7. el jardín

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El segundo día transcurrió igual de lento que el primero y Chiara ya no podía más. Llevaba casi 48 horas encerrada en su habitación, dejándose el corazón a través de la guitarra. La noche anterior, Martin y Juanjo les habían hecho una videollamada para contarles que estarían allí el lunes, tras el fin de semana, con la intención de empezar a hablar en serio del proyecto y del guion. Pero, a la inglesa, el lunes le quedaba lejísimos. Estaba cansada y confundida. Impaciente porque pasase el tiempo y salir de allí para recuperar su vida normal.

La menorquina suspiró, dejando la guitarra y tirándose sobre la cama. El clima de tensión extrema parecía haberse difuminado un poco en la casa. Al menos entre Ruslana y Violeta, que en la reunión con los Majos y en las comidas compartidas desde entonces ya no parecían querer matarse.

La balear no lo entendía, pero le daba pánico preguntar.

Miró al techo durante unos minutos, dejando la mente en blanco. Realizó varias respiraciones profundas y trató de relajar su ritmo cardíaco.

La imagen de Violeta apareció ante sus ojos. Relajada sobre el sofá, con su ropa amplia y cómoda y sus mechones pelirrojos oscurecidos por el agua. Doméstica y adorable. Sonriéndole a la pantalla cada vez que Juanjo hacía un comentario gracioso y rodando los ojos siempre que Martin les pedía que, por favor, no se asesinasen entre ellas.

Parecía más tranquila que el primer día, más adaptada a la situación. Y aquello irritaba profundamente a la británica. No quería que Violeta estuviese contenta, quería que saliese por la puerta y la dejase en paz.

Que volviese a huir y a salir de su vida.

Se frustró de nuevo y decidió que necesitaba tomar el aire. Abandonó la habitación y buscó a Ruslana por cada rincón de la casa, pero todo lo que encontró fueron estancias vacías. Al pasar por el ventanal que daba al jardín, escuchó la voz de la ucraniana. Asomó la cabeza por la puerta y se llevó una sorpresa con la estampa que se encontró.

La canaria estaba sentada en una tumbona, bebiéndose una cerveza en bikini. Dentro de la piscina, Violeta hablaba con ella mientras se movía de un lado a otro con unas gafas de sol rosas extravagantes sobre la cabeza. Denna, por su parte, revisaba su teléfono tumbada sobre el césped en una toalla, un poco ajena a la conversación de las otras dos.

No estaban de fiesta, pero parecían tolerarse sin discutir ni gritar. Era un avance considerable. A Chiara le dio curiosidad el clima de aparente calma y, si era sincera del todo, le picaba un poco la envidia de no ser parte de él. Así que avanzó hacia ellas queriendo sentirse parte de la estampa cordial que sus ex compañera dibujaban, ignorando todas las señales de alarma que le enviaba su cabeza. Sentía que sus pies iban por libre, tomando decisiones sin consultar con el apartado racional de su cerebro.

A los pocos pasos, se detuvo en el acto.

Violeta, cansada de nadar, se había acercado al borde de la piscina. Apoyó las manos en el bordillo exterior y se impulsó hacia arriba para salir del agua. Los músculos de los brazos se le marcaron uno a uno y la británica sintió que los ojos se le salían de las órbitas, tratando de analizar y registrar cada detalle. El cuerpo de la periodista se descubrió ante ella centímetro a centímetro. Sus pechos, cubiertos por un bikini elegante pero sugerente. Sus abdominales, no del todo marcados, pero lo suficiente como para provocar una descarga eléctrica entre las piernas de la menorquina.

Se preguntó si la granadina iría al gimnasio o si haría algún tipo de deporte, porque estaba mucho más definida que la última vez que la había visto. Se preguntó si esa sería una vía de escape para ella, una manera de evadirse y cuidar su mente. Y, sobre todo, se preguntó qué se sentiría abrazada entre esos bíceps. Apretada contra su cuerpo, palmo a palmo. Tocada por sus manos suaves y firmes. Besada por sus cálidos labios y atrapada entre sus piernas tonificadas.

Entre Mis VersosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora