Capítulo XIV

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—Lena... Espera, por favor...

Él estaba teniendo una pesadilla con una mujer que parecía ser muy importante en su vida, llamarla tan desesperadamente no presagiabanada bueno. Los celos aparecieron clavándose como puñal en cada una de mis venas.

«¿Qué estaba pasando?»

Salí despacio de la cama con un millón de pensamientos en maratón.
Paseé una y otra vez por la inmensa sala sin llegar a una conclusión que me dejara feliz o al menos satisfecha. Reí sin gracia cuando todas las dudas florecieron nuevamente y la noche tan cálida que habíamos tenido pasó como un recuerdo frío en mi mente. Regresé a la habitación y traté de dormir sin conseguirlo.

Cuando amaneció decidí irme. Sabía que si le preguntaba por ella y qué significaba en su vida, no me diría y al no hacerlo la duda se extendería como un camino al desierto. Al ir por el vestíbulo me sentía una mujer barata. ¿Así salían las prostitutas? Después de dar placer ¿se iban como perros desechados?

Los próximos dos días no salí de mi habitación. Escuché en el corredor fuera de la puerta a Lola y Zack en mi busqueda. Le rogué a Carla que les dijera que no estaba, dudó pero lo hizo. Le dejé a ambos un mensaje diciéndoles que estaba ayudando en la mudanza de la tía que me cuidó cuando no podía hacerlo por mí misma. No era muy creíble, mas era mejor que nada.

Era una cobarde. Una estúpida cobarde. Huí con la cola entre las patas prefiriendo escapar como si yo fuese la culpable. ¿Por qué dejaba que me lastimase con sus secretos? ¿Por qué no era capaz de alejarme y seguir con mi vida?

Desde pequeña había tenido esa «debilidad» como yo le llamaba al hecho de dejarme humillar por miedo a herir a mis agresores. Sabía que sonaba estúpido, lo tenía claro, pero era algo que no podía evitar sentir. Siempre siendo la pequeña y débil Eithan. Mala en decir no. Y mi peor defecto, persistir.

Persistente hasta más no poder. En algunos casos podía considerarse una virtud, pero no en mí. Desde pequeña discutía recurrentemente con Zack y a pesar de qué él cometía el error yo iba a buscarlo, y perdía el orgullo.

Me senté en la cama abrazando mis piernas y mirando el móvil como si fuera a evaporarse en cualquier segundo. Tenía quince llamadas perdidas de Caleb y no me atrevía a contestar. No quería caer al ver esos ojos que me hacían olvidar quien era.

Busqué mi laptop y decidí conseguir información a cualquier vía. Si él no contaba nada de su vida, tal vez Google podía apiadarse de mí. El inconveniente era su apellido, pero Lucas era amigo del tal Raydan y él a su vez amigo de Caleb.

Contestó al tercer timbre.

—Hola, Eith. Que raro que me llames a estas horas.

—Si, eh, necesito un favor.

—Lo que digas.

—¿Tienes el número de Raydan?

—¿Raydan, el amigo de Scott?

—Si. Es que necesito averiguar algo.

—Tiene novia, si es eso.

Me reí —Cállate, Lu. No es eso.

—Bien. Ya te lo envió por mensaje. Cuidado contigo, chica.

Al rato me llegó el número. Esto era por mi propio bien me repetía sin parar.

Contesta, contesta.

—¿Hola?

¡Si!

—¿Eres Raydan... amigo de scott?

El infierno de CalebDonde viven las historias. Descúbrelo ahora