Sus ojos grandes y llenos de tristeza me miran.

—¿Qué tienes, Josh? —pregunto, acercándome.
Joshua se encoje de hombros, sus lágrimas brillando en la penumbra.

—¿los señores  Thornfield no van a regresar verdad?—susurra—. Ellos siempre me daban caramelos y me contaban historias. ¿Por qué se fueron?

Me quedo sin palabras que decir, técnicamente eran como abuelos para él «aunque la verdad no eran muy ancianos» , pero ahora solo quedan cenizas y recuerdos. Me siento a su lado y lo abrazo.

—A veces, las cosas cambian,  Joshua. Pero siempre tendremos los buenos momentos que compartimos con ellos. Y aunque no estén aquí físicamente, su recuerdo sigue vivo en nosotros.

Joshua asiente y me mira mientras se secan las lágrimas de los ojos, pero en ese mismo instante se fija en algún punto de la habitación.

—Henry, vi un monstruo —dice en un susurro tembloroso.
Monstruo. Esa palabra resuena en mi mente como un eco siniestro. Joshua, con sus ojos asustados, cree haber visto uno. Pero, los monstruos que conozco son más sutiles, más peligrosos que los monstruos que un niño ve en las películas con garras y colmillos. Los monstruos no se esconden bajo la cama ni emergen de las sombras, al menos no los que yo conozco o los que tuve a patadas que conocer.

A tu lado estoy vivoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora