Capítulo 3: Un Café para Dos

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El miércoles por la tarde, Dei V se encontraba frente a un pequeño café en el corazón de Valencia. Había llegado unos minutos antes de la hora acordada, incapaz de contener su ansiedad. No era habitual que estuviera nervioso antes de una cita, pero esta vez era diferente. Había algo en Sara que lo desarmaba, que lo hacía sentir como si estuviera en territorio desconocido.

Entró al café, un lugar acogedor con una decoración vintage y un suave aroma a café recién molido. Eligió una mesa en una esquina, donde podrían hablar sin ser molestados. Mientras esperaba, revisó su teléfono, aunque en realidad lo que estaba haciendo era intentar calmar los nervios.

No tuvo que esperar mucho. A los pocos minutos, Sara entró en el café. Llevaba una chaqueta de cuero sobre una camiseta blanca, y su cabello castaño estaba suelto, cayendo en suaves ondas sobre sus hombros. Cuando lo vio, le sonrió, y Dei sintió un cosquilleo en el estómago.

—Hola, Dei —saludó ella, acercándose a la mesa.

—Hola, Sara —respondió él, poniéndose de pie para recibirla—. Me alegra verte.

Se dieron un abrazo rápido, algo tímido, y luego se sentaron. Un camarero se acercó rápidamente para tomar sus pedidos.

—Para mí, un capuchino, por favor —dijo Sara.

—Lo mismo para mí —añadió Dei, mientras el camarero se alejaba.

Hubo un breve silencio mientras ambos se acomodaban. Aunque había una ligera tensión en el aire, también había una comodidad extraña, como si ambos estuvieran al tanto de lo que estaba en juego.

—Gracias por aceptar mi invitación —comenzó Dei, rompiendo el silencio.

—Gracias a ti por invitarme —respondió Sara, con una sonrisa que iluminaba su rostro—. Me gusta este lugar, es muy acogedor.

—Sí, es uno de mis favoritos. Vengo aquí cuando necesito despejarme o buscar inspiración.

—¿Así que este es tu lugar secreto? —bromeó ella.

Dei rió, relajándose un poco.

—Podríamos decir que sí. Ahora es tu lugar secreto también.

Los cafés llegaron, y ambos tomaron un sorbo, disfrutando del calor de la bebida en sus manos. La conversación fluyó con más naturalidad a medida que avanzaban, hablando de temas ligeros al principio: música, carreras, y la rutina diaria. Pero finalmente, la charla se dirigió hacia algo más personal.

—He estado pensando mucho en nuestra conversación del otro día —dijo Dei, apoyando su taza en la mesa—. Sobre la pasión por lo que hacemos.

Sara lo miró con curiosidad, dejando su taza a un lado.

—¿Ah, sí? ¿En qué sentido?

—En cómo ambos estamos tan comprometidos con lo que amamos, pero también en lo difícil que puede ser encontrar un equilibrio. Vivimos vidas muy diferentes, pero compartimos esa intensidad.

Sara asintió, reconociendo lo que decía.

—Es verdad. A veces siento que estoy tan enfocada en las carreras que no hay espacio para nada más. Pero conocerte el otro día me hizo darme cuenta de que tal vez hay espacio para algo más, si estoy dispuesta a intentarlo.

Dei sintió que su corazón daba un vuelco.

—Me alegra que pienses así, porque siento lo mismo. No quiero que nuestras vidas tan ocupadas sean un obstáculo. Quiero conocerte mejor, Sara.

Sara lo miró a los ojos, y por un momento, todo en el café pareció detenerse. La gente, las conversaciones, el ruido de las tazas y platos, todo se desvaneció mientras se miraban fijamente.

—Yo también quiero conocerte mejor, Dei —dijo ella, su voz suave pero firme—. Pero no quiero apresurarnos. Quiero que esto sea algo real, algo que construyamos con tiempo y paciencia.

Dei asintió, comprendiendo perfectamente lo que ella decía. Había sentido una conexión instantánea con Sara, pero también sabía que algo tan especial merecía el tiempo y el cuidado necesarios.

—No hay prisa —respondió él, con una sonrisa sincera—. Lo que importa es que estamos aquí, dispuestos a intentarlo.

Pasaron el resto de la tarde hablando, riendo y disfrutando de la compañía del otro. El tiempo voló, y antes de que se dieran cuenta, el sol comenzaba a descender en el horizonte, llenando el café con una luz dorada.

Cuando salieron juntos, la calle estaba bañada en la cálida luz del atardecer. Caminando uno al lado del otro, sin prisas, se dieron cuenta de que, aunque sus vidas eran complejas y sus mundos diferentes, estaban dispuestos a explorar lo que había comenzado entre ellos.

Dei la acompañó hasta su moto, estacionada cerca del café.

—Gracias por hoy, Sara. Lo pasé realmente bien —dijo, sintiendo una mezcla de gratitud y alegría.

—Yo también, Dei. Esto fue… especial.

Se miraron por un momento más, sabiendo que este era solo el comienzo de algo que ambos deseaban explorar. Antes de que Sara se pusiera el casco, Dei se inclinó y le dio un beso en la mejilla, un gesto sencillo pero lleno de promesas.

—Nos vemos pronto —dijo él, mientras ella se montaba en la moto.

—Cuenta con ello —respondió Sara, sonriendo antes de encender el motor.

Mientras Sara se alejaba por la calle, Dei se quedó allí, viendo cómo desaparecía en la distancia. Por primera vez en mucho tiempo, sentía que algo nuevo y emocionante estaba a punto de comenzar. Y no podía esperar para ver a dónde los llevaría.

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