Capítulo XVII

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Escuchaba personas hablando lejos de mí, y quería tanto poder abrir los ojos, pero ordenar algo a mi cerebro provocaba un dolor punzante.

—¿Estará bien? —habló una voz femenina.

—Eso espero. Tendremos que esperar a que se despierte para que ella nos diga que pasó.

—Usted sabe lo que pasó, doctor Jean. Era su médico. Sabe que ella quiso matarse. ¡Esta vez clavó a sus venas! —gritó la chica.

—Lo sé, Lola, pero tenemos que esperar.

—¡Esperar a qué? ¿A que se mate? Sabe que Eithan es muy insuficiente. ¡No podemos esperar que sea más tarde!

—Hablemos afuera. Ella tiene que descansar. Además necesita sangre, y urgente.









—¿Cuándo me podré ir?

—Has perdido mucha sangre. Puede que salgas en eso de las tres p. m. Todavía falta otro suero luego que se termine este.

Dejé de mirarla cuando comenzó a teclear varios botones y revisarme el pulso. Se abrió la puerta y entró el doctor Jean, mi antiguo psicólogo, o uno de ellos.

—¿Puede dejarnos solos? —le preguntó a la enfermera, Leila, que estaba a cargo de mí. Asintió y salió cerrando la puerta.

Traté de sentarme, pero era difícil con una intravenosa enredada en tu muñeca. El doctor me ayudó y le agradecí en un silencioso gracias. Recosté mi cabeza en una de las almohadas mientras Jean buscaba una silla para colocarla cerca de la camilla. Se sentó en sumo silencio con un pisapapeles; escribió algo que no pude ver y que realmente no me importaba.

—Bien, Eithan. Dime por qué te cortaste esta vez... ¿Querías suicidarte? —dijo mirándome lascivo.

Respiré profundo pensando en la ironía. Yo, que suelo cortarme para sentirme mejor, ahora esto me parecía una pesadilla. Estaba harta de mentir, sin embargo, tenía que seguir haciéndolo.

—No, no quería. Sólo sentir dolor —me encogí de hombros para restarle importancia.

—¿Te parece que eso te ayuda?

Escribió algo más en la hoja.

—Jean, en serio no quiero hablar de esto. Ya hemos tenido esta conversación un millón de veces.

—Lo sé, pero eres mi paciente. He aprendido a quererte, te conozco desde pequeña. No quiero verte por aquí. Sé por lo que has pasado, pero tienes amigos que se preocupan por ti. ¿Por qué le haces esto?

—¡No lo sé! A veces quiero acabar con mi vida. Estoy tan cansada de que me traicionen, que las personas que quiero me dejen. Ya perdí a mi familia. Ya no me queda nada más.

Traté de calmar mi arrebato. Este lugar traía recuerdos malos; muy desagradables.

—No pienses así. Ahí afuera todavía hay gente que le importas, que se preocupan por ti.

—Jean, me quiero ir.

—Hagamos esto. Vendrás a verme, seguir con la terapia, ¿de acuerdo? ¿Cuándo podrás verme?

Me miraba tan esperanzado que dolía mentirle a él también. Ya estaba entrado en años y algo en él pareció haber cambiando, aunque no sabía distinguir exactamente qué era. Su delgadez genética no me inspiró confianza al conocerlo cuando tenía siete años, y seguieron así hasta que en verdad entendí que quería ayudarme. Lo asemejaba conmigo porque era huesuda en ese entonces, y si yo no confiaba en mí menos lo haría con un hombre. Yo no merecía un terapeuta tan caritativo como él. Realmente, no merecía ningún trato especial.

El infierno de CalebDonde viven las historias. Descúbrelo ahora