IX - El Aullido en la Noche.

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La salida de la cueva fue un alivio, pero sabíamos que nuestro camino de regreso al ermitaño sería largo y plagado de desafíos. El medallón, frío y pesado en mis manos, parecía emitir una energía misteriosa que nos daba fuerzas para continuar.

Mientras nos adentrábamos nuevamente en el bosque, el crepúsculo se cernía sobre nosotros, y la oscuridad del lugar se volvía cada vez más imponente. Los sonidos de la noche se intensificaban, y cada crujido de las ramas bajo nuestros pies nos ponía en alerta. La tensión era palpable; el bosque parecía estar respirando junto a nosotros, susurrando advertencias en el viento.

—Debemos tener cuidado —dijo Edrin en voz baja, su mirada fija en el camino frente a nosotros.

Caminamos durante horas, guiados solo por la tenue luz de nuestras antorchas. El terreno se volvía más accidentado y traicionero, con raíces que sobresalían y rocas ocultas bajo la maleza. Los árboles se cerraban sobre nosotros, sus ramas entrelazadas creando una especie de laberinto natural que parecía cambiar con cada paso.

De repente, el suelo bajo mis pies cedió, y caí en una trampa de fango que había sido oculta por la vegetación. El frío y la sensación pegajosa del fango me envolvieron rápidamente. Intenté mantener la calma mientras el fango me succionaba hacia abajo.

—¡Amara! —gritó Edrin, extendiendo su mano hacia mí con desesperación.

Con un esfuerzo desesperado, logré aferrarme a su mano y él me sacó de la trampa con todas sus fuerzas. Jadeante, me limpié el barro del rostro y seguimos adelante, nuestros pasos más cautelosos que antes.

Más adelante, encontramos un desfiladero profundo que bloqueaba nuestro camino. La única manera de cruzarlo era un viejo y estrecho puente de cuerda que parecía a punto de desmoronarse con cada movimiento del viento.

—No tenemos otra opción —dijo Edrin, mirando el puente con preocupación.

Uno a uno, cruzamos el puente con cuidado, manteniendo el equilibrio a pesar del fuerte viento que soplaba a través del desfiladero. Mis manos temblaban mientras me aferraba a las cuerdas desgastadas, pero finalmente logramos cruzar sin incidentes.

Apenas habíamos avanzado unos metros cuando un sonido gutural detrás de nosotros nos hizo detenernos en seco. Nos giramos y vimos una criatura oscura emerger de entre los árboles. Era una bestia con forma de oso, pero mucho más grande y con ojos brillantes que reflejaban la luz de nuestras antorchas. Su piel era oscura y rugosa, como si estuviera hecha de roca y sombras, y sus colmillos relucían bajo la luz de la luna.

El terror se apoderó de mí. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y mis manos temblaban, pero sabía que no podíamos simplemente correr. No había escapatoria, y la criatura no nos dejaría ir tan fácilmente. Sentí el miedo de morir tan intensamente que casi me paralizó, pero algo dentro de mí me empujaba a seguir luchando. No tenía experiencia en luchar, solo instintos de supervivencia. No podía permitirme rendirme, el miedo a morir me daba una extraña determinación.

—¡Corre! —grité, sintiendo el pánico apoderarse de mí.

Edrin y yo comenzamos a correr, pero la criatura era más rápida. Sus gruñidos se acercaban cada vez más, y supe que no podríamos escapar. La adrenalina corría por mis venas mientras buscaba desesperadamente una forma de defendernos. Mis instintos me llevaron a buscar una rama caída, gruesa y lo suficientemente pesada como para usarla como arma improvisada.

La criatura nos alcanzó, y su enorme garra se dirigió hacia Edrin. Con un grito de desesperación, levanté la rama y golpeé a la bestia en su cabeza, desviando su ataque. La criatura gruñó y se giró hacia mí, sus ojos brillando con furia.

El Reino de los Ecos perdidos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora