Parte 11- ¿Dónde estás?

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Wilub no paraba de correr hasta llegar a las tierras que pertenecían a Libiak y su gente. Reviviendo todo otra vez, su cuerpo temblaba incontrolable, su respiración desordenada, nuevamente sintió el terror que vivió de niño.

Con mano temblorosa apartó los arbustos que bloqueaban su visión, revelándole una de las escenas más aterradoras que alguna vez vio. Cuerpos mutilados, hombres, mujeres y niños asesinados sin piedad.

Los cuerpos pertenecían tanto a los dueños de estás hermosas tierras, ahora bañadas en sangre, cómo a los de aquellos invasores que Wilub había advertido a Libiak que en algún momento podrían aparecer.

Wilub corría entre todos ellos, desesperado buscando a Libiak. Intentaba llamarlo, gritar su nombre tan alto como pudiese, pero su voz quedaba atorada en aquel gran nudo en su garganta. Mientras corría, levantaba algunos restos que tenían algún parecido con Libiak, pero al confirmar que no se trataba de él, los dejaba caer para seguir buscando.

En tanto más buscaba, más desesperado se sentía. Sus manos estaban cubiertas de sangre, su cuerpo temblaba, y no pudo evitar el comenzar a llorar. Wilub estaba imaginando lo peor, su llanto era desesperado, pero se ahogaba en un mar de gritos que se escuchaban cada vez más fuertes al acercarse a la costa.

Fue ahí que notó una cantidad enorme de aquellos invasores cubiertos de plateado y haciendo uso de aquellas armas impresionantes que utilizaban. Estaban secuestrando a muchos nativos y asesinando a todos aquellos que oponían resistencia.

Wilub no conseguía entender en qué momento había pasado todo esto sin que él lo advirtiera antes. "¿Por qué de nuevo? ¿Libiak dónde estás? ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? No puedo, no puedo, no puedo soportarlo de nuevo, no. ¡Voy a matarlos a todos!"

De repente todo aquello que estaba frente a él comenzó a tornarse borroso hasta que perdió la consciencia.

Tres días habían pasado cuando Wilub despertó, pero claro, que él aún no se daba cuenta de aquel tiempo transcurrido. Al abrir sus ojos, vio un techo de paja y, por un momento, creyó que estaba en su hogar. Además de que todo aquello había sido una pesadilla espantosa; tal como las que solía tener desde la masacre de su familia.

Cuando de repente, aquel silencio fue destruido...

—¿Joven? —resonó la voz temblorosa y tímida de un hombre.

Wilub, al escucharla, se incorporó de inmediato, buscando con su mano la inexistente daga en su cintura. Al ver que no la tenía, comenzó a analizar todo su entorno, dándose cuenta que ese lugar, no era en absoluto su hogar.

Recordó cómo había estado descansando aquella noche, después de un largo viaje, y el modo en que despertó para correr hacia ese lugar desde donde provenía el alboroto. No tenía ni su capa, ni sus armas.

Se sintió muy tonto por esto, pero lo cierto era que aquella noche, según recordaba, estaba demasiado cansado y durmiendo muy profundo cuando despertó repentinamente.

No se había dado cuenta de que no cargaba consigo sus armas, únicamente llevaba puesta una tela que cubría su zona inferior hasta arriba de sus rodillas y sujeta por un hermoso cinturón de cuero.

—¡Tranquilo! Soy Arandu, mi gente y yo no te haremos daño. Sabemos que tú estás con nosotros.

—¿Dónde estoy? —preguntó Wilub utilizando el lenguaje con el que le habían hablado, que, claramente, era el mismo de Libiak.

Aquel hombre, de unos 40 años aproximadamente, con el rostro de alguien muy agotado y angustiado, al ver a Wilub levantarse y reaccionar, solo se limitó a arrodillarse haciéndole un gesto de alabanza.

—Mis hermanos y yo te hemos traído hasta aquí y te cuidamos durante dos noches y tres amaneceres.

—Lo que pregunté es: ¿Dónde estoy? —continuó Wilub impaciente.

Aquel hombre permanecía con la mirada fija en el piso, como si no fuera digno de mirar a Wilub al rostro. Así le explicó que estas eran enormes tierras que fueron forjadas durante varias generaciones; aun a pesar de los diferentes acontecimientos que los hicieron tambalear. Pero que, sin embargo, siempre lograban recuperar y que de todos modos, seguían siendo grandes.

No obstante, hacía unos días, fueron atacados por esos hombres que ellos nunca creyeron que existiesen en realidad. Subestimando el poder que poseían. Habían escuchado historias, pero jamás creyeron que llegarían hasta aquí.

Que nunca antes habían sido atacados de tal forma. También le comentó que él y otras personas más, lo vieron estallar en la costa y que a pesar de ello no sufrió lesión alguna.

—¿Dónde está Libiak? —preguntó firme Wilub.

—¿Libiak?... Se...se lo llevaron esos hombres. —respondió Arandu con un tono de dolor e indignación.

Con esta respuesta tan dura, Wilub sintió como su cuerpo se congelaba de golpe, seguido por un hormigueo que recorrió su espina dorsal hasta el cuero cabelludo. La cabeza comenzó a darle vueltas, sintiéndose mareado; Wilub se sostuvo de una pared y, después de un momento, con sus ojos fuertemente cerrados preguntó:

—¿Qué dijiste? —inquirió nuevamente Wilub, como si necesitara confirmar sin lugar a dudas, lo que había escuchado.

—Se lo llevaron esos invasores, no solo a él, sino también a varios hombres y mujeres. —contestó Arandu.

—No —dijo Wilub, mientras salía rápidamente del lugar en donde estaba.

Se detuvo un momento, y comenzó a mirar alrededor, habían varias personas que estaban reordenando y reconstruyendo todo aquello que los invasores habían destruido días atrás. Aún era de día y aquel sitio ya se veía muy diferente al infierno que había visto Wilub aquella noche.

Estás personas, en su mayoría heridas y con rostros de tristeza extrema, detuvieron lo que estaban haciendo y comenzaron a observarlo con mucha intriga y curiosidad. Hasta que Arandu salió del cuarto y, parado detrás de Wilub, miró con recelo a esas personas, quienes inmediatamente bajaron la mirada mostrando respeto.

Wilub dio media vuelta para contemplar a Arandu, el cual viendo esta acción, también bajó la suya.

—Dime, ¿qué puedo hacer por ti? —dijo Arandu.

—¿Hacia dónde se fueron? —preguntó Wilub

—Se alejaron en dirección al agua, ya no los hemos visto después de lo que tú provocaste. —dijo Arandu que parecía querer decir algo más.

Pero Wilub simplemente se dio la vuelta y comenzó a correr hacia la costa tan velozmente como si alguna bestia feroz lo estuviera persiguiendo.

Una vez que llegó allí, continuó hasta mojar sus pies en el agua, mientras miraba el horizonte. Nuevamente podía sentir esa presión en el pecho que lo ahogaba. Colocando su mano derecha donde se originaba aquella molesta y, apretando los dedos contra su piel como si quisiera arrancar algo, susurró:

—¿Libiak?... —pero luego de una pausa y ya viendo hacia el agua, pudo distinguir en su reflejo sobre la misma, un rostro totalmente desfigurado por el dolor.

—¡¡¡¡Libiak!!!! —finalmente pudo gritar hacia el horizonte, después de todo ese tiempo en que mantuvo su nombre ahogado en la garganta.

Así, Wilub continuó gritando el nombre de Libiak, al tiempo que su voz, se desgarraba en un llanto terriblemente doloroso. Terminando de rodillas en el agua, casi como si le suplicara a ésta que se lo devolviera.

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¿Como estás querido lector? Si estas aquí leyendo esto significa que has recorrido bastante, gracias por eso.  

Por otro lado quiero aclarar que el video que les dejo en este capitulo es a modo ilustrativo. Ten en cuenta que en este capitulo el ataque sucede de noche, y tampoco sucede necesariamente en el lugar mencionado en el video, lo que si ten en cuenta que es cerca de la costa en alguna parte de América del Sur.

Sin mas, muchas gracias por tu visita. Saludos.

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⏰ Última actualización: Aug 21 ⏰

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