Parte 1 - Destrucción

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Gritos, gritos, tanto de mujeres como de hombres, mientras que el joven indígena Wilub NIii, un tanto peculiar y de unos 15 años aproximadamente, dormitaba. Era una madrugada bastante luminosa gracias a una poco tímida luna llena. Cuando repentinamente saltó alarmado por el estruendoso alboroto, aún a pesar de que aquellos angustiantes y aterradores gritos se originaban un tanto lejos de su pequeña e individual choza hecha a Pirca, no dudó en salir al exterior.

Sin embargo, no podía divisar nada, aunque parado ahí, erguido a mas no poder, con sus grises ojos abiertos de par en par, miraba hacia donde sus oídos le indicaban la procedencia del sonido, en medio de una cantidad enorme de árboles y naturaleza. Entonces abandonó su estado de petrificación para lanzarse a correr en esa misma dirección. El joven conocía muy bien aquel enorme territorio, por lo que no tuvo problemas para encontrar un atajo que lo llevara lo más rápido posible hacia aquel caótico lugar. A medida que se acercaba podía distinguir un enorme resplandor que dejaba aún más en evidencia lo que estaba sucediendo, cuando con su mano izquierda decidió apartar aquel enorme arbusto que descansaba frente a él sus claros ojos lograron entender.

Ese lugar era territorio de una enorme y prospera tribu, expertos cazadores y dueños de un extenso y variado cultivo. No obstante, aquellas tierras que eran el fruto de varias generaciones de arduo trabajo, de pronto se habían tornado irreconocibles.

Yacían cadáveres por toda la superficie de tierra, la que también estaba cubierta por una cantidad abrumadora de sangre. Aquellos cuerpos eran tanto de los indígenas dueños de las tierras, como de algunos que cubrían sus torsos y cabezas con aquel brillante metal, imposible de olvidar una vez visto por vez primera. Incluso algunos podían advertirse ya mutilados y/o decapitados.

Dejando de lado la horrorosa, macabra y perturbadora escena, el muchacho parecía más preocupado en buscar a alguien. Corriendo en diferentes direcciones, con sus manos temblorosas que solo con esfuerzo extra podía controlar, levantando algunos de aquellos cuerpos en el suelo para luego dejarlos caer nuevamente; mientras más buscaba... más fuerte se sentía aquel nudo en su garganta que finalmente culminó transformándose en un pesado y angustioso llanto, mismo que le costaba controlar haciendo su respiración despareja y realmente difícil de dominar.

Lentamente fue acercándose a la costa, por ende... al peligro; justo donde los gritos se volvían más intensos, el joven comenzó a correr casi a los tropezones; cuando por fin llegó, sintió el modo en que su cuerpo se petrificaba nuevamente y, con la piel erizada por completo, notó que allí, frente suyo se repetía una escena ya vivida durante su infancia; Algo que jamás pudo olvidar, que lo dejo huérfano y completamente solo en el mundo.

Hombres que mostraban todo su cuerpo plateado y brillante, estaban arrastrando a varios de aquellos que habían adorado estas tierras desde que nacieron. Particularmente, hombres y mujeres jóvenes que gozaban de un muy buen estado físico. Todo esto sucedía claramente en contra de su voluntad ya que permanecían atados de manos y pies, en cambio otros que habían logrado resistirse e intentaban luchar, eran rebanados sin más con aquellas dagas largas y brillantes que sostenían, además de aquellos objetos que cargaban explosivos y utilizaban para matar a distancia.

Eran demasiados hombres plateados, los nativos no podían con tanta supremacía. Incluso varios de sus barcos ya se alejaban de la costa, solo unos pocos trataban de hacer abordar a los últimos rezagados que quedaban en la costa

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Eran muchos los cuerpos sin vida sobre aquel sagrado suelo. El joven sentía que su corazón iba a salirse de su pecho, lo último que alcanzó a ver fue cómo aquella espantosa escena se nublaba ante sus ojos pues estaba a punto de perder la conciencia y, en ese preciso instante, todo a su alrededor se iluminó tanto como la luz del día. Algo muy grande estalló en ese momento, algo nunca antes visto, algo que dejó un gran hoyo sobre aquellas arenas, algo que produjo olas en el mar y un fuerte viento que aterró a quienes ya habían logrado alejarse lo suficiente de la costa; mas no quedó rastro alguno de aquellos que aún permanecían cerca del lugar. 

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Agradecer a mi diseñadora profesional, Yeannine Cayuela por su creación de portada y demás ilustraciones.

El Rey BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora