Mientras tanto, en el corazón de las tierras olvidadas, bajo un cielo perpetuamente cubierto de nubes tormentosas, se alzaba la Torre del Destino. Sus muros, ennegrecidos por el paso de los siglos y la magia oscura, parecían palpitar con una energía siniestra. Las sombras que se arrastraban por sus corredores susurraban historias de traiciones, conquistas y secretos oscuros que se habían acumulado a lo largo de las eras.
El gran salón del consejo, ubicado en el nivel más alto de la torre, era un lugar tan vasto como opresivo. Las paredes estaban decoradas con tapices oscuros que narran leyendas de antiguos señores y criaturas de pesadilla. En el centro, un trono de obsidiana se alzaba sobre una plataforma elevada, su superficie tallada con runas que parecían absorber la poca luz que se atrevía a entrar en la estancia.
Kaelgor, el señor de las sombras, se encontraba sentado en ese trono, su presencia imponente llenando el espacio con una sensación de malestar y miedo. Su capa negra, tejida con hilos de la misma oscuridad que dominaba su alma, se arrastraba por el suelo, moviéndose como una niebla inquieta. Sus ojos, dos pozos de vacío, recorrían la sala mientras esperaba a sus consejeros.
A su lado, Laara, la hechicera de mirada fría y calculadora, desplegaba un pergamino antiguo sobre una mesa de mármol negro. Las runas grabadas en el pergamino brillaban débilmente, revelando los secretos de los portales. Habían sido convocados por una razón clara y preocupante: investigar el reciente uso de uno de los portales, algo que podría amenazar los planes de Kaelgor para dominar Elthanor.
El silencio en la sala era denso, solo roto por el crujido ocasional del fuego en las antorchas que iluminaban la estancia con una luz titilante. Los ojos de Laara se levantaron del pergamino para encontrar los de Kaelgor.
— Mi señor, según estos registros, el portal fue activado hace varias semanas. — dijo Laara con una voz apenas perceptible, cargada de tensión. — Desde el otro lado.
Kaelgor entrecerró los ojos, su expresión endureció.
— ¿Quién se atrevería a cruzar sin nuestra autorización?, — respondió Kaelgor, su voz grave resonando como un trueno distante. — ¿Acaso algún necio cree que puede desafiar mi poder?
Antes de que Laara pudiera responder, las grandes puertas de la sala se abrieron de golpe, y un caudillo de las fuerzas de Kaelgor entró con pasos apresurados. Su armadura, ennegrecida por la batalla y la magia oscura, reflejaba el fuego de las antorchas. En sus manos sostenía un cristal negro, cuya superficie brillaba con una luz inquietante.
El caudillo se arrodilló ante Kaelgor, extendiendo el cristal hacia él.
— Mi señor, este cristal fue encontrado cerca del portal. Su poder es inusual... —El guerrero hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas. —Y es perturbador.
Kaelgor hizo un gesto a Laara, quien tomó el cristal con cuidado, sus manos temblando ligeramente mientras murmuraba un encantamiento de inspección. La luz en el cristal pulsó varias veces antes de que Laara alzara la mirada, su rostro palideciendo.
— Lo que temía es cierto, mi señor. — Su voz era apenas un susurro. — El portal no solo fue activado desde el otro lado, sino que fue manipulado. Hay rastros de una magia que no reconocemos... Es poderosa, y no es de este mundo.
Kaelgor se levantó de su trono con una gracia peligrosa, sus ojos brillando con una furia contenida. Avanzó hacia Laara, cada paso resonando en el salón como el eco de un juicio inevitable. Tomó el cristal de sus manos, sus dedos envolviéndolo con una fuerza que hizo que las sombras en la sala parecieran temblar.
— Esto es inaceptable, — declaró Kaelgor, su voz cortante como el filo de una espada.— Necesito saber quién ha cruzado y por qué. Este reino debe permanecer bajo mi control absoluto, sin excepciones.
El silencio que siguió a sus palabras era asfixiante. Los oficiales y soldados presentes apenas se atrevían a respirar, conscientes de que cualquier muestra de debilidad o duda podría sellar su destino.
—Laara, — dijo Kaelgor, su tono un poco más suave pero aún cargado de autoridad, — ¿puedes rastrear el origen de esta magia? ¿Podemos averiguar quién la controla?
Laara asintió lentamente, aunque su expresión reflejaba incertidumbre.
— Lo intentaré, mi señor, pero necesitaré tiempo. Esta magia es diferente a cualquier otra que haya enfrentado. Es antigua... y peligrosa.
Kaelgor asintió, satisfecho con la respuesta, aunque la ira seguía burbujeando bajo la superficie de su control.
— Haz lo que sea necesario. Quiero resultados pronto. —Luego se giró hacia sus oficiales. — Movilicen a las tropas. Quiero que cada rincón de Elthanor sea revisado. No dejaremos ni un solo lugar sin explorar hasta que descubramos quién ha cruzado y qué buscan aquí.
Uno de los oficiales, un hombre de mirada astuta y cicatrices de antiguas batallas, se atrevió a hablar.
— Mi señor, si el intruso es tan poderoso como sugiere Laara, ¿podríamos necesitar más que nuestras tropas habituales? Quizás sería prudente convocar a los Guardianes de la Sombra. Ellos...
Kaelgor lo interrumpió con un gesto brusco, su paciencia agotándose.
— Convoca a quien necesites, pero no pongas en duda la capacidad de nuestras fuerzas. Este intruso será encontrado y castigado, y todo Elthanor será testigo de lo que ocurre cuando se desafía mi dominio.
El oficial asintió, tragando en seco antes de inclinarse respetuosamente. Con un gesto, Kaelgor lo despidió junto al resto de los presentes, quienes rápidamente salieron del salón para cumplir con sus órdenes.
Cuando la sala se vació, Kaelgor permaneció junto a Laara, ambos sumidos en un silencio cargado de pensamientos oscuros. Laara, con el cristal aún en sus manos, sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Sabía que cualquier error podría significar no solo su fin, sino el fin de los planes que habían forjado con tanto cuidado.
— Laara, —dijo Kaelgor después de un largo momento, su voz más baja pero no menos intensa, — no te falles a ti misma ni a mí. Este intruso no debe interrumpir lo que hemos planeado durante tanto tiempo.
La hechicera asintió, su mirada fija en el cristal.
— No fallaré, mi señor. Sea quien sea este intruso, será destruido.
Kaelgor esbozó una sonrisa fría, carente de cualquier rastro de compasión o duda.
— Así debe ser. Y cuando lo encontremos, su poder será mío. — Sus palabras resonaron como una promesa oscura, cargada de ambición y deseo de poder.
Mientras Kaelgor se alejaba, su capa arrastrándose tras él como una sombra viviente, Laara permaneció en el salón, contemplando el cristal que sostenía. Sabía que la búsqueda del intruso no solo era una misión para proteger su reino, sino una prueba de su lealtad y su capacidad para sobrevivir en un mundo donde el fracaso no era una opción.
La sala quedó en silencio una vez más, pero esta vez, era un silencio lleno de determinación, de preparación para la caza que estaba por venir. El portal había sido revelado, y con él, un nuevo enemigo al que enfrentar. Pero Laara sabía que, al final, solo los más fuertes prevalecerían.
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El Reino de los Ecos perdidos.
FantasiaEn el bosque más allá de la realidad, Amara, una joven apasionada por la magia y la aventura, encuentra un portal mágico que la transporta a un mundo donde la magia y el misterio son la ley. Allí, entre runas antiguas y caballeros con secretos, se e...