FANFIC TEEN WOLF
Kaida Blackwood, la hija del Alfa de los Alfas, es la loba más peligrosa y letal, conocida por su implacable ferocidad. Lydia Martin, una banshee con el poder de predecir la muerte, vive atrapada entre dos mundos. En medio de una gu...
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La mañana se filtraba con una luz suave a través de las cortinas, llenando la habitación con un resplandor dorado. Kaida fue la primera en abrir los ojos, sintiendo la calidez del cuerpo de Lydia junto al suyo. La observó dormir en silencio, como si temiera que el simple acto de moverse demasiado pudiera romper el momento. Cada detalle de Lydia parecía perfecto bajo esa luz matutina: su respiración lenta y tranquila, las mejillas suavemente enrojecidas, y sus labios entreabiertos en un suspiro que parecía estar en paz. Kaida apenas podía creer lo afortunada que se sentía de estar allí.
De pronto, Lydia comenzó a moverse lentamente, y sus pestañas se alzaron para revelar esos ojos verdes que Kaida adoraba. Por un instante, se miraron en silencio, sonriéndose como si compartieran un secreto.
—Buenos días —murmuró Lydia, su voz suave y un poco ronca por el sueño, mientras se acurrucaba un poco más cerca de Kaida.
Kaida sonrió, sintiendo un calor familiar en su pecho. —Buenos días. ¿Dormiste bien?
Lydia asintió lentamente, dejando que sus ojos vagaran por el rostro de Kaida, como si intentara memorizar cada detalle. —Gracias a ti, sí. Anoche fue... mucho más soportable contigo aquí.
Kaida llevó una mano al rostro de Lydia, acariciando su mejilla con ternura. —No tienes que agradecerme, Lydia. Siempre estaré aquí para ti.
Sin poder evitarlo, Lydia cerró los ojos, disfrutando de la suavidad de su caricia, y luego dejó un suspiro de alivio. —No sé cómo haces que todo parezca menos complicado, Kaida. Pero lo haces.
Se quedaron así un momento, en silencio, y Lydia entrelazó sus dedos con los de Kaida, sintiendo una paz que hacía tiempo no sentía. Kaida, por su parte, no podía apartar la mirada de ella, como si ese instante fuera uno de esos que quisiera guardar para siempre.
Al cabo de un rato, Kaida le susurró, sin soltar su mano. —¿Te sientes bien para ir a la escuela hoy?
Lydia frunció el ceño y, sin pensarlo dos veces, negó con la cabeza. —No... la verdad no. Hoy prefiero quedarme aquí. ¿Te quedarías conmigo?
—Por supuesto —respondió Kaida sin dudarlo. Acarició el dorso de la mano de Lydia y le dio un beso en la frente, lo que provocó una sonrisa tierna en el rostro de la chica—. Si quieres, puedo prepararte el desayuno. Lo que tú prefieras.
Lydia se apoyó en el hombro de Kaida, dejándose llevar por la calidez de ese abrazo. —Me encantaría... pero tienes que prometerme que lo harás a mi gusto —dijo, esbozando una sonrisa traviesa.
—Lo prometo, pero tienes que decirme qué quieres —contestó Kaida, levantándose con cuidado de la cama y ayudando a Lydia a incorporarse suavemente.
—Quiero tostadas francesas, con miel y... fresas, muchas fresas —respondió Lydia, sus ojos iluminándose ante la idea.
Kaida sonrió y le dio un beso en la frente antes de dirigirse a la cocina. Mientras preparaba el desayuno, Lydia la seguía con la mirada desde el marco de la puerta, observando cada movimiento. Kaida se movía con soltura, con una confianza que la hacía parecer casi hipnotizante, y Lydia no pudo evitar sentirse tranquila y segura solo al verla.