El Reino de los Ecos perdidos.

XI - Silencios Inquietantes.

El camino de regreso a la cabaña del ermitaño estuvo cargado de un silencio pesado. Cada uno de nosotros estaba inmerso en sus propios pensamientos, conscientes de la importancia del medallón que ahora descansaba en mis manos. El aire alrededor parecía más denso, como si el bosque supiera lo que llevábamos con nosotros.

Al llegar, el ermitaño nos esperaba en la puerta, sus ojos brillando con una intensidad extraña mientras extendía una mano temblorosa hacia el medallón.

—¿Lo tienen? —preguntó, su voz rasposa rompiendo el silencio.

Asentí y coloqué el medallón en su mano. El ermitaño lo examinó con una mirada concentrada, susurrando palabras en un idioma que no entendía.

Luego, levantó la vista y nos observó con una expresión seria y reflexiva.

—¿Están seguros de lo que están buscando? —murmuró, su tono cargado de advertencia—. Este es solo el primer paso, pero el camino que tienen por delante está lleno de decisiones difíciles y consecuencias que no pueden prever. No subestimen lo que podrían desatar al seguir esta senda.

Edrin y yo intercambiamos una mirada cargada de preocupación. Aldric, sin embargo, mantuvo su rostro impasible, aunque sus ojos mostraban una mezcla de dudas y determinación.

—Para completar la poción, necesitan la Flor de la Luna —continuó el ermitaño, levantando la vista hacia nosotros—. Crece en lo profundo del Bosque de las Sombras, cerca de la Cascada del Susurro. Es un lugar peligroso, pero es su única opción.

—¿Qué tan peligroso es? —preguntó Aldric, su voz grave y llena de cautela.

El ermitaño soltó una risa seca.

—Lo suficiente como para que pocos hayan regresado. Pero si están decididos, deben partir al amanecer.

En medio del silencio que se hizo entre nosotros, sin saber qué pensar al respecto, el ermitaño agregó.

– Ah, una cosa más... no es una flor cualquiera. Ella es quien los llamará y buscará. Aparecerá ante ustedes en el momento preciso, cuando menos lo esperen. Su misión es esperar pacientemente, confiar en que la flor se revelará cuando sea el momento adecuado.

—¿Y cómo sabremos cuándo es ese momento? —preguntó Edrin, con una mezcla de curiosidad y ansiedad.

—Lo sabrán —respondió el ermitaño, sus ojos fijos en los nuestros—. Su luz es inconfundible, y su llamado, imposible de ignorar.

Nos retiramos a descansar en la pequeña cabaña, abarrotada pero suficiente para protegernos del frío de la noche. El ambiente estaba tenso; la relación entre Aldric y Edrin se notaba más distante que nunca. Podía sentir la inquietud de Aldric hacia mí, una mezcla de preocupación y algo más que no lograba identificar.

Me esforcé por dormir, pero la ansiedad y la curiosidad me mantenían despierta. Finalmente, decidí salir a despejar mi mente. El bosque nocturno, con su atmósfera cargada de misterio, me envolvía en una calma inquietante.

Caminé un poco, permitiendo que el murmullo de los árboles y el crujir de las hojas bajo mis pies me relajaran. Entonces, escuché voces en la distancia. Mi corazón se aceleró, pero pronto reconocí las voces de Aldric y Edrin. Me acerqué con cautela, escondiéndome detrás de un árbol cercano.

—Hermano, por favor, no fue para tanto. Yo solo quería ayudarla —la voz de Edrin sonaba suplicante, cargada de arrepentimiento.

Me quedé congelada. ¿Hermano? ¿Había oído bien?

—Prometí a nuestros padres que te cuidaría, y lo he hecho desde que eras un niño —respondió Aldric, su tono reflejando una mezcla de frustración y cariño—. No entiendo por qué sientes la necesidad de ponerte en peligro constantemente, de involucrarte en cosas que no te conciernen.Mis pensamientos se arremolinaron. Aldric y Edrin eran hermanos. Nunca lo habría sospechado, dadas las interacciones que había presenciado entre ellos. Mientras ellos continuaban hablando, me retiré en silencio, intentando procesar esta nueva información.