Parte 10 - Aprendizaje y juventud

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Así el tiempo pasó, y a pesar de que Libiak tenía su gente y su lugar, también pasaba bastante tiempo con Wilub. Lo ayudó a construir una hermosa choza a Pirca y a resguardar todo alrededor con trampas para posibles invasores. De manera que se complicase aún más llegar a este pequeño paraíso aislado, hecho por ellos mismos.

De esta forma, se acostumbraron bastante bien. Wilub mantenía su estilo de vida y Libiak podía visitarlo cuando quisiese.

Libiak había estado aprendiendo mucho sobre cómo debía Wilub cuidarse, y qué era lo que debía hacer para entrenar sus habilidades; todo con el propósito de ayudarle. Al igual que colaborarle a entrenar, a través de la meditación, sus habilidades físicas, mentales y espirituales.

Wilub le había advertido a Libiak de cómo debería estar listo para posibles ataques, tanto de aquellas bestias que el mar traía consigo, cómo de otras tribus que, al parecer, también cooperaban con el mal.

Libiak, por su parte, se había encargado de alertar a su gente sobre estas invasiones, matanzas, robo de riquezas y pertenencias que se estaban desarrollando durante los últimos años.

Así, el tiempo pasó muy rápido. Transcurrieron aproximadamente un poco más de 3 años, y en medio de muchas vivencias y sucesos entre estos buenos amigos; los pequeños niños ya perfilaban a convertirse en un par de hermosos y refinados hombrecitos.

Ahora estos jovencitos organizaban largos viajes, los cuales ambos habían acordado tiempo atrás, a fin de poder recolectar la mayor cantidad de información posible sobre lo que estaba sucediendo sobre estas ricas y vastas tierras.

Wilub le había contagiado de alguna manera a Libiak, ese amor y deber por cuidar y proteger la naturaleza además, de todo aquel ser vivo que en ella habitaba.

Ambos ya eran muy hábiles con el arco, pero Wilub todavía no lograba perfeccionar su naturaleza sobrehumana. Muchas de las veces en que se manifestaban estos poderes con mayor intensidad, solían ser de modo involuntario.

Sin embargo, estaba claro que debía seguir entrenando e intentando dominarlos, pues no quería hacerle un daño indeliberado a ningún ser viviente, mucho menos a su compañero de aventuras.

Lo que sí limitaba de alguna manera a Libiak, y no así a Wilub, era su familia. Ya que él debía sí o sí volver a casa. Era una figura importante para su gente, en especial su hermana con quién mantenía un fuerte vínculo.

De manera que sus viajes podían durar unos días, pero rápidamente debía regresar. Por otro lado, Wilub incluso solía hacer viajes muy largos estando solo. Ya no era un pequeño niño que se escondía.

Ahora se vestía y pintaba su cuerpo acorde a la zona visitada, y podía incluso pasar desapercibido entre la multitud. Esto funcionaba bastante bien cuando se trataba de comunidades enormes; más no tanto con tribus pequeñas y nómadas, con las cuales debía tener mucho más cuidado, ya que estás podían tornarse peligrosas en muchos casos.

Wilub tenía todo el tiempo hambre de aprendizaje, asimilaba diferentes idiomas y costumbres en todo momento; y, en este caso, no solo aprendía si no que lo ponía en práctica vistiéndose de acuerdo, además de hablar en sus lenguas.

Siempre salía de noche, su cabello constantemente cubierto. Más allá de que algunos actuaban como si nada pasara, o como si ya fuera normal ver a alguien con un color de piel diferente.

No obstante, si alguna persona se llegara a asustar al verlo detenidamente, solía inventar diferentes historias al respecto. Desde que era ciego, por eso sus ojos se veían así, hasta que unos hombres que venían desde otros mundos lo habían maldecido. Irónicamente, a algunos les decía que era hijo de la luna y le creían, mientras que otros solo se reían.

Wilub había logrado ser más interactivo gracias a Libiak. Si bien se sentía más fuerte y seguro físicamente, de no ser por Libiak, quizás seguiría siendo aquel que solo era capaz de charlar con las aves huyendo de los humanos, como si todos fuesen malvados.

El tiempo seguía pasando y Wilub había escuchado muchas historias sobre los invasores. En algunos casos, contaban que se trataba de hombres enviados por los dioses, que eran buenos, y que les hicieron muchos regalos impresionantes a todos aquellos que habían tenido la dicha de encontrarse con ellos, que eran pacíficos etc.

Pero así también se cruzó con ciertas regiones donde no habían logrado convencer a nadie con su falsa bondad. Incluso algunos nativos, se jactaban de haber asesinado a varios de estos hombres, en realidad, llenos de maldad y crueldad.

Así como habían lugares en los que ni siquiera sabían quiénes eran, existían otros que ya habían sido invadidos por completo. Se decía que robaban las tierras para construir y establecerse allí.

Pero estos intrusos sabían que corrían peligro, ya que siempre eran menos que los verdaderos dueños de esas tierras, por lo que siempre construían levantando grandes muros que los rodeaban completamente.

Lograban engañarlos haciéndose pasar por falsos dioses o enviados de los mismos, y si no lo conseguían de ese modo, recurrían a matar, utilizando armas increíblemente poderosas. Largas y brillantes dagas que lo seccionaban todo, incluso la cabeza de un humano, con solo un corte a la vez.

Esto, sin contar las armas explosivas que aterrorizaban a cualquiera.No importaba cómo, de alguna manera, ellos obtenían la victoria en la mayor parte de los casos.

Wilub estaba preocupado, se había dado cuenta que en algunas regiones, estos hombres ya eran demasiados. Nunca dejaba de cuestionarse ¿cómo alguien como él podría lidiar con tanto poder?, de todas formas, claro estaba que aún le faltaba mucho por fortalecerse. Pero, mientras pudiera, haría todo lo posible para conseguir información sobre ellos.

¿Por qué, específicamente, hacían lo que hacían?

¿Acaso ellos realmente eran Dioses y reclamaban sangre por medio del sacrificio?

¿Tan falsos eran estos Dioses que necesitaban derramar tanta sangre sobre tierras pulcras?

¿O es como sucedió en muchos lugares que no solo robaron tierras y pertenencias, sino que también humanos para transformarlos en sus mascotas o también intercambiarlos por intereses?

¿Acaso todos eran realmente peligrosos, o quizás hubiera excepciones?

Estos eran solo algunos de los interrogantes que pasaban por la cabeza de Wilub. Después de todo, él sabía que no tenía la verdad absoluta, y con estos viajes, de alguna manera necesitaba sacar alguna conclusión sobre estos hombres.

Quizás, las razones por las cuales hacían lo que hacían y, escuchando testimonios de aquellos desafortunados que ya se habían cruzado con ellos, tal vez podría analizar dicho comportamiento.

Claro que no todo fue perfecto. Cada tanto se cruzaba con personas reacias a las visitas y hasta le había vuelto a suceder que lo confundieran con uno de esos hombres. Si, ahora él lo entendía mejor, Wilub recordaba muy bien esos rostros, tenían la piel clara y, la mayoría, ojos del color del agua.

Era por este motivo que quisieron atacar a Wilub con frecuencia. Además de otras razones, él sabía que existían muchas personas que intentarían defender lo suyo; incluso, si tenían que matar gente de otras tribus.

Wilub salió herido en varias ocasiones, pero se había vuelto un muchacho muy osado y valiente. Todo fuese por intentar recolectar la mayor información posible.

En el presente...

Un día, luego de un viaje que duró varios meses, Wilub retornó a su hogar. Era un caluroso atardecer cuando llegó, perfecto para un baño y luego de comer algo, podría descansar; y así lo hizo.

Había pasado demasiado tiempo fuera, por lo que estaba terriblemente cansado, después de dejar todo en orden e ingresar a su choza, se recostó en su cama durmiéndose de inmediato profundamente.

Luego a mitad de la noche... gritos. Gritos tanto de mujeres como de hombres, se escucharon a lo lejos, despertando a Wilub repentinamente. Lo que provocó que saliera de su choza inmediatamente.

Observando hacia dónde provenía tal alboroto. Wilub contempló con sus grises ojos abiertos de par en par aquella trayectoria, la cual... él conocía perfectamente. Después de un momento, rompiendo con su estado de petrificación, comenzó a correr en esa dirección.

El Rey BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora