Capítulo X

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Decir que un tsunami había pasado por mi cabeza dejándome sin fuerzas para abrir los ojos era quedarse corto. Sentía el peso del mundo sobre mi cuerpo quedándose allí con opresión. Escuchaba voces, pero llegaban amortiguadas, como si me encontrase en un túnel y la persona que me hablaba estuviese al otro extremo.

No sé dónde estaba y siendo sincera, no quería saberlo. Cada vez que despertaba desorientada con un dolor de cabeza inmenso aparecía en el último lugar que esperaba estar;
en un hospital.

Abrí los ojos lentamente adaptándome a la luz blanquecina que me cubría la cara, arrugué la frente al percibir el inconfundible olor a cloro. Todo a mi alrededor estaba nublado de  blanco y a pesar de que era mi color favorito, en estos casos de extremo cansancio, lo odiaba. La habitación realmente deprimente; nunca me iba a acostumbrar a estar tumbada al borde del somnolismo en una camilla tan recta y resbaladiza que quedaba imposible estar cómoda. Me sentiría desubicada si fuera la primera vez que me encontraba en este lugar, pero no. Había despertado en hospitales tantas veces que no podía contarlas, y lo peor de todo es que ni siquiera recordaba por qué regresaba.

Llevé una mano débil a mi cara y con esfuerzo logré sentarme en la camilla. Estaba cubierta con una sábana blanca hasta la cintura que dibujaba una superficie extraña en mis piernas. Sentí el picor invasor en mi mano derecha enredada en algún tipo de artilugio con una jeringuilla dentro de mi piel. Seguí el camino del cable transparente y me paralicé al llegar al punto de partida. Sangre surgía por el hasta dar con mi piel. «No, no, no».

«Me corté otra vez».

Alguien entró en la habitación, ni siquiera me molesté en volverme para saber de quién se trataba. Una mano familiar tocó mi hombro. Una lágrima dejó su rastro por el puente de mi nariz y aterrizó en la camilla.

Obligándome a dejar de ver la sangre desconocida entrar en mi cuerpo miré a Lola con la expresión vacía que tanto me caracterizaba. No dijo nada, sólo se acercó y me abrazó procurando no apretarme demasiado. Sin embargo, mi cuerpo no reaccionó a su afecto quedándose quieto.

Una enfermera esbelta y rubia muy parecida a Lola me sonrió al entrar.

—Hola, soy Ana. Vengo a revisar a —miró la carpeta plateada en sus manos —... Eithan Ross Carpenter, ¿eres tú?

Lola asintió por mí y se alejó, pero sin dejar de sostener mi mano amorficada con la suya infundiendo ánimos. Con su mano libre secó mis lágrimas con extrema delicadeza.

—Necesito saber qué pasó. El doctor que te atendió terminó su turno hace dos horas. Dijo que perdiste mucha sangre y que te trasladaron de emergencias, pero como estabas inconsciente no pudimos saber la exactitud de la problema. El corte fue muy cerca de la arteria radial, un centímetro más y hubieras tenido una hemorragia. ¿Alguien te cortó o fue intencional?

No salió nada de mi boca por el simple hecho de la creciente conmoción y el no recordar el suceso. Miré a Lola en busca de una ayuda que no quería escuchar. Odiaba la insistencia médica en saber todo lo ocurrido y anotarlo en un estúpido expediente que en muchas ocasiones intenté quemar, pero el ser atrapada y posteriormente tomada por desequilibrada mental me mantenía quieta. Lola asintió haciéndose cargo de la situación.

—Eithan suele tener ataques dde pánico que hasta ahora no habían sido recurrentes.

La enfermera escribió a pulso rápido cosas en su carpeta. Aprecié que no mencionara la persona que me volvía histérica.

—¿Qué suele hacer? —le preguntó Ana directamente a Lola.

—Mmm... patea, golpea tratando de escapar. No quiere ser tocada, grita cosas incoherentes y...

El infierno de CalebDonde viven las historias. Descúbrelo ahora