6. el primer día

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La mañana siguiente se desarrolló con tranquilidad. Denna la pasó relajada en la piscina, disfrutando del sol y la paz que le daba el agua. Ruslana se encerró en el despacho de Martin y Juanjo, una de las habitaciones más apartadas de la casa, para trabajar en las canciones que le había enviado Paul. Chiara apenas salió de su cuarto, solo para coger prestada una guitarra y volver a pasar el pestillo. Y Violeta optó por la calma del salón y un buen libro, abstrayendo su mente de la realidad.

Los Majos tenían razón, la vivienda era lo suficientemente grande como para acogerlas a las cuatro sin tener que verse a todas horas.

Vio: todo bien?

Tana: que si pesada

Tana: que no voy a quemarte la librería

Tana: soy responsable :)

Vio: si, bueno... avísame si tienes algún problema, ¿vale?

Tana: Vio, confía en mí y céntrate en pasártelo bien con tus amigos, por favor te lo pido

La periodista suspiró. Había dejado a su hermana a cargo de la tienda y claro que se fiaba, porque ya lo había hecho antes. Ella era quien le echaba una mano siempre que lo necesitaba. Pero estaba nerviosa y tensa dentro que aquellas paredes repletas de lujo. Era un mundo tan alejado de su realidad actual, que le costaba estar cómoda allí dentro. Necesitaba volver a sentir cerca alguna parte de su vida, si no quería que los fantasmas del pasado se la comiesen por dentro.

Bloqueó el teléfono y volvió a leer. Sin embargo, no llegó ni a terminar el primer párrafo.

Sus oídos percibieron una ligera melodía. Le llegaba distorsionada y lejana, difícil de distinguir. Si no fuese porque la casa estaba tan en silencio que podía escuchar hasta su propia respiración, jamás se habría dado cuenta. Pero la registró. Porque, más allá del silencio, estaba entrenada para ello.

Se sintió traicionada por su cuerpo y su cabeza y se enfadó consigo misma por seguir viviendo aquello con la misma intensidad. Se paralizó y se emocionó a partes iguales, como si su lado racional quisiese mantenerse firme y no ceder a la curiosidad de aquellos acordes, pero su corazón ya hubiese decidido que los iban a disfrutar. Hacía años que no escuchaba una guitarra como aquella en directo. Hacía años que no sentía que la música invadía todos y cada uno de sus sentidos. Que no dejaba que una melodía se colase por debajo de su piel y recorriese sus venas, haciéndola flotar. Hacía años, muchos años, que no se le aceleraba el pulso con el rasgar de unas cuerdas y el eco de una canción.

Claro que también hacía años, muchos años, que no escuchaba tocar a Chiara Oliver.

Porque la inglesa siempre había tenido un poder especial sobre la granadina. Su vertiente musical la atraía hacia ella como un imán, de manera inevitable. Cuando la británica tocaba, la andaluza escuchaba. Era casi hipnótico, una reacción que no podía controlar por más que lo intentase. Y mira que lo había intentado. Siempre que Chiara se acercaba a un instrumento, Violeta sabía que estaba perdida. Durante mucho tiempo trató de no darle importancia. Después, conforme esa curiosidad y esa atracción hacia la música de la balear fue creciendo, empezó a inquietarse. Y, finalmente, cuando llegó a rozar la obsesión, se negó a etiquetarlo y a llamarlo por su nombre.

Para la pelirroja, había algo mágico en la forma de hacer música de la menorquina. En el modo en el que sus manos fluían sobre los instrumentos, en el modo en el que su voz giraba sobre las letras para darle su propia personalidad. En la manera en la que cerraba los ojos, sintiendo cada nota, pero cuando los volvía a abrir desprendían luz y electricidad. En la forma en la que se entregaba en cuerpo y alma a lo que hacía, ya fuese una composición sentada en la mesa de su cocina o un concierto en el Metropolitano delante de miles de personas. La manera en la que Chiara vivía la música era magnética e irrepetible. Por eso era tan buena. Por eso era la mejor de las cuatro.

Entre Mis VersosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora